Hughes
El fin de semana nos ha dejado el triunfo en los balcones del PP, con su disco-móvil en la que los liberales se arrimaban a chavalas rubias, hartas por una noche del código penal, y el beso de Rajoy, al que sólo habíamos visto dar los besos de Breznev de la contrapropaganda maliciosa. Besó a Vivi (Viri) con timidez, como si la estuviera presentando en casa. Sustituir a Berlusconi por gente así es lo que se lleva. No es de extrañar que la fuerza icónica la tuviera el gesto de Mou al celebrar un gol en Mestalla, estadio que ha resistido a la demolición, que ha alargado su vida de coliseo, sólo para poder recibirle y que fuese allí donde se estrenara de blanco.
Los del Valencia eso no lo saben, como no saben que una ampliación de ese estadio se pudo hacer gracias a las buenas gestiones que con un banco madrileño realizara Bernabéu, amigo del presidente ché de entonces. Sin embargo, el Valencia, cuando juega contra el Madrid, recuerda al señor Lizondo, regionalista valenciano que se plantó en las Cortes con cara de cabreo y una naranja y Albelda, que como ha visto Ruiz Quintano, es un chulángano de bou al carrer, sale a hacer sus numeritos de tosco Busquets.
La gente de provincias paga con el Madrid la pequeñez personal que nos provoca a veces pasear la Gran Vía. Madrid nos hace sentir súbditos y, claro, algunos no lo resisten y luego llegan los de blanco y como Darth Vader le sacan el láser.
Marcó Ronaldo un gol portentoso y, doncellil, se permitió un desmayo, y Mourinho, hiriente, se fue dando saltitos hasta Callejón, al que montó sin ensillarlo antes. Esto ha provocado mucho alboroto. Un entrenador puede correr la banda o rasgarse la camisa, pero lo del caballito ha sido un escarnio. En Valencia se sienten menospreciados, en Madrid los tertulianos del fútbol avivan soplando como tuberculosos el triste ascua de la polémica y en Barcelona reprenden a Mou, por su enésima prepotencia. Y Landero, hombre de bien, entiende que la ambición de Mou mancha la imagen del club, pero… ¿alguien le ha preguntado a Callejón?
Probablemente sea Diego Torres, el extraordinario fabulador argentino, el que desvele que Mourinho se pasea por Valdebebas subido en Callejón, como un faraón déspota lanzando bebidas energéticas.
¿Hubiera aguantado Pedro León a Mourinho sobre su grupa? Difícilmente. El espíritu de grupo, según lo entiende Mou, es eso: que un jugador admita que en cualquier momento su entrenador se le pueda subir encima y sepa, obediente, aguantar el tipo. Callejón no se espera a Mourinho, lo nota encima y tras una primera vacilación, en la que a Callejón, sobre el futbolista disciplinado, le sale el hombre que no admite fácilmente que otro varón se le encarame, tras ese primer momento de natural dubitación, empieza a sonreír, asume la circunstancia, y admite el encabalgamieno. Entonces, el chico flexiona las rodillas y asume su sobrevenida condición equina con estoicismo de hombre de equipo. Callejón se hace caballito, y en su resignación pony sonríe, y si Mouriho hubiera querido, hubiera galopado con el portugués encima hasta el centro de Valencia, que está ahí al lado, para tomar las Cortes valencianas como un Espartero.
Caballos sin espuelas, eso son los chicos de Mou, y entrenar, una doma. Ay, Canales, hermoso corcel que coceaba demasiado, o Pedro León, con su crin ondeada de caballo persa. El fútbol no es un tikitaka filosófico y seminarista, sino una equitación o un zafarrancho se séptimo de caballería. Diego Torres podrá decir ahora que Mou es un Atila montado en un caballo con flequillo, pero Mestalla, por muchos berrinches que se coja Albelda, matón de traca, será ya siempre, en su otra alma madridista y manchega, el estadio en el que Mou dejó su retrato ecuestre: un general colérico cerrando el puño sobre un caballo obediente y canterano. Pido, como madridista valenciano, que ese retrato, en noble bronce, reciba a los madridistas en Chamartín, como el de Shankly flanquea la entrada en Anfield.
Los Objetos Impares
21 de Noviembre