martes, 13 de septiembre de 2022

Salsa de Chile


Constitución Federal 1787

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Allá por el 51, Schmitt, fundador de la ciencia del derecho constitucional, anotaba en su glosario: “Las constituciones escritas actuales son novelas utópicas. Comienzan con la frase: todos los alemanes son iguales ante la ley. Bello comienzo de una novela”.


    El domingo Chile devolvió a los corrales su constitución roja, puro chile de árbol, desperdiciando “la oportunidad histórica de apoyar una constitución moderna, feminista y ecologista; la oportunidad de abrir las grandes alamedas y fundar un nuevo Chile”, en palabras de Yoli, vicepresidenta del gobierno español, el mismo que va por la del 78 como Edwin Moses por las vallas de atletismo con el aplauso de la “leal oposición”, expresión cuyo origen y significado ignora Feijoo.
    

De lo de Yoli no te puedes reír porque habla como todos los periodistas, tertulianos y profesores de su generación, que cascan y cascan de constitucionalismo sin haber posado jamás la vista sobre una línea de Schmitt o de Friedrich (el otro Carl). De mi generación tampoco sé de ninguno que lo hiciera, pero alguno te sabía citar la majadería de Araquistáin en la del 31, “España república de trabajadores”, rizoma, ay, de la frase paulina “si no trabaja, tampoco debe comer” recogida en el artículo 12 de la Constitución de la Urss del 36.
    

¿Por qué se hacen constituciones como novelas? Para que no sean constituciones. La democracia representativa no es más que un sistema de gobierno con la ley de la mayoría, y en defensa de la minoría se establece una Constitución que constituye los poderes del Estado divididos y separados, sin lo cual no hay Constitución. La única Constitución que lo hace es la americana, una obra de ingeniería política para impedir el poder sin control (dictadura): un poder vigila al otro y el ciudadano duerme tranquilo. Esa Constitución es un obstáculo insalvable para cualquier ambición de mando “a la europea”: los fundadores la blindaron con la Corte Suprema contra los dos peligros comunes, el afán de innovación y la omnipotencia legislativa (ellos habían salido huyendo del muy liberal y muy totalitario parlamentarismo inglés).


    Echar abajo la Constitución (en nombre de la innovación y del pueblo –omnipotencia legislativa–) es el objetivo declarado del partido Demócrata, que promovía al endriago chileno y cuyo activismo transformador ha hecho suyo, para superarlo, el chascarrillo de De Lolme, según el cual el Parlamento británico lo podía todo menos convertir una mujer en hombre.


    –La Constitución está rota y no debe ser vindicada –titulaban el otro día en el NYT dos pájaros de cuenta, profesores de Derecho en Harvard y Yale.
    

Su mensaje golpista: “No hay que recuperar la Constitución de los Estados Unidos, sino recuperar a los Estados Unidos del constitucionalismo”. Fuera la Corte Suprema, fuera el Senado, fuera la ley electoral y fuera, en fin, la democracia representativa nacida de la Constitución Federal del 87. Fin de época. ¡Como para hacer risas con Yoli! 

[Martes, 6 de Septiembre]