martes, 22 de noviembre de 2011

Pradera


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Con los primeros números de la catástrofe socialista, murió Javier Pradera, el Mozart de la franquicia (bonita como un piano) montada por Willy Brant y finiquitada por Zapatero, en retirada al concesionario de coches en León.

La cara de Ana Pastor cuando alguien le hablaba en directo de la muerte de Pradera era la que pondría Bisbal cantando ante el bosquimano de Bañolas. Es la tragedia de nuestro socialismo: una coartada cultural (urdida por Pradera) en manos de una generación ágrafa.

Pradera, que nos tradujo el Touchard, tuvo dos cosas: sentido del humor y una malicia periodística muy denostada por el buenismo de estos tiempos bobos, que diría (otra vez) Galdós.

¿Qué podría ocurrir el lunes, 21 de noviembre de 2011…? –se preguntaba Pradera en el artículo del día de su muerte: “Al borde del abismo”.

Los chistes peores salen en el trago de la muerte.

También en el artículo del día de su muerte, “La costumbre”, aquí, en ABC, Ruano escribió: “Voy creyendo firmemente que todo reside en la costumbre. Y que, muchas veces, la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir.”

Mientras, en socorro del vencedor corren los españoles con los chistes del trago de la vida:

Mariano, déjame ser tu Callejón.

Pero Rajoy, el gallo, “con su gola de iracundia, apoplética la cresta”, lanza el kikirikí total: “¡A ver dónde está esa Prima de Riesgo!”

La única concesión electoral al costumbrismo ha sido el “triunfo” del partido de doña Rosa, una Máquina de Reñir como sólo se riñe en España cuando el chisposo llega tarde a casa.

Del no te puedes imaginar, Sonsoles, al no se puede imaginar usted, “señá” Rosa.

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