Emilio, atlético de toda la vida que vino a verlo a Córdoba
en Segunda División
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Fuera de Madrid viven muchos atléticos. Se caracterizan por su fidelidad inquebrantable y por fortalecerse en los disgustos. Los atléticos de provincias pasan por víctimas en los bares y se suelen colocar en una esquina de la barra. El amigo Emilio, por ejemplo, que desde que ha dejado los Celtas, su Atleti no para de darle alegrías, pero no le aparta de los riesgos del infarto. O mi vecino Rafael, carretillero jubilado de la cementera, que sólo bebe Acuarius y que pasea su minúsculo perro al que llama “dóberman”, con un transistor en la mano, sin auriculares, buscando noticas del Atleti. Rafael andaba esta mañana muy cabreado porque cree que la prensa desprecia el fútbol de su Atleti como si fuera delito y al cholismo como una enfermedad.
Tiene cierta razón Rafael, porque aunque técnicamente el fútbol del Barcelona, Bayern o Real Madrid suele recibir encendidos elogios de la crítica comparando sus patadas al balón con orquestas sinfónicas, músicas celestiales y Mozart por aquí y Vivaldi por allá para al final acabar de cuatro cero para arriba, el fútbol es una pelea entre dos, que cuanto más igualada mejor y si el partido es decisivo y el débil sujeta al poderoso, comprometiendo la vida si es preciso, hasta desesperarlo, el espectáculo lo agradecemos los que de verdad amamos este deporte. Disfruté del partido como hace mucho no disfrutaba. El empuje muniqués, la multiplicación defensiva madrileña, jugadas discutibles que el aficionado agradece que se produzcan, el fallo en los penaltys, la consagración de un portero, Torres como amuleto en los partidos inciertos... y por último la vulgaridad de los grandes clubs culpando al árbitro de los errores propios. Por cierto, para los empeñados en usar la tecnología en el fútbol, ¿están ustedes seguros de que el gol de Griezzman es anulable reglamentariamente? ¿Cuánto se tardaría en decidir si es o no fuera de juego?
Mereció pasar el Bayern, pero si el fútbol fuera justo tendría bastante menos público que los conciertos y los grandes futbolistas cobrarían bastante menos dinero que los violinistas. Vamos, que los futbolistas tendrían que trabajar en otra cosa además de jugar los domingos. El fútbol es lucha, esfuerzo, sudar la camiseta, desfallecer hasta morir en el intento si es necesario, comulgar el mismo pan y sobre todo creer como fanáticos en el entrenador... y por supuesto tener cierto nivel técnico. Los futbolistas del Atlético tienen al Cholo, un Dios menor con pocas pero precisas palabras divinas, y además “sienten los colores” que para los rafaeles colchoneros es más que suficiente. Mucho más que ganar títulos. Por eso cuando acarician alguno, los aficionados atléticos tocan el cielo y no les importaría morir en momentos de tanta felicidad. ¡Ojalá a la tercera sea la vencida!