Ambientazo a las siete menos diez
José Ramón Márquez
Al llegar a la Plaza nos enteramos de que nos podemos ir despidiendo de la corrida de Margé, que no han pasado el reconocimiento veterinario y que au-revoire dijo Voltaire. Sorprende la minuciosidad con la que a veces la ciencia veterinaria ventila sus arcanos. En esto, como en tantas cosas de los toros, impera sobre todo el rumor y la oscuridad y, al final, sólo nos quedamos con la idea de que la exigente vara de medir de los profesores veterinarios de Las Ventas no ha dado como aptos a los animales que se propusieron a su eminente dictamen. Como aficionado queda la duda de si un ganadero que se ha comprado lo de Concha y Sierra y lo de Javier Molina será capaz de enviar al sanedrín de la ciencia animalística un encierro de corta presencia, imposible de aprobar, para el preciso día en que su vacada va a tomar antigüedad, o si más bien los científicos han decidido colegiadamente sacar con el francés el pecho que no sacan con los nacionales v.gr. con los Valdefresno, sin ir más lejos. Lo triste es que hemos perdido la ocasión de una de las corridas que esperábamos con cierto agrado y ahora nos entran sudores fríos de pensar con qué la pueden sustituir.
Hoy llovió a modo, pero a modo. Como es natural no hubo tiempo para cubrir la Plaza con las lonas azules ésas que ponen sobre el redondel y todo el agua que cayó en Madrid durante la noche y la mañana se fue directamente a la arena, que por un momento volvió a ser aquella arena de río de cuando la sacaron de la gravera. Cuando entramos a la andanada el ruedo parecía el terreno en el que se van a construir unos chalets pareados y un centro comercial, todo surcado por huellas de tractor y del dumper que guardan bajo las arcadas, y con unos obreros esforzándose con palas en el barrizal del que sacaban puches de barro que vertían en el dumper. También entraba un tractor por la puerta de caballos, guiado por un experto y fornido joven que con unos toques magistrales de su mano derecha vertía porciones de arena sobre el fango con gracia y conocimiento. Así se pasó el tiempo hasta que salieron las cuadrillas, evaluaron el estado de los lodos y tomaron la decisión de que sí se toreaba. A las siete y veintiocho minutos salieron los alguaciles y, un poco después, se inició el paseíllo en el que Juan Bautista, Morenito de Aranda y José Manuel Más se deslizaron por el barrizal hasta los pies de la Presidencia, que hoy ostentaba don Trinidad López-Pastor.
Para esta poco agradable tarde de domingo las mentes pensantes de la razón social Taurodelta S.A. habían adquirido seis toros de la ganadería de Montealto. Son estos los mismos que el año pasado echaron una interesante corrida, el día 2 de mayo, en la que Morenito tuvo un triunfo fuerte. Montealto coloca sus ancestros en la juampedrez que viene de Algarra y de El Ventorrillo, pero dudo enormemente que alguno hoy fuese capaz de encontrar evidencias de esa juampedrez en los seis que salieron por chiqueros, ni por tipo zootécnico, ni por conformación córnea y casi ni por capas. Si don Agustín Montes, representante y propietario de Montealto S.L., quería llevar su labor ganadera hacia los senderos del toro artista podemos hablar de un sonoro fracaso; si lo que pretendía era contradecir a Domingo Ortega y demostrar que partiendo de la deleznable boyanconería se puede retornar al toro no colaboracionista, su éxito es indudable.
Montealto S.L. ha mandado a Madrid una corrida como si dijéramos en dos registros, tres y tres, con más volumen los tres últimos, seria, ofensiva y bastante exigente. Al menos el cuarto, el quinto y el sexto tenían bastante que torear. En el quinto y en el sexto, además, había que sobreponerse a su presencia de toros muy serios y cuajados: un trago estar ahí abajo. El primero, Venturoso II, número 38, fue un toro bastante noble que pedía la distancia larga, toro que acometía a la muleta con un bonito tranco y que prometía triunfo en la suavidad de su embestida; el segundo, Capirote, número 56, era menos claro que el anterior, pero también estaba para torearle a cambio de pisarle el terreno y de mandarle; el tercero, Lirio II, número 74, un gordito, no planteó especialmente dificultades, siendo bastante dócil y sin dobleces; el cuarto, Caracol, número 42, era un tío que pedía los papeles ante el que había que tener las ideas bastante claras para entrar en el tipo de pelea que el toro estaba pidiendo, a base de firmeza y coraje. A este toro lo picó con sobriedad y maestría Paco María agarrando dos buenos puyazos bien colocados y aguantando con vigor los embates del animal; el quinto, Novillero, número 65, era toro para Damaso, que lo hubiese desengañado a base de su temple y su poderío y nos hubiese dejado una faena de recordar: el bicho no se fiaba ni de su sombra y se hizo el amo del ruedo; el sexto, Farruco I, fue también un toro exigente que demandaba decisión y oficio a quien se pusiese frente a él.
Juan Bautista se abrió de capa con gracia en su primero dejando unas verónicas de buen trazo. Entendió perfectamente las condiciones del toro y le planteó el trasteo en los términos que este demandaba. Si bien es verdad que torea algo despegadillo, es acaso mucho más importante reseñar que trató de cruzarse con el toro, de ofrecer el medio pecho y de encaminar su faena por los registros del toreo serio. Cuando toreó hacia adelante, cuando se metió en el viaje le salieron los mejores muletazos de su faena, especialmente una hermosa serie de redondos de gran verdad, y cuando se achantó y cedió la posición, la faena bajó de intensidad. Mató a recibir y es realmente una pena que la espada quedase un poco trasera y el toro tardase en doblar. Se le pidió una oreja y no hicieron falta cucamonas de los mulilleros ni de Calderón para que el Presidente sacase el moquero. En su segundo la cosa cambió de manera radical: ni el toro era tan claro como el otro ni el torero vio, o acaso lo vio y no quiso hacerlo, la pelea que debía proponerle al tal Caracol. El resultado fue una victoria pírrica del toro, ante el cual puso Juan Bautista argumentos de mucho menos peso que los que puso el toro.
Morenito tiene parroquia en Madrid. Es uno de esos toreros que Madrid tiene medio prohijados y siempre lleva a favor una corriente de simpatía entre los del público. En Sevilla la impresión que dejó con los Victorinos del día del infausto indulto no fue buena y hoy ha refrendado esa impresión tirando a pobre. A su primero lo lanceó con ganas y acaso eso sea lo mejor de su tarde, que apenas tiene más cosas de reseñar que lo correspondiente a la sección de sucesos: la paliza que le metió su primero cuando le toreaba bien por fuera y yendo el toro a su aire, que al ver el cuerpo del torero hizo por él dejándole el vestido como unos zorros y con una paliza como si te atropella en 27 al cruzar La Castellana. Los argumentos de Morenito fueron de poca consistencia en lo esencial, basando su trasteo en la ventaja, el cite transversal (decimos esto porque suena más moderno que lo del pico) y el no estar en el viaje del toro, y por otra parte de desparpajo demagogo en lo no esencial, en las trincherillas o los ayudados por bajo que a muchos hacen gritar: “¡Bieeeennn!”. Si añadimos esa costumbre suya tan poco elegante, que en Sevilla con su silencio es pecado, de estar bramando al toro a base de ¡Aaaaaaaaa! ¡Uuuuuuu! ¡Aaaaaaaaa!, la cosa no pinta nada halagüeña. Si a su primero lo llega a matar rápido seguro que le hubiesen dado la oreja del “pecunia doloris”, pero no hubo lugar porque se espesó mucho con los aceros. En su segundo, igual que Juan Bautista, sus habilidades taurómacas estuvieron bastante por debajo de las del toro. A los puntos ganó el toro y la parroquia, injusta y partidaria, le pegó una ovación al de Aranda.
Y José Manuel Mas. Nunca debería haber venido a San Isidro habiendo toreado el año pasado una triste corrida. Mas fue un novillero de relumbrón -y con esto no quiero decir nada de la de mañana- y por lo visto esta tarde no está en condiciones de estar en San Isidro, salvo por asuntos empresariales de abaratamiento de carteles. Hoy estaba en la Plaza Mariano Jiménez, co-apoderado de Juan Bautista, que podría explicarle bien lo que es venir a Madrid desesperado sin apoderado ni contratos y salir triunfador de una Feria a base de redaños, denuedo, ansia y necesidad. Mas dejó una pobre impresión en sus dos toros y encima el segundo se le fue vivo al corral.
Decíamos de la paliza de Morenito, pero el que hoy se llevó la del pulpo fue el pobre de José Manuel Zamorano que huyendo del segundo se dio un tremebundo pechazo contra las tablas de la barrera y que, en otro lance de la lidia, cayó de plano al callejón, cual planchazo de piscina. Hoy no fue su día.
Ambientazo a las siete menos ocho
Ambientazo a las siete menos cinco
Preparando el barbecho
Primer paseo
Segundo paseo
El toro y el perrito
Díptico del perrito
Pasa la tarde
Alfa
Jarocho y las inclemencias
Final