Minerito, de José Escolar
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Enésimo tocomocho de la “corrida concurso”, ese engendro que no se sabe para qué sirve ni de qué va. Si honradamente alguien ha estado en una corrida concurso que haya merecido la pena, que lo diga. Yo recuerdo, puestos a bucear, una en Valverde del Camino, hace ahora diez años, veintiuna entradas al caballo, Ferrera y Rafaelillo dispuestos a dar una tarde de lucimiento a los toros, picadores deseosos de obrar con rectitud y los toros poniendo el argumento de peso en una gran tarde de toros.
Bueno, pues de eso en la de Madrid de hoy, nada de nada. Unas rayitas pintadas en el suelo nos avisaban de que presumiblemente la tarde no era una tarde más, por mucho que luego la realidad viniera a recordarnos que esta tarde era otra tarde como tantas otras: una especie de limpieza de corrales de fin de temporada por la parte ganadera y tres toreros de la parte económica del escalafón redondeaban una convocatoria de las que, por poca gente que pase por la taquilla, ya hay previsión para la Empresa de que los ingresos van a estar por encima de los gastos.
Seis toros de diversas hechuras y pelajes, de las ganaderías de Juan Luis Fraile, Fermín Bohorquez, Pallarés, José Escolar, La Palmosilla y Sobral para Javier Castaño, Rubén Pinar y Gómez del Pilar eran los atractivos que moverían a las gentes a adquirir los boletos y la verdad es que hubo poco movimiento: el 7 lleno de gente y la habitual desbandada por el resto de los tendidos era el aspecto que la Plaza ofrecía cuando el alguacil don Francisco Javier y la alguacililla doña Rocío a lomos de sus jamelgos tordos despejaron la Plaza, ya de por sí totalmente despejada, y encabezaron el paseíllo de los matadores y sus cuadrillas.
El tono de la tarde se percibió ya con el graciliano Gañanito, número 84, largo, fino y serio, de impecables pitones, ante el que se produjo la debacle banderillera con doce o catorce entradas resueltas en pasadas en falso, clavadas impares y capoteos nerviosos. El toro metía miedo, es natural, y por eso estábamos en la parte de arriba los que pagamos y en la de abajo los que cobran, que si cobrasen por la calidad de su actuación y su torería hoy el sueldo habría sido calderilla. Tras el mitin banderillero vino la primera estación de penitencia de Javier Castaño, desconfiado y desdibujadísimo. No es que Javier Castaño haya sido torero de levantar grandes pasiones, pero hubo una época en la que, con una gran cuadrilla a su servicio, era capaz de redondear un completo espectáculo que, aunque siempre quedaba desdibujado en el último tercio, solía dejar una agradable sensación en los paladares. Hoy, con una cuadrilla de lo más normal, llega al toro sin run-rún triunfal, lanzando hacia el tendido la imagen de que idéntico temor al que han pasado sus peones hace un rato es el que él tiene en ese momento final del vis a vis con el burel. El graciliano no regala nada, impone mucho y en seguida se da cuenta de que, puestos a mandar, manda más él que el que le va a matar. Difícil acuerdo el de los dos actores sobre la arena, con el de negro sabiéndose el amo, hasta que el de oro decide irse a por el estoque. Para redondear su tarde horrible el segundo de su lote es Minerito, número 10, de José Escolar, puro trapío, un precioso toro de imponente cabeza, seriedad por los cuatro costados, que casi desde el primer capotazo, o acaso en el segundo para ser exactos, se orienta perfectamente sobre la existencia de un señor que maneja esas telas de vivos colores y se fija como objetivo buscarlo y hallarlo. Minerito es listo y se entera de lo que pasa, y lo que le hacen tampoco es que sirva para desengañarle de sus intenciones. Le pegan en varas lo que pueden, se le banderillea de manera menos mitinesca que al Fraile que hizo primero y cuando llega el momento de vérselas a solas con él, Castaño no es capaz de dar un solo pase de castigo, un solo pase de sometimiento, sino que se obstina en resolver los mantazos por alto y sin el más leve asomo de poderío, con lo que el pupilo de Escolar va viniéndose arriba, al no recibir quebranto. Más pronto que tarde, sin haber intentado siquiera lidiar al toro, se va Castaño a por el estoque dejando un espadazo entero de chamba que hubo de ser refrendado con innumerables descabellos plenos de desconfianza. Creo que habría brillado más con este imponente lote el hermano de Castaño, Damián, que anda muy suelto con ganado duro, y de entre los de la tarde, Rubén Pinar, que posee mejor oficio, como demostró en aquella inolvidable faena al toro de Guardiola.
A Rubén Pinar le salió el lote bueno, lo cual no quiere decir que fuese el lote que a él le venía al pelo para su triunfo. El primero, Reducido, número 47, muy armonioso y en el tipo de Murube hizo que Pinar sacase su faceta más ajulianada, de donde abreva su tauromaquia; anduvo inteligentemente con el toro, no metiéndole presión para que no se cayese tanto, y con más uso de la zurda que de la diestra. La faena no consiguió entusiasmar a la cátedra por ventajista y la remató de una muy buena estocada en corto, de lenta y perfecta ejecución. Su segundo fue el de La Palmosilla, Brasero, número 38, un novillote adelantado y sin maldad que demandaba más toreo que ventajas y que no dio un solo quebradero de cabeza al matador. Pinar volvió a julianear todo lo que quiso a base de echar la pata atrás y de ir prodigando sus telonazos sin ton ni son y desaprovechando las embestidas que el toro le regalaba. Varias veces fue sorprendido por la embestida del toro antes de citarle, cosa de la mala elección de la distancia, y poco a poco fue viendo como las palmas iniciales se iban tornando en censuras a medida que el respetable se iba dando cuenta de que el toro se iba sin torear. Lo tumbó de otra certera estocada de buena ejecución, que cayó un poco contraria. El toro protagonizó un espectacular derribo de Puchano y dos conatos de lo mismo, más debidos a que el varilarguero no estaba pegándole que a la pujanza del toro.
A Gómez del Pilar le salió el santacoloma Pantera, número 92, y se lo llevó a los medios por verónicas, luego dos medias y una larga cordobesa en el mismo platillo, que es la cosa de más sentimiento que se ha visto en la tarde. Juan Manuel Sangüesa le practicó una sangría desde el penco de las faldillas y Pantera comenzó a perder la sangre, la vida, a chorros de manera ostensible. Otero dejó dos pares de buen peón, subrayados con una acaso exagerada ovación, Gómez del Pilar se dispuso a torear a un animal que se iba muriendo por momentos hasta que se echó exhausto al suelo. Lo levantaron como pudieron para que el matador pudiese clavarle el estoque, pero la muerte a plazos del toro estaba explicada en los charcos de sangre que había ido dejando en los diversos lugares de la Plaza en los que había estado. Para final del festejo salió un espectacular toro ensabanado de Sobral, Cebadito, número 55, que salió de naja en la primera vara y algo menos después. No sirvió la brega de Ángel Otero para mejorarle y, entre lo fría que se iba poniendo la tarde y la presunción de que allí estaba ya todo el pescado vendido, Gómez del Pilar optó, sabiamente, por acercarse a la barrera a por el acero de verdad y dar por finalizada la tarde mediante tres pinchazos y una estocada que entró entera dentro del toro.
El premio del concurso se lo dieron al de La Palmosilla, pero el mío particular es para la fiereza salvaje e inteligente de toro de José Escolar.
Guernica con cocacolo
ANDREW MOORE
Del Pilar y el santacoloma Pantera
FIN