Jorge Bustos
A ver cómo les cuento la de ayer porque es lo más cerca que he estado de figurar en un drama de Ionesco o en un sketch de los Python. Convocaba en el Ateneo una rueda de prensa el 15-M, los mismos que convocan “reflexiones colectivas en Sol” de vez en cuando. Postular la posibilidad en sí de algo parecido a “reflexión colectiva” ya equivale en baloncesto a encestar un triple de mate, algo que sólo le es dado ejecutar a Chuck Norris; pero convocarla además en la lendrera de Sol es como buscar vida pluricelular en Urano. No digo que no la haya, digo que póngase usted a buscarla.
Llego al Ateneo. Subo a la cuarta planta. Accedo a la sala de prensa. Una mesa con cuatro sujetos de edad madura y un jovenzuelo que llega tarde. Sus cinco botellines de Bezoya. El faldón frontal de la mesa lleva adosado rótulo identificativo, campanudo, inequívoco: “Movimiento 15-M”. Uno de los ponentes viste traje y todo, bien cortado, de tono gris. Últimamente es ver una mesa de estas y ponerse a esperar que cesen definitivamente de hacer algo; quia, uno de ellos se pone a leer un manifiesto.
Dicción pedregosa, de esa que encalla irremediablemente en los polisílabos, y la consabida racionalidad preescolar: “Somos ciudadanos normales... estamos indignados... sector financiero... de espaldas a la ciudadanía...” y tal y tal. Otro ponente con trazas de estibador marsellés toma la palabra como quien toma el garfio y vocifera, con jactancia berlanguiana: “¡Tenemos las soluciones para el país y están apoyadas por un comité de sabios!” Acto seguido el rótulo se despega y cae al suelo; toda una refutación simbólica con algo de psicofonía silenciosa para que la estudie
Íker Jiménez. Le sucede el jovenzuelo, una mezcla del sesentayochista
Danny el Rojo y el cantautor
Pedro Guerra con un par de lecturas de
Gramsci y Javier Pradera. Anuncia que, de resultas de los debates inacabables de 10 horas, ya no creen en la “horizontalidad asamblearia” del movimiento, y en ese momento varios miembros del público se indignan contra los indignados y gritan que no les representan a quienes venían afirmando precisamente lo poco representados que se sienten. La cosa empieza a tornarse francamente brianesca, un estupefaciente correlato literal de
La vida de Brian:
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