Los cartujos también se equivocaron
Te dieron carne en cuaresma y lo remediaste
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Ave, San Hugo:
Ave, San Hugo:
Sabes que te tengo fe desde que una gavilla de mozuelos te hicimos patrón del gremio del balompié guiados por las enseñanzas de un estudioso de tu vida y obra allá en Fuentesblancas. Me postro ante ti y te pido consejo e ilumines mis torpes entendederas para intentar acometer lo que consideres de provecho para la perduración del espíritu del juego que tu empezaste a emperejilar y que en este siglo anda inmerso en detestables prostituciones que amenazan sus auténticos principios y esencias.
Pido tu venia para que facilites un Varicidio, no por mano individual, al ser de imposible ejecución, sino por juntamiento de hombres sensatos que aparten este caprichoso VAR de nuestra nación y lo sustituyan por otro más en sus cabales alejado de los arrebatos de orates soberbios que tanto desasosiegan a los que amamos el juego que tan grato te es. Sabes que hay otras geografías donde las cosas sujetas a interpretación, Derecho, Democracia, Biblia, este VAR... se llevan con más mesura que entre nosotros y esa mesura te pido nos traigas.
No viene la petición a cuenta de nuestros dos príncipes, el de Madrid y el de Barcelona, nunca ahítos de favores y beneficios y siempre con un llorar indigno en exigencia de sus privilegios. No. Pido tu mediación por las cuadrillas y pelotones más menesterosos que padecen la tiranía de una secta que amenaza con la infalibilidad de un Papa caprichoso al que han bautizado con nombre como de peste: VAR. Y en verdad es peste moderna que emponzoña el entendimiento y atrofia el correcto discernir.
Mira, San Hugo, yo creo que es todo artificio y que tras el asqueroso plañir de los príncipes están los amos del espectáculo que quieren convertir el balompié en una novela de misterio en la que lo misterioso aparece vestido cuanto más absurdamente mejor. Ahora el vulgo gusta de la sorpresa y en su espera se agazapa en los mullidos cojines del gran salón de su casa y se emociona con lo insólito que casi siempre está fuera de las reglas, pero dentro de una artefacto que se llama televisor. A los vascones de la raya con Francia el VAR los tiene amargados. El último lunes un tocayo tuyo, Hugo Duro, ariete del pueblo de Getafe, pisó e hizo daño a Le Normand, un defensor de la Donostia, mozo que no hay jornada que no sufra condenación. El juez de la disputa sancionó como pena máxima lo que todo el mundo vio como infracción de tu tocayo. Confusión aceptable. Lo que no es aceptable es que el VAR, supuesto corrector infalible no remedie la sentencia a todas luces injusta. No pasó un solo día y el VAR, envalentonado por el azuzar sanguino de locutores y el perverso guion escrito para “endrogar” cabezas volubles probó con el airecillo que suelta un gallego, Santiago Mina, al pasar junto a otro gallego, Daniel Rodríguez. Desacostumbrado este último por llevar años gozando de las brisas baleáricas, se medio desvaneció y ¡zás! el colegiado señaló el punto fatídico. Aquí, el VAR pienso que lo tenía fácil. El señor De Burgos Bengoetxea que no es de Burgos sino de Bilbao bajó a consultas del VAR. Estuvo más tiempo que el que se tarda en consumar un coito, y perdona que hable tan en plata, San Hugo, pero es que la soberbia del señor de Bilbao y el aparato para convertir el balompié en una serie de misterio me desquician. Alcanzaron una extraordinaria audiencia (esto de la audiencia, San Hugo, es cosa a la que se da mucho mérito) y cuando a los seis minutos y pico dijeron: penalty, o sea pena máxima, certifiqué que a los que nos gusta el fútbol nos toman por tontos. Se ríen de nosotros a sabiendas. Quieren que admitamos lo injusto como agradable novedad y se promocionan conductas antirreglamentarias como elementos imprescindibles para el fútbol del futuro. Psicópatas y tarados criminales como uno que dicen Joker son modelos de conducta y se hacen agradables cuanto más matan. Gustan y se ponen de ejemplo por los que nos gobiernan y me temo que eso es lo que persiguen los que han traído el VAR a nuestras casas. Sorprendernos. Cuando el vulgo se habitúe a la sorpresa, pedirá más y más, y a éste desvarío tienes que ponerle tu remedio, San Hugo.
Laus Deo.