sábado, 14 de abril de 2012

Coronas

Museo Arqueológico
 
Ignacio Ruiz Quintano
   
De las puertas del Arqueológico en Madrid algunos españoles, por celebrar sus cosas, retiraron en el 31 la corona y flores de lis.

    –Eso es la historia: el devenir de lo irreparable.

    No le faltaba razón a Cioran: al concluir las obras de remozamiento del museo, nada se sabe de la reparación de la corona o las flores de lis.

    –Es la ley, que nos impide tocar nada.
    
¡Ah, la ley! ¡El reglamento! Galbraith refiere cómo a Ribbentrop, el ministro nazi de Exteriores, se le preguntó el motivo de declarar estúpidamente la guerra a Estados Unidos tras lo de Pearl Harbor, y replicó que Alemania se había visto obligada por su tratado con Japón. Entonces el traductor, por su cuenta, preguntó:

    –¿Por qué fue ese tratado el primero que decidieron respetar?
    
En el pecho de todo español hierve un ideal… mientras salga de balde. Con nómina segura, la cosa es arrancarle pelos al lobo: una corona, un obispo… ¿Qué españolazo se ha abstenido de caerle a palos al obispo de Alcalá por las consideraciones morales del pastor con sus ovejas?

    Y, sin embargo, ninguno de esos leones haría la más leve caída de melena ante el “Librillo Verde” que compendia la teología política e higiénica de Jomeini.

    Alcalá-Zamora retrata en sus diarios al “único funcionario reaccionario” de palacio:

    –Consiguió la portería por ser de Priego… Y tan pronto ha visto la posibilidad de que yo me vaya, ha dado en pronunciar dentro de palacio mítines subversivos, por los que ha habido que llamarle la atención. Está visto que mira el empalme en sus funciones y procura ponerse a bien con el Frente Popular, por lo que pueda ocurrir.

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