Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De verde manzana y oro, Bombita, que esto se lo he leído yo a Foxá, no se atrevió, en la plaza de San Sebastián, a entrar a matar por segunda vez a su toro sólo porque vio rodar unas lágrimas en sus ojos.
Ayer cumplía años Azcona, y me acordé del toro donostiarra de Bombita viendo a Rubalcaba (que no lo había visto) hacer que lloraba, encarnación, en fin, de aquella picaresca española de Azcona.
El capitán de una de las democracias que han embudado a Gadafi (la papeleta con sangre entra) hace que llora porque Ternera (¡qué ternura!) suspende las estocadas hasta nuevo aviso. La ignorancia y la ideología se encargan del resto.
–¿Cómo acabó la Segunda Guerra Mundial? Sentados en una mesa –explica la hija de un socialista asesinado por la Eta.
–No está escrito que los ciudadanos prefieran como gestores de la paz a los que ganaron la guerra. Winston Churchill pagó esta veleidad de los votantes al término de la II Guerra Mundial –teoriza un ex director de periódico.
Rubalcaba… y Churchill.
Puestos a injuriar memorias, y por orden alfabético, Rubalcaba… y Cocteau, que lloraba (físicamente) porque (físicamente) le dolían, según su amigo Pemán, Europa, el verso, el entusiasmo, el cristal de Venecia, la cerámica de Sajonia, las sinfonías de Mozart y la liturgia católica, cosas que, ciertamente, no pueden dolerle a Rubalcaba, que lleva toda su vida de hermano lego en un falansterio.
Nadie espera de Rubalcaba, cuya cultura viene de “El pícaro” (la cutreserie de Fernán Gómez), ni la discreción ni el pudor de Eurídice en “Antígona”.
¡Pero llorar!
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Abc
De verde manzana y oro, Bombita, que esto se lo he leído yo a Foxá, no se atrevió, en la plaza de San Sebastián, a entrar a matar por segunda vez a su toro sólo porque vio rodar unas lágrimas en sus ojos.
Ayer cumplía años Azcona, y me acordé del toro donostiarra de Bombita viendo a Rubalcaba (que no lo había visto) hacer que lloraba, encarnación, en fin, de aquella picaresca española de Azcona.
El capitán de una de las democracias que han embudado a Gadafi (la papeleta con sangre entra) hace que llora porque Ternera (¡qué ternura!) suspende las estocadas hasta nuevo aviso. La ignorancia y la ideología se encargan del resto.
–¿Cómo acabó la Segunda Guerra Mundial? Sentados en una mesa –explica la hija de un socialista asesinado por la Eta.
–No está escrito que los ciudadanos prefieran como gestores de la paz a los que ganaron la guerra. Winston Churchill pagó esta veleidad de los votantes al término de la II Guerra Mundial –teoriza un ex director de periódico.
Rubalcaba… y Churchill.
Puestos a injuriar memorias, y por orden alfabético, Rubalcaba… y Cocteau, que lloraba (físicamente) porque (físicamente) le dolían, según su amigo Pemán, Europa, el verso, el entusiasmo, el cristal de Venecia, la cerámica de Sajonia, las sinfonías de Mozart y la liturgia católica, cosas que, ciertamente, no pueden dolerle a Rubalcaba, que lleva toda su vida de hermano lego en un falansterio.
Nadie espera de Rubalcaba, cuya cultura viene de “El pícaro” (la cutreserie de Fernán Gómez), ni la discreción ni el pudor de Eurídice en “Antígona”.
¡Pero llorar!
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