domingo, 3 de abril de 2011

Cuarta novillada en Madrid. Woodstock, pero sin Jimmy Hendrix


José Ramón Márquez


Hill Street Blues, una serie de televisión de los ochenta, ‘La pasma de Hill Street’ o ‘Canción triste de Hill Street’, que en español no hubo forma de poder conciliar los dos significados en una traducción. Y hoy en Las Ventas también los blues del Espíritu Santo, con los tres toreros vestidos de azul, que los mozos de estoques no hablan entre ellos, se conoce. El blues, canción triste de la incapacidad para aprovechar un buen toro, los blues del autobús lleno de gente que se trae uno a ver si animan al presidente y saca el pañuelico blanco ése de las orejas peludas, o el blues del pasmo, no de la pasma, que produce ver a un tío plantar cara a un bicho complicado.



La cosa empezó mal porque en la fila interminable que se forma siempre ante la taquilla haya o no haya gente, que no sé cómo lo pueden conseguir, comenzó a chispear y en seguida a llover. Como nos da todo igual menos empaparnos, nos fuimos a la andanada, que ahí estuvimos como príncipes, custodiados por el azulejo de Juanito Parra, mientras abajo, en el mal llamado albero o más bien barro santo, iban compareciendo los novillos de Nazario Ibáñez, procedencia Núñez, y sus matadores Luis Miguel Casares, Jiménez Fortes y Raúl Rivera, nuevo en esta plaza. No dejó de llover en toda la corrida.


La cosa siguió peor, por la decepción de los dos primeros novillos, que no tenían nada que ver con lo que uno espera de una novillada de domingo en Madrid. El primero era más armónico en el tipo, aunque muy flojo, y el segundo lo mismo, pero en pequeño, aunque por esos misterios de los pesos y medidas venteños se llevaba sólo once quilos de diferencia con el anterior, que en las básculas basadas en el sistema decimal esos once quilos serían unos sesenta, quilo arriba, quilo abajo. Para más INRI, el tal bicho se llamaba Angustiadillo. Ahí tocamos fondo. Luego la cosa se vino arriba y los cuatro restantes tuvieron seriedad y presencia acordes a la plaza; vamos, que habrían pasado por toros hechos y derechos en Castellón, sin ir más lejos.

Luis Miguel Casares dio la medida en su segundo Fundareto, número 64, que en seguida cantó que no tenía ni medio pase por el derecho. Casares se echó la mano a la zurda y enhebró una faena muy en novillero, con innegables altibajos en algunos momentos, pero cuando el torero pisó con decisión el terreno del toro, cuando remató atrás el muletazo y se quedó quieto aguantando la posición y ligando, la faena tuvo momentos de gran emoción y verdad. Casares nos dio los mejores momentos de la tarde poniendo encima del tapete valor y toreo frente a un enemigo complicado.


El quinto, de cuarenta y cinco arrobas y media, atendía por Terriblillo número 15, colorado bragado y meano. Era un toro con cuajo, muy bien hecho y muy serio. De salida remató en el burladero del nueve. A este novillo Jiménez Fortes le hizo unas bonitas y suaves verónicas rematadas elegantemente con una revolera, que fueron lo mejor que trajo el malagueño a la arena de Las Ventas. Puso el toro de largo al caballo y el toro se arrancó con gran alegría, derribando por fuera de las asquerosas rayas ésas. Puesto de nuevo, se volvió a arrancar el novillo con una embestida muy franca. El toro demostró sus buenas condiciones en banderillas galopando con fijeza y luego, en la muleta, demostró también una clase muy buena con embestidas vibrantes, demandando una distancia que su matador no vio o no quiso ver. Jiménez lo tundió con la tauromaquia moderna ésta de esconder la pierna, de torear hacia atrás y de hacer ir y venir al toro sin sentido y el pobre Terriblillo se fue al Valle de Josafat sin conocer lo que es un torero y el torero se fue para su pueblo sin saber lo que es aprovechar un buen toro para dar un aldabonazo en Madrid. Hubo una merecida ovación en el arrastre para un gran toro.


Raúl Rivera es como el clon de Ferrera, hasta riman sus apellidos, que si hiciésemos como los revisteros del XIX podíamos preparar una coplilla aprovechando esa circunstancia. Puso banderillas a toda velocidad, incluido el par del violín, y toreó lo mismo, sin ideas ni concepto de faena reseñable. Decía el programa de mano que era discípulo de José Luis Bote, que fue un buen torero, así que por lo que parece este alumno no progresó adecuadamente en las enseñanzas. De todos modos, como es ratonerillo y desahogado, tiene muchas posibilidades de llegar a algo, que las cosas ahora son así.
El ruedo, a lo largo de la tarde, se fue transformando en un barrizal, como en Woodstock, en el 68, pero sin Jimmy Hendrix.

Las promesas

Y sus frutos
(Vuelta de Rivera porque le dio la gana)