viernes, 11 de noviembre de 2011

Montoro


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Al contrario de lo que ocurre en Madrid, en Sevilla no se ven carteles electorales. Los sevillanos te dicen que así es más señorial. Y llevarían razón, si no fuera por la taiwanización ciclista de la ciudad.

Aquel paso del caballo de tierra, que era el paso de Andalucía (“paso señoril, más preocupado de moverse con gracia que de llegar con presteza”), ha sido sustituido por el pedaleo perrofláutico del socialismo real, que le ha quitado a la bici lo único que la justificaba: guardabarros y literatura fascista.

En la cucaña política de Sevilla luchan Cristóbal Montoro, el ministro que casi acaba con el paro, y Guerra, el ideólogo de nuestro socialismo de corral, esa máquina de crear pobres que luego son votos.

Al lado de Guerra, que parece un fabricante de ojos de grasa para las tazas de caldo, Montoro, ahora desbarbado, es lord Beaconsfield, aquel prócer victoriano que sostenía que el buche gordo del ortolán es más delicioso que el seno de la mujer, y vamos a necesitar muchos buches para salir de ésta.

No sé qué ecónomo tendrá Rajoy en la cabeza. Pero, no siendo Puxeu, aquél que ya en la Nochebuena zapateril de 2009 quería darnos conejo por lechazo, yo miraría a Montoro. Y si la cosa hubiera de repartirse con nacionalistas, a Ercoreca, cuyo desparpajo señorito fue pinchado con un puntero sobre un “tuit”, como se hace con un insecto deslumbrante, por “Nick: Hughes”:

Ercoreca es un cachondo. “Venía yo de Bilbao y un empresario me ha dado la receta: ‘I+D, Ercoreca, I+D’…”

Lo malo es que...

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