martes, 17 de abril de 2012

La productividad


Hughes
Esto lo matizó después, excusándose, pero incluso como lapsus resulta revelador. La Prensa y el cafelito eran el señoritismo del funcionario.

El café es la altura reflexiva de la mañana. Pararse a mirar las cosas como si pensar fuera algo gustativo. En el café, el hombre se pone aforista, sentencioso, hasta el punto de ser desagradable ese espectáculo de sénecas de bar dando sorbos al café de la sabiduría matutina. El juicio se afila con la pausa de la cafeína, como nuestra única frecuentación del pensamiento.

Y el periódico ha sido el privilegio cívico. Ciudadano es el que lleva un periódico bajo el brazo.
Así, café y periódico eran meditación y civismo, y una imagen de autonomía personal y señoritismo del funcionario, que ahora se quiere cabizbajo, escriba antiguo, pendolista en galeras, mudo autómata kafkiano.

Pero lo esclarecedor vino después. Por un lado, pidió de los funcionarios humildad, que viene de humus, de lo más bajo. Como si debieran asumir una condición de casta abnegada y sacerdotal, pues ahora todo hay que hacerlo con humildad.

¿Tendrá el funcionario que lavar los pies del administrado?

Tras ello, pidió a funcionarios y a trabajadores del sector privado que juntos se pusieran a la tarea de elevar la productividad del país, de España, que es lo que importa.

A mí me parece que la productividad, que era un concepto técnico alejado del debate político, se ha puesto por fuerza de moda y que quizás no estemos entendiéndola muy bien. Me recuerda a esa portada que en el día de la huelga general titulaba con una bandera española y un “trabaja por España”. Hay quien no se resiste a tratar lo identitario, a estimular la glándula patriótica y así, un concepto tan desapasionado como la productividad, se empieza a complicar de exhortos emotivos.

Frente a la productividad de silicio, blanca, filosofada de zen e individualidad de los americanos, la nueva productividad española, patriótica y un poquito cuartelera.

Parece que nos están quinquenalizando un poco y que la productividad la tenemos que elevar a base de decretos, de conminaciones, de arriba hacia abajo, con afán director.

-¡Yo a usted le levanto la productividad como que yo me llamo Beteta!
Productividad es salario, y es la íntima conciencia del trabajador y cómo le miran el jefe y el compañero. Las apelaciones personales son inútiles. La productividad del trabajo en un país no se eleva con discursos, ni yo, por mucho que quiera, puedo elevar mi productividad mucho más allá del triste límite de mis posibilidades.

La productividad depende de aspectos estructurales y pedirnos a los españoles que incrementemos la productividad, así, de hoy para mañana, es como pedirnos que seamos más altos para acercarnos a la altura del alemán.

El español, bajito, poco puede hacer salvo aguantar sermones, erguirse un poco y probar con alzas.