martes, 31 de mayo de 2016

Vigesimosegunda de mi Feria. Adolfos de todo un poco, con Rafaelillo casi en Machaquito


 Adivinanza
¿Cuál de estos dos tiros de mulas calderonas (de Calderón)
 privó de oreja a Rafaelillo por acudir al arrastre al galope tendido?


José Ramón Márquez

Si hay que decir que la corrida de Adolfo Martín Andrés, ganadero de Galapagar, no nos ha gustado se dice y no pasa nada. En esto, como en tantas otras cosas, conviene matizar lo suyo, porque no es lo mismo decir que no te ha gustado la de Adolfo a decir que no te ha gustado la del Vellosino, que son dos magnitudes distintas, lo que va del respeto a la irrisión. Conviene decir que hay aficionados muy adolferos que creen ver en él la pureza que perdió Victorino no se sabe cuándo y siempre esperan más de los adolfos de lo que la vacada o los conocimientos del ganadero pueden dar de sí. Creo que tampoco hay aquí un adecuado punto de comparación, porque Victorino es, sin lugar a dudas, uno de los ganaderos más importantes de la historia, y Adolfo no. Tampoco pasa nada por ello, Adolfo ha soltado en Madrid toros muy estimables, que avalan con suficiencia el interés con el que se le espera, y Victorino echó la corrida del 82 con la que dejó el listón a un nivel que nadie ha conseguido superar.

Viene a cuenta este contrapunteo entre el tío y el sobrino por cuanto lo que ha construido la seña de identidad de ambas ganaderías, la de la A y la corona y la de la V en un panal, ha sido la casta, la fiereza, la indoblegable inteligencia de sus toros, la emoción durante los tres tercios, lo imprevisible de las intenciones que se podían encontrar tras esas miradas huecas, y eso es precisamente  lo que más se echa de menos en ambas vacadas, como si la dirección ganadera en las dos casas se estuviese escorando hacia esa mal entendida visión de la bravura que consiste en que el toro se deje hacer de todo sin protestar, sin aprender, sin decir “¡aquí estoy yo!”. La corrida de Adolfo del año pasado en San Isidro tuvo un toro, Baratero, que es el que salvó los muebles del meter miedo, del susto y de la emoción, con el que Manuel Escribano obtuvo un triunfo merecido y ganado a pulso; en otoño del 14 fue Madroño el que trazó la línea para que la cruzase quien se atreviese a ello -en aquel caso, nadie-; hoy, nos ha faltado al menos uno equivalente a alguno de aquellos que nos echase a los labios un poco de esa miel que tan poco dulce resulta a los que se tienen que poner en el ruedo. Sin embargo, como prueba del respeto que infundía el ganado señalaremos que hoy no ha habido rocareyes con el capote, ni pedresinas, ni invertidos, ni manoletinas, ni bernardas, o sea que algo había ahí que decía: “ten cuidado”.

De entre los seis toros ha habido de casi todo, el primero atacado de kilos blandeó de manos y entró tres veces al kevlar; el segundo, muy en tipo de la casa, se metió tres pechazos consecutivos contra los burladeros del 6, del 9 y del 1 y cumplió en sus dos entradas al penco; el tercero, un cinqueño pasado con tipología de zambombo; el cuarto, un toro muy de la casa, cornipaso, estrecho de sienes, largo y alto que también entró tres veces al vis-a-vis con el jaco; el quinto, noblote y al gusto del toreo moderno; el sexto, también estrecho de sienes, fue el de más peso y cumplió en varas. Hay que decir que se ha picado de manera inmisericorde, que eso se debe reseñar, y que se hubiesen agradecido unas lidias más ordenadas. Bregando estuvo de lo más pulcro José Chacón. De entre los picadores ninguno que reseñar por lo bueno, si acaso José Manuel Quinta en el sexto, y eso que teníamos en la Plaza al merecedor del premio al mejor picador de la Feria de Abril, Chicharito, que yo le vi picar y puedo dar fe de que los del jurado que da esos premios deberían emitir los votos antes de los gin-tonic. El primero y el quinto eran de los famosos Aviadores de la casa y es por ello que hoy podríamos decir en resumen que la cosa ganadera fue de mayday, mayday.

En la cosa de los coletudos -postizudos- Rafael Rubio “Rafaelillo”, Sebastián Castella y Manuel Escribano.

Rafaelillo en su primero se equivoca de plano con el toro. El animal tendría sus doce o catorce muletazos, bien lo sabe el murciano, y ésa es la faena que había que hacerle: tres series y, antes de que el bicho se viniese abajo, un espadazo. No hacía falta, y nadie se la habría reclamado, una faena larga que sólo sirve para que se vaya viendo perfectamente cómo se van esfumando las posibilidades de hacer nada de interés. Con el toro tundido a pases y pasado, más que pasado, de faena, la cosa de igualarlo para la muerte se demoró más de lo necesario y le costó lo suyo a Rafaelillo dejarle la espada dentro después de dos pinchazos. Su segundo, Malagueño, número 7, era un toro que movía a equívoco, pues su seriedad y su trapío imponían un respeto enorme, aunque el toro no fuese ni mucho menos una alimaña. El animal no albergaba en su cabeza lo que se dice intenciones asesinas, aunque sí que planteaba problemas. A este toro lo recibe Rafaelillo con un capoteo de mucho dominio y mando rematado con una media que podía haber firmado Machaquito. Rafaelillo ve muy claro desde el principio el registro de valor y de pundonor en el que debe basar su trasteo y consigue construir una faena emocionante, puede decirse que sacados los muletazos de uno en uno, en la que busca la rectitud del toro, aguanta las pavorosas miradas de Malagueño y sus parones, se muestra muy firme en dejar puesta la muleta en la cara del toro y está atento a sus medias embestidas para salirse ágilmente de la suerte cuando el animal alza la cabeza en mitad del muletazo. Consigue confiarse con el toro y entonces le saca algunos naturales de gran emoción. Se adorna a la antigua, rodilla en tierra acariciando el pitón y deja un pinchazo y una estocada desprendida bastante eficaz. El toro, herido de muerte, se va hacia las tablas del 9 donde rueda. A este toro lo había banderilleado muy bien José Mora.

Castella es neotorero, tal cual. No es alguien en quien alguna vez hayamos visto otros planteamientos, otra actitud. Si censuramos al Julián, que hoy prefirió irse a Aranjuez a darse un festín con los cochinitos de Domingo Hernández, por no anunciarse con las ganaderías de respeto, hay que darle a Castella el crédito de estar esta tarde, igual que estuvo el año pasado, con los de Adolfo, que ni es juampedritis, ni es “eliminando lo anterior”. Vaya en ese sentido el aplauso a una llamada figura que hace lo que de ella se espera. El problema es que Madrid -los aficionados estos que nos echamos ahí la temporada entera- no recibe de buen grado el toreo ventajista planteado por las afueras, el exagerado cite con el pico o la postura de la alcayata y eso mueve a la censura, que es lo que le pasó a Castella. Y bien es verdad que él sólo torea así, pero también es verdad que eso en Madrid se tolera poco, especialmente si el toro se para y deja al torero con las vergüenzas de su ventajismo al aire, que es lo que le pasó en su primero, que se enfangó en una faena larguísima, de la que no se veía nunca el final, tirando de oficio. En su segundo, otro trasteo de largo metraje al bobalicón de Aviador I a base de templar, consiguiendo que el toro no tropezase la muleta, y de llevar al toro a una velocidad muy lenta pero sin buscar la posición que hace grande al toreo, la faena es como ver a un pastelero rellenando tartaletas con la masa pastelera, la misma cantidad de crema, ni una gota fuera, pero ni medio gramo de emoción o de pasión.

Escribano es el torero al que más veces llevamos visto este año. Se empeñó en sus pares de banderillas con todos sus peones tratando de aparcarle el toro y luego en una locura de pares al quiebro por los adentros que se inicia con el torero sentado en el estribo. Recibió a los dos a portagayola y en sus trasteos anduvo  vulgar y sin nada que decir, con toros que no se comían a nadie. Si le hubiese salido un barrabás, habría lucido mucho más, porque la fiera le habría servido para taparle sus carencias. El año pasado eso le valió una oreja, pero o no se enteran o no se quieren enterar y prefieren andar aperreados con los pastueños, que les dejan con las vergüenzas al aire a cambio de pasar menos miedo.

 En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces
 ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad,
 y el espíritu de Dios se movía sobre el agua

 Entonces Dios dijo: «¡Que haya luz!»

 ¡...y sonido!
Sound System
(Nido de abejas que derraman su miel para el fenicio)

 El nido de las trolas

 Paseo

 Adolfo

 Herramienta

 Estaquillador
Grande alène dont se servent les cordonniers

 Voilà! Tiro de mulillas que privó a Rafaelillo de su orejilla

 Escribano a las 20:53
(No es un borrón, que es un barquillero)

 Recuerdos de Sevilla (y el rute)

 Soplón

 Así sí

 Escribano a las 21:07

Hasta el toro todo es Adolfo