jueves, 29 de septiembre de 2022

Vida del pintor Bonifacio. Los animales geométricos II

 


BONIFACIO

Turner, 1992

Ignacio Ruiz Quintano

 

DIECISIETE
Los animales geométricos II



De noche, Bonifacio baja a la ciudad, descolgándose de las Casas Colgantes.

En la ciudad, la falta de bullicio mantiene a los habitantes de esta pictórica y pintoresca corte de los milagros obsesionados por dos problema: el aburrimiento y la promoción.

En la plaza Mayor, los artistas se distinguen por vestir con desaliño, con lo cual adquieren un toque de excentricidad uniforme que hace más insoportable la vida de mentidero, y muchas noches Bonifacio se pregunta si no habrá salido de casa sólo por no ver el monumento del Corazón de Jesús.

Fuera de las horas del almuerzo, Zóbel acostumbra pasear por esa plaza en solitario, arrastrando sus enormes zapatos entre los niños que juegan al fútbol, y un día les concede una subvención infantil para que hagan un equipo y dejen de molestar a los artistas que cotorrean de pintura y a los curas que repasan el breviario.

Después de veintidós años de paseos por la plaza Mayor, no es difícil llegar a la conclusión, como Bonifacio, de que “aquí todos están locos”, y menos si una noche, de repente, lo apalizan a uno alevosamente “por su cara de vasco”. Eso le ocurrió en Cuenca a Bonifacio una vez que había campaña electoral.

Bonifacio fue asaltado por un hatajo de novicios fascistas que, en su esfuerzo por presumir de fieras peligrosas, lo sorprendieron en un callejón, a la salida de una juerga, voceando como los bisontes y afectando la gallarda estampa de los hurones. Era un 20 de noviembre, y pagó por su cara de vasco, cuando en toda Cuenca no había más de tres: un futbolista, el cura de la Renault y él, que esa noche andaba con la pena a cuestas porque acababa de enterrar a su perra Guacha, una sabuesa de casta para la montería. Bebió y juergueó en compañía de Arturo Ballesteros y Eduardo Torallas para celebrar el encuentro con Paco Fonseca, hasta que, de vuelta a casa, cayó en la celada del callejón, donde no tuvo ni tiempo de pedir confesión. Permaneció en el hospital durante dos semanas y fue indemnizado con sesenta mil pesetas porque uno de los asaltantes, presumiendo de haberle dado una paliza a un vasco, acabó en el banquillo.

Para Bonifacio, hace tiempo ya que la ciudad sólo es el sople.

Aquí, los artistas cada día ganan menos y gastan más, porque la ciudad, prestigiada por los artistas, se ha convertido en una ciudad cara.

Lo curioso es que Bonifacio, que no se ha ido antes de Cuenca por el amor de una mujer, sólo se irá de Cuenca por el amor de otra mujer.


 


En brazos de su madre