A Savater
Misa el día de la Merced
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Anoche a las doce se escuchó en mi barrio un repique de campanas alegre y
optimista para recordarnos que entrábamos en el día de la Virgen de la
Merced. El campanero de la Iglesia de mi barrio sabe que la Merced es la
virgen de los presos y que tal día como hoy se llevaba a la cárcel
vieja en procesión, pero el campanero de mi barrio no sabe de leyes ni
quiere saber.
Hubo un tiempo, hasta 1995, en que el Código Penal procuraba igualar a
los penados. Un artículo que los hacía iguales era la redención, caridad
distributiva grata a los ojos de la Virgen y de doña Victoria Kent
y que contaba con la indiscutible aportación de la ciencia matemática.
Por cada dos días se regalaba uno de redención, siempre que no hubiera
sanciones disciplinarias. Dos años cumplidos en prisión se convertían en
tres efectivos y así todo reo tenía sus cuentas claras. La redención se
interrumpía por sanciones, tal que los etarras, siempre en primer grado
y negándose a realizar trabajos mecánicos: barrer el patio, por
ejemplo.
El sistema no gustaba a los juristas y políticos de progreso, por lo que confabulados con una emergente plaga de psicólogos y psicólogas hicieron imprescindibles a éstos en las cárceles para que acomodaran las penas y los beneficios penitenciarios a lo que conviniere políticamente.
Los directores de las prisiones suelen ser señoras y a la vez
psicólogas. Uno de los subdirectores es casi siempre psicólogo o
psicóloga y a las Juntas de Tratamiento asiste el psicólogo o psicóloga
del Módulo. El código del 95 abolió la redención y dispuso que será a
criterio de los Equipos y Juntas de Tratamiento, cuando el interno
alcanzará los beneficios penitenciarios: permiso, tercer grado,
condicional... Luego pasa que un señor condenado a cuatro años de
condena puede salir a los seis meses de la cárcel y dormir
tranquilamente en su casa con una pulsera telemática, porque el Equipo
de Tratamiento, donde siempre prevalece la opinión de los psicólogos o
el jurista, cree que se lo merece, y que un señor condenado a un año
pasará 365 días en su celda sin salir ni un sólo permiso porque a la
señora psicóloga no le cae bien el individuo. ¿Por qué son más injustas
las matemáticas para todos los reos, románticamente llamada redención,
que la opinión de cuatro señoras vegetarianas, defensoras de las
ballenas y oidoras empedernidas de cedés con canto de gorriones y piar
de golondrinas?
Cada vez tiene menor sentido el repique de campanas de la noche del 22 de septiembre. La Señora del Zumbacón, mi barrio en Córdoba, lo sabe y llora cuando la sacan a pasear, afligida y pesarosa de cómo han arrebatado de su redentor manto a sus mas queridas criaturas. Lo peor es que se ha hecho con el consentimiento de los, en teoría, hombres más justos de la nación.
[Publicado el 24 de Septiembre de 2014]