Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Madrid, Atlético y Barcelona se juegan a una carrera de sacos la que, al decir de la propaganda, pasa por ser la Mejor Liga del Mundo.
–¿En hierba o en tierra batida? –me pregunta mi portero, que se aficionó al tenis en la edad de la pérgola, cuando los nuestros perdían porque, siendo buenos en tierra batida, los ponían a jugar en hierba, o siendo buenos en hierba, los ponían a jugar en tierra batida.
Yo salí huyendo del tenis porque no concebía un espectáculo en que basta con mirar al piso (¿hierba o tierra batida?) para saber quién ganará, y donde sólo les está permitido gritar a los que cobran, que son los jugadores.
Y en éstas, llegó al fútbol Guardiola, un payés como aquel amigo de Pla que en el café, cuando la guerra del 14, señalando con el dedo a un mapa, dijo que ya sabía quiénes ganarían. “¡Estos!” “¿Y eso?”
–Porque les coge cuesta abajo.
Guardiola sabe quién ganará al fútbol por la altura del césped.
–¡Ah, la “mamma”! –suspira Pla en una de aquellas entrevistas que hacía Soler Serrano–. En Cataluña todo el mundo quiere tener la madre. Y pasar el rato, y comer, y sobre todo hacer lo menos posible.
Guardiola ha encontrado en el césped a la “mamma” de todas las batallas. O de todas las ordalías, dirá ahora, para hacer ver que se le ha pegado algo de Alemania. La ordalía del combate, decía la Historia, es común a los germánicos y servía como piedra de toque del honor.
El punto de encuentro para tales combates conocido como la Tabla Redonda del rey Arturo es… ¡un círculo de césped! Arturo, pues, es Guardiola, y Xavi, su Perceval, ahora peregrino por los desiertos de Catar en busca del Santo Grial, que es el césped.
Mommsen nos cuenta que en el ejército romano se daba a su general una corona de césped, “corona graminea”, insignia rústica con que se adornaba todo soldado que, por su bravura, había salvado una división.
Guardiola no ganará la Copa de Europa con el Bayern de Munich, pero conseguirá que retiren de la circulación el Balón de Oro para imponer la Corona Gramínea al mejor futbolista del año.
Los italianos, que dominan el arte de la exageración, ya han anunciado en “La Gazzetta dello Sport”, bajo una imagen de Simeone caricaturizado de Ché, la bula de la nueva guerra santa: “Il cholismo e la rivolta contro il tiqui taca”.
Da igual que el “tiqui taca” fuera un entretenimiento de entrenamiento de Marcel Domingo, de quien lo aprendió como futbolista Luis Aragonés, que, forzado por la necesidad que le imponía un grupo de españoles bajitos, lo puso en práctica como entrenador en la Eurocopa de 2008, donde España pitufeó a sus adversarios hasta la traca final. En aquel quipo había tres titulares del Barça, pero Guardiola, con la explosión del enano supremo, se apropió del sistema, y el aparato de propaganda hizo el resto: el tiqui taca vino a ser la expresión futbolística de la socialdemocracia europea, muermo de una cultura sin valores verdaderos que toca a su fin, con Guardiola vendiendo alfombras en Manchester.
–Si no los miras y oyes sólo el ruido del balón, parece una canción –le dijo Roura, el entrenador de rondos (el rizoma culé) de la Masía, al Tato Martino cuando llegó.
O sea, “Els Segadors”.
EL ÁRBOL MADRIDISTA
Ahora mismo, el Barcelona sigue siendo un rizoma de rondos, pero el Madrid empieza a ser como un árbol de Navidad en mayo (el Madrid es ganar en primavera, decía don Santiago Bernabéu), con Casemiro haciendo de pino, Bale haciendo de Estrella, y los demás haciendo de bolas más o menos brillantes. Dos meses atrás, la prensa quería echar de Madrid a Bale porque era un fichaje personal del presidente, porque no acababa de chanelar el cheli de Ramoncín y porque, además, hacía sombra a Cristiano. Hoy es el jugador que no deja que el Madrid pierda de vista ni la Champions ni la Liga: su gol en San Sebastián (un gol de “wrecking ball”) fue un cartel de toros (¡oh, la vieja estética!).