Jorge Bustos
No vayan a pensar ustedes que se pierden las formas en La Moncloa porque el país funambulee en el alambre del rescate. Si un gentleman inglés prefiere perder el autobús a correr, el zapaterismo náufrago antepone la etiqueta de los violinistas a cualquier urgencia informativa sobre el Titanic gubernamental.
Bien es verdad que llegaba uno tarde, que el último Consejo de Ministros oficial del luctuoso septenio ya había empezado, que la conciencia de la demora me crispaba algo las facciones y que esa sobreexcitación facial, emisaria indubitable de impaciencia, contrastaba con la parsimonia seráfica de la recepcionista del Palacio que debía acreditarme. Me puso la cara que pondría la nodriza de la reina Isabel ante un cantante de hip-hop puesto de speed, más o menos. Naturalmente, el ordenador se le queda colgado, corolario simbólico de nuestro lugar en la I+D mundial. Ella zarandea el ratón mientras musita interjecciones de naftalina tipo “repera”. Y aprovecha que pasa por allí una visitante dicharachera para macerar un poco más mi irritación en la salsa barbacoa de su indiferencia:
—Pues hija, te queda muy bien el castaño. No te tiñas, te lo digo yo...
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