José Ramón Márquez
“Coros de “¡”Chulo, chulo! ¡Multa, multa!” se encontraron
la respuesta de ovaciones de los que estaban de parte de Padilla.” (Barquerito)
¡Nada más que chulo! ¡Menudo insulto, llamarle ‘chulo’ a un torero! ¡Vaya por Dios! Uno que no debe nada a Madrid, uno que se ha hecho por ahí de cualquier manera, uno que demuestra a las claras que los cuatro “enteraos” no le importan un ardite, recibe el mejor apelativo que puede recibir un torero: “chulo”. Si tendrán mal fario, que ni siquiera se han buscado a uno de los grandes para decírselo: han tenido que echar mano del primero que pasaba por allí.
Y después del fragor del momento, en la hora de la reflexión, un señor que se indigna -como todo buen español- demanda en los medios que Padilla no vuelva más a Madrid:
¡por su chulería!
Y mientras, llevamos años, lustros, con lo de “¿a quién defiende la autoridad?”, y con toda la retahíla de monsergas, y nada, que allí siguen los que van quedando con el mismo rostro de siempre y con el sol que más calienta ablandándoles los sesos. Y que si ese día tocan a reventar, pues se revienta; y que si al día siguiente tocan a tragar, pues se traga. Y venga a dárselas de aficionados finos: “¡Este año la de Adolfo viene de cojones, la estuvimos viendo en el campo y nos pusimos moraos a chorizo y a tintorro… Etc” “¡Para toros buenos, los del cura de Valverde…!” Y venga a dar la matraca, con que si “¡Crúzate!”, con que si la faena en vez de dos orejas es de una, con que ni se le ocurra al señorín ponerse a dar la vuelta al ruedo, con que si hay que echar al presidente -al único que sabía de toros-, con que si ¡Fulanooo: tontooo! Y todo este despropósito, adornado con el pañuelico verde -sanfermines de la antifiesta-. Y luego, las claudicaciones del otro lado de la barrera: la sentida reverencia ante ellos de tantos torerillos nada chulos, la infeliz sumisión del héroe al populacho más envilecido y, con ello, la satisfacción por la neta percepción de su fuerza de masa vociferante, de su fuerza de grupo frente al hombre libre, por la constatación patente de la triste importancia que han sido capaces de construir sobre la negación: señores oscuros en la fiesta más luminosa.
Y entonces, ¡pues qué remedio!, no nos queda otra opción, siendo agradecidos, que saludar al hombre que, por una vez, ha sido capaz de poner su muletilla planchada delante de la auténtica fiera (que no es el toro) y darle la lidia que se da a los mansos pregonaos: faena de castigo, la vieja lidia sobre las piernas y el remate de una media lagartijera. Así, frente a esa vieja fiera ibérica que Goya retrató en la “Riña a garrotazos”, Padilla compuso la mejor faena que nunca hará en Madrid, la que ya le ha abierto un hueco en el corazón de algunos -pésimos- aficionados, entre los que me hallo.
Con su vestido estrafalario y su sonrisa consiguió rematar Padilla la faena que muchos hemos soñado en tantas tardes de injusticias, de arbitrariedades, de odios indisimulados. Y supo estar sin encogerse, sin venirse abajo, solo y macizo: ¡Un torero chulo!
Ahora, seguro que lo vetan con la ayuda del periodista de guardia, como hicieron con el Presidente, pero la estocada la llevan en todo lo alto. Dos orejas para Padilla.
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*Año 2006