Hughes
Abc
El acuerdo del Consejo Europeo para superar la crisis del coronavirus presenta tres capas de propaganda a desbrozar. La europea, que considera relanzada la Unión sin cambios institucionales, sólo con ciertas correlaciones fiscales reforzadas y una oscilación de poder en perjuicio de la Comisión. La gubernamental, expresada en las palmas monclovitas al negociador Sánchez; y otra, si me permiten, de régimen, que está discutiendo si «intelectualmente» mandará un Rutte o mandará Iglesias pasando por alto que aumenta nuestra deuda y mengua nuestra soberanía.
El acuerdo es dinero, mucho (aunque también son muchas nuestras necesidades), por dos vías. Más deuda, en forma de una especie de mutualización o bono europeo, que no es menos deuda. Cambiarle el apellido lo que hace es someternos a lo impuesto por Europa, es decir, otros Estados. Habrá también transferencias sujetas a condiciones. El Gobierno dispondrá de un dinero (de gestionar fondos europeos el PSOE sabe un rato…) y tendremos que poner la lupa en esa relación entre las condiciones y la autonomía del Gobierno. ¿Rutte o Iglesias? Pero ¿y si fueran los dos? ¿Y si el ciudadano sufre a los dos?
Cuando se pide (lo hizo Margallo) «reformas sí, recortes no», ¿qué se está diciendo? ¿Es eso posible? Parece que es compatible recibir dinero sujeto a reformas (hacerlas) y seguir gastando como hasta ahora. Iglesias habla de «condicionalidad blanda». Sánchez promete su agenda «inclusiva, verde, justa, resiliente y digital». ¿Y si suceden las dos cosas?. Que haya reformas (pensiones) y que el Gobierno tenga, como no puede ser de otro modo, autonomía para sus políticas. A Europa le interesa que devolvamos el dinero (reformas, pobretería) y paz social con una izquierda sin hombres de negro en la chepa (dicho esto sin segundas).
Quizá ganan todos. Se cuadraría el círculo bruselense-ibérico en algo que abraza con gusto la clase política española. Consumido el pasado (privatizaciones) y el presente (fisco y corrupción), la deuda ha servido para aplazar sobre las futuras generaciones los ajustes que no hacemos. Que sea el futuro quien apechugue con nuestro Estado Autonómico, irreformable, y con esta combinación alterna de neoliberalismo e izquierdismo clientelar. Lo que hubiera de contradicción no se resuelve, se mete debajo de la alfombra, que es la deuda, y se les endilga a hijos y nietos. Decidimos un poco menos (¡Más Europa!), y en lo que decidimos, decidimos por ellos. Somos yonquis. Vendemos la joya de la abuela, le quitamos al niño los ahorros de la universidad y al vecino le damos las llaves del coche.