Jorge Bustos
Debemos a D’Ors la justeza de aquella constatación: “En Madrid, un jueves a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan”. Era miércoles, pero me la dieron igual. Me la dio en concreto Esteban González Pons, que acudía al Círculo de Lectores a hablar de su libro, Camisa blanca. Asistir a la presentación de un volumen escrito o atribuido vagamente a la mano de un político se cuenta entre los imperdonables pecados contra el Espíritu Santo, que según la Biblia y Borges sopla donde quiere pero raramente lo hace sobre las escuálidas meninges del actual arquetipo de político español. El caso de Pons, empero, se me antoja diferente, y por eso fui.
Recuerdo que a Pons le entrevisté recién nombrado portavoz orgánico y me sorprendió la bandera de Obama con que adornaba su despacho genovés y la gripe que enronquecía su garganta valenciana. Luego he ido siguiendo algo sus andanadas sobre el atril azul y diré que me parece un caso respetable de elocuencia. A ver, no es Marco Antonio en los idus de marzo, pero quizá se le agigante la sombra de un coturno shakesperiano si después de la suya te pones en el YouTube una rueda de Pajín o de cualquier otra Hipatia o bachiller de Zapatero, el presidente que castigaba a los licenciados y encumbraba a cualquier neocórtex sorprendido a medio proceso de encefalización.
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