miércoles, 8 de julio de 2020

Funerales


Thomas Huxley

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

                Saint-Simon y Comte (por cierto, el de “les morts gouvernent les vivants”) son dos liberales estatalistas cuyo estatalismo palidece ante el del liberalio hispánico, que dice “funeral de Estado” (¡Estado! ¡Estado! ¡Estado!) como quien dice “Pamplona” (¡viva san Fermín!) con una madalena en la boca.

                Aceptar el “funeral de Estado” es aceptar que el Estado se haga cargo, también, de lo nuestro en el otro mundo. ¿Con qué garantía? ¡Con la del Estado! Ahí está la flamante doctrina del Supremo según la cual, si en vida no has separado los poderes (sea lo que fuere para el Supremo separar los poderes, que yo no lo sé), tus restos mortales pasan a ser, con el aplauso liberalio, propiedad del Estado.

                En la guerra, Santayana observó que los ingleses hablaban de la muerte de un modo bastante falso, casi alegremente, “como si se tratara de una excursión a Brighton”. El liberalio español, en cambio, habla de la muerte de un modo bastante verdadero, casi tontamente, como si se tratara de una semana de vacaciones en Gandía, y cree que al decir “funeral de Estado” renueva el triunfo del Estado frente a la Iglesia.
                 
Gott ist tot! –saludará en Bruselas, con guiñado de ojo, Pons, liberalio de frase corta, a los lansquenetes de frau Merkel.
                 
El liberalio se prosterna ante el Estado Providencia socialdemócrata (“¡El Estado es Dios!”) porque lo sabe heredero de la iglesia como institución de caridad que ofrece la salvación merced a su mediación.
                 
El liberalismo político serio es laico, pero no antirreligioso. El liberalio patrio, sin embargo, prefiere declararse agnóstico, término inventado por Thomas Huxley, el “bulldog de Darwin”.
                 
Un agnóstico –decía– es lo contrario de un gnóstico.
                 
Ser agnóstico permite al alcalde de Madrid no tener que explicar por qué sus “rangers” tomaron como si fuera la Colina de la Hamburguesa una misa de Resurrección (¡el triunfo sobre la Muerte, para el creyente!) en la parroquia de San Jenaro, ajustada como un guante al decreto de Alarma.