jueves, 22 de septiembre de 2022

Vida del pintor Bonifacio. Las pavesas de Rubens I


BONIFACIO

Turner, 1992

Ignacio Ruiz Quintano

 

CATORCE
Las pavesas de Rubens I


Un pintor atado a una galería, igual que un escritor atado a un periódico, es como un Pegaso atado a un arado. Quizá por eso, en Cuenca, Bonifacio pinta lo que pinta, y digan lo que digan.

Bonifacio pinta en una habitación con vistas al monumento insalvable del Corazón de Jesús, que es un monumento de lesa estética contra el que Bonifacio se levanta como una torre de coraje, Hay que volarlo, les dice a sus amigos nada más llegar a Cuenca, pero nadie le hace caso.

La fiesta del Corazón de Jesús se celebra el viernes de la segunda semana de Pentecostés, y, según un cura que conoce de la Plaza Mayor, pone de manifiesto a los fieles lo mucho que los ama el Corazón de Jesús, y así lo confirman los éxtasis y las visiones de santos tan principales como Santa Catalina de Siena, Santa Gertrudis, San Juan Eúdez, Santa Margarita de Alacoque o el mismo padre Hoyos.

A su casa llama una dama postulante:

-El emblema del Sagrado Corazón, abierto, sangrante, llameante y coronado de espinas, recorre el mundo triunfalmente. Correspondamos a su inmenso amor manifestándole el nuestro en este día y contribuyendo a su mayor gloria por todos los medios a nuestro alcance.

Bonifacio se convence entonces de que no va a valer la pena de volarlo, porque, llegado el caso, volverán a levantarlo.

Además, con el tiempo, también Bonifacio acabará acostumbrándose, y se acuerda de cuando era torero y andaba por los pueblos con una Virgen en una estampa de cuatro hojas cosida a la casaquilla, y así hasta que comenzó a leer a Darwin y visitó el Museo del Hombre, con aquellos dos esqueletos, “uno de chimpancé y otro de hombre”, que, vistos así, le hicieron pensar “que esto, en general, no lo ha hecho un tío en una semana”.

La verdad es que a los vascos, dice Bonifacio, tienen fama de comerse los santos por los pies: “Pero, claro, ves la vida –explica–, y hay que trabajar, porque rezando no te da nadie nada”. Con lo cual se desvanece la fe de Bonifacio.

Hechas las paces con el Corazón de Jesús –“Vos allá, y yo acá”–, Bonifacio, con el pincel en una mano y con el espetón en la otra, empinado como un Tártaro en su morada conquense, emprende una obra formidable que lo mantendrá ocupado durante veintidós años.