José Ramón Márquez
Estaba dándole vueltas a lo de ayer de Antoñete y la verdad es que por más que lo pienso aquello es una chapuza mayúscula. Lo primero, el sitio donde lo meten, en el bar ése que hay debajo del 9 al que se accede con una pulsera de colores, que a ese sitio lo llaman pomposamente ‘Sala Alcalá’.
Por alguna razón parece ser que la sala ésa donde se dan las conferencias y se presentan los libros no se podía usar por estar ocupada por otra actividad. ¡Vaya por Dios! Primer imponderable.
Los que bajamos a Ventas a darle la vuelta al ruedo al torero nos encontramos con que no va a poder ser porque el ruedo de Las Ventas está ocupado por el montaje de una actuación de unos músicos llamados Cold Play y no es cosa de quitar todo ese costosísimo montaje para el capricho de la vuelta al ruedo a un torero.
Segundo imponderable. De lo primero y de lo segundo se saca que la única forma de llevar al torero hacia la Puerta Grande es por un pasillo. Tercer imponderable.
Mientras aguardamos en la calle, la verja de la Puerta Grande está cerrada a cal y canto, no vaya a ser que alguien se cuele por ahí. ¿Por qué está cerrada? Será, sin duda y vista la racha que llevamos, por algún imponderable.
Una vez que se abre la verja y el cortejo avanza hacia el auto viene por delante una manada de fotógrafos entorpeciendo el paso, haciendo frenar a los que portan al torero en varias ocasiones y estorbando lo suyo sin la menor consideración y sin que nadie les diga algo. No hay ni rastro de organización de ningún tipo, ni un solo policía, guardia urbano o agente de movilidad para organizar aquello mínimamente, por lo que la comitiva se mueve entre la avalancha y los empujones, y eso que éramos cuatro gatos.
Mientras, por allí, mires a donde mires, siempre ves a Abella haciendo gala del don de la ubicuidad para recibir gatunamente las caricias de los que ni le mirarán a la cara cuando deje su carguillo. Ante tantas personas a las que atender no es extraño que haya descuidado las cosas relativas a dar una mínima dignidad a todo este circo. Así andamos, que por un lado mucho Bien de Interés Cultural y por otro lado muy poco interés en tomarse la molestia de organizar una ceremonia medio digna para la despedida del llamado ‘torero de Madrid’.
Había que atender a los compromisos y, a fin de cuentas, el muerto al hoyo y el vivo al bollo.