lunes, 28 de noviembre de 2011

La bufonada de Quito


José Ramón Márquez

En Quito lo único que de verdad han quitado es la decencia. Eso es un pastel que se deberían haber comido los quiteños por su cuenta y razón, pero lo cierto es que han conseguido arrastrar a ese ridículo a unos cuantos toreros españoles a los que no se les han puesto bermejas las mejillas de ir a hacer el ridículo en la denominada “corrida sin muerte”, que es la paella o el arroz con leche sin arroz y la fabada sin fabes.

Enrique Ponce tiene una responsabilidad muy especial en este asunto. Si él hubiese declinado firme y amablemente su presencia en la mascarada, es previsible que un buen número de los toreros españoles que han estado allí no hubiesen comparecido. De alguna forma la presencia del Excmo. Sr. D. Enrique Ponce Martínez ha legitimado de cara a muchos apoderados el esperpento de la “corrida sin muerte”.

En el aeropuerto el de Chiva hace unas declaraciones en las que dice que él a Quito va a defender la Fiesta. Un brindis al sol, porque la fiesta no se defiende atacando su esencia, carreras ciclistas sin bicicleta, campeonato de Fórmula 1 sin autos. Pone como excusa la defensa de la Fiesta, un pretexto para ir a Quito a por la bolsa.

Ya lo decía el gran Salvador Sánchez, Frascuelo, a propósito de Lagartijo:

-¡Pobre Rafaé! Ha ido a acabar lo mismo que empezamos, pasando la gorra por los pueblos.

Una vez aceptada la bufonada, lo que sigue es ya más propio de un vodevil que de la tauromaquia.

Primero dijeron que para simular la ex-suerte suprema le darían al ex-matador un clavel reventón que le clavaría al toro en la espalda como símbolo de buen rollo y de que allí no pasa nada. Hubo quien propuso que en vez de un clavel se emplease un nardo, símbolo más preciso del afeminamiento de la fiesta, pero ninguna de esas opciones triunfó. Al final, como si el toro fuese un Drácula, pergeñaron la invención de simular la muerte armando al cómico encargado de esa tarea de una banderilla de plata. Acaso luego al toro, en la lobreguez del toril, también lo maten infamantemente con una bala de plata.

Bien. Pero una vez retirado el bicho para que le den el pasaporte donde nadie lo vea, como cuando se eliminaron las ejecuciones públicas, surge el gran problema de las orejas. Sabemos que el toreo de hoy día, el July nos lo ha recordado hasta la basca, no es nada si no se culmina con orejas, pero ¿cómo arrebatarle al toro vivo las orejas para que el triunfante farandulero pueda dar la vuelta al anillo? Ignoro como lo han solucionado. Lo primero que se ocurre es que le hiciesen entrega al comediante de un vale o cortycole por valor de una o dos orejas, que el beneficiario pasease el anillo exhibiendo el papelito y que retirase el apéndice una vez baleado el toro. Las reseñas, incólumes, nos hablan de que Fulano cortó (sic) una oreja y no desvelan más del prestigio.
Y luego, para que el mamarracho sea completo, el indulto. ¿Qué es hoy día una feria sin su correspondiente indulto? Bueno, pues al toro preindultado, como esas comidas que venden precocinadas, le confirmaron su condición y se volvió a la oscuridad del chiquero como sus hermanillos con un salvoconducto de la Municipalidad, a exhibir ante el de las balas de plata, de que a él no había que descerrajarle el tiro de gracia, por lo gracioso que fue en el ratito que estuvo en el ruedo.

Como estrambote final, la tontería de David Mora. Después de una fuerte voltereta que le dio uno de los preindultados, gritó enfadado: "¡El toro puede matar, pero el torero no!"

El torero puede y debe matar, que por eso se le llama “matador”. Lo que debe hacer el torero es no asistir a estas bufonadas, y así se evita tener que estar diciendo necedades.