sábado, 26 de noviembre de 2011

De no sé qué


Pepe Cerdá

Son las dos de la mañana. Vengo de la enésima cena solidaria de este otoño. La burguesía local se ha puesto sus mejores galas para asistir. Yo he ido directamente del estudio con camisa de cuadros de leñador y una raída chaqueta de pana. Esto me hacía parecer el artista de la reunión. Tener aspecto de artista me resulta muy desagradable. Ha parecido que lo he hecho a idea, pero no. Sencillamente había olvidado el día y me había comprado la entrada y la cena una amiga que me ha llamado a última hora. Procuro vestirme del modo mas discreto y anodino posible. Un poco desastrado, eso sí, pero no es intencionado: es mi carácter.

He visto caras de señores mayores que me han resultado familiares. Al rato los he reconocido. Han resultado ser antiguos compañeros de clase y una punzada me ha atravesado el alma para recordarme que yo también soy un señor mayor.

¡Qué le voy a hacer!

En el coche, de vuelta, he vuelto a pensar en Félix, en su muerte, en mi muerte. En el sin sentido de intentar construir una obra literaria, o pictórica. En las miles de horas pasadas en la soledad más abrumadora para escribir unas páginas o garabatear cuatro manchas en un lienzo. Para que, con suerte, te escriban tras tu muerte una docena de obituarios.

¿Dónde habrán ido a parar los mil y un conocimientos de Félix? ¿Por qué vivió tan angustiado por el peso de la obligatoriedad de escribir algo verdaderamente bueno?

No lo sé.

No creo que tenga nunca la respuesta.

Sólo sé que los señores que hoy he visto en la cena y que en su día vi con pantalones cortos y postillas en las rodillas no tienen la mirada con la que Félix me miraba. Me miraba del mismo modo inquiriente con el que uno se mira al espejo. Sabiendo quién se es, pero sorprendiéndose de su reflejo.