ABC AL PASO
El Pat Garrett de Valle-Inclán
JULIO CASARES, LA INMORTALIDAD DEL DICCIONARIO Y UN ESCÁNDALO MONUMENTAL
Casares tiene en su haber las dos realizaciones que deparan la inmortalidad, un diccionario interesante y un escándalo monumental: la lectura, lápiz en mano, de la obra de Valle-Inclán, y lo que descubre lo publica en “Crítica profana”, 1916.
–La crítica de un libro es la imagen del mismo a través de un temperamento.
Con su lápiz y su temperamento (el mismo arte cisoria con que García Viñó desplumará los pollos sagrados de la Santa Transición), Casares (¡el Pat Garrett de Bradomín!) halla en los libros de Valle-Inclán la cueva de un perista: el estilo (religiosidad y blasfemia) de Barbey d’Aurevilly; el tresillo de adjetivos, en final de frase, de Eça de Queiroz, de quien traduce “saudoso” (nostálgico) por “suave”; y páginas enteras de las “Memorias” de Casanova.
–Se pronuncia la palabra plagio, y he aquí a la muchedumbre arremolinada y atónita: en realidad, todo esto es sólo nuevo para el vulgo –interviene Rafael Cansinos Assens, “el gran galgo señorial y apolillado de la judería madrileña” que va por las calles, dice Ruano, como un gallo desplumado.
¿Plagio? Nuestra literatura es de rumiantes que se van pasando, de generación en generación, el bolo alimenticio de la raza.
Con Valle-Inclán, precisamente, tiene Ruano “una extraña coincidencia amorosa”. La muchacha le enseña una carta de don Ramón diciéndole que sólo había sentido ser manco aquella tarde en que sólo pudo abrazarla con un brazo.
–Me hizo mal efecto el inocente autoplagio: aquello de no haber podido abrazar más que con un solo brazo lo había dicho ya don Ramón a propósito de la muerte de una hija suya.
Nos queda la pregunta de Casares (violinista, ebanista, diplomático) al periodismo: “¿Ustedes creen que es el lenguaje una guitarra de su propiedad y que pueden poner en ella los dedos como les dé la gana?”
El Pat Garrett de Valle-Inclán
JULIO CASARES, LA INMORTALIDAD DEL DICCIONARIO Y UN ESCÁNDALO MONUMENTAL
Ignacio Ruiz Quintano
Lo que imponía a un becario de los 70 en ABC era echar la firma en el mismo papel que don Julio Casares, que dominaba casi los mismos idiomas, dieciocho, que años tenía uno y que era autor de uno de los dos diccionarios útiles, “el Covarrubias” (Tesoro de la Lengua Castellana o Española, 1611)… y “el Casares” (Diccionario Ideológico de la Lengua Española, 1942).
Casares tiene en su haber las dos realizaciones que deparan la inmortalidad, un diccionario interesante y un escándalo monumental: la lectura, lápiz en mano, de la obra de Valle-Inclán, y lo que descubre lo publica en “Crítica profana”, 1916.
–La crítica de un libro es la imagen del mismo a través de un temperamento.
Con su lápiz y su temperamento (el mismo arte cisoria con que García Viñó desplumará los pollos sagrados de la Santa Transición), Casares (¡el Pat Garrett de Bradomín!) halla en los libros de Valle-Inclán la cueva de un perista: el estilo (religiosidad y blasfemia) de Barbey d’Aurevilly; el tresillo de adjetivos, en final de frase, de Eça de Queiroz, de quien traduce “saudoso” (nostálgico) por “suave”; y páginas enteras de las “Memorias” de Casanova.
–La escena, el ambiente, los personajes, las “sensaciones”, el estilo, las palabras… todo, “todo” está literalmente reproducido. Es uno de esos casos en que, según Bayle, el plagiario se lleva “no sólo los muebles, sino también las barreduras; no sólo el grano, sino también la paja, la cascarilla y hasta el polvo”.
Niega además que Valle-Inclán, “horro de humanidades”, haya podido ser vehículo del simbolismo, que supone erudición, dominio de lenguas sabias, conocimiento de las literaturas inglesa y alemana, entusiasmo por Wagner y un concepto hegeliano del arte que produce, como tendencia, la encarnación de ideas en los personajes, y, como procedimiento, el empleo del símbolo…
Todos los artistas se ponen de parte del genio gallego; después de todo, la república de las letras consiste mayormente en que uno cobra lo que otro escribe.
–Se pronuncia la palabra plagio, y he aquí a la muchedumbre arremolinada y atónita: en realidad, todo esto es sólo nuevo para el vulgo –interviene Rafael Cansinos Assens, “el gran galgo señorial y apolillado de la judería madrileña” que va por las calles, dice Ruano, como un gallo desplumado.
¿Plagio? Nuestra literatura es de rumiantes que se van pasando, de generación en generación, el bolo alimenticio de la raza.
Con Valle-Inclán, precisamente, tiene Ruano “una extraña coincidencia amorosa”. La muchacha le enseña una carta de don Ramón diciéndole que sólo había sentido ser manco aquella tarde en que sólo pudo abrazarla con un brazo.
–Me hizo mal efecto el inocente autoplagio: aquello de no haber podido abrazar más que con un solo brazo lo había dicho ya don Ramón a propósito de la muerte de una hija suya.
Nos queda la pregunta de Casares (violinista, ebanista, diplomático) al periodismo: “¿Ustedes creen que es el lenguaje una guitarra de su propiedad y que pueden poner en ella los dedos como les dé la gana?”