Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Mientras Madrid se engalanaba para la Carrera de Tacones, Rajoy invitó a cenar en Lucio, alrededor de Juan Carlos I, a Gonzalón, a Aznar y a Zapatero, cuya única justificación en esa mesa sería pagar la cena.
Es la foto del Régimen alrededor de un plato de huevos estrellados, la especialidad de Lucio.
“Pongo buebos de repente”, se leía en el cartel de la taberna “Bienmecomes” en Elorrio, y por eso Prieto llamaba a su dueño “Ko-ko-ro-ko”.
El “Ko-ko-ro-ko” de la partidocracia en Madrid es Lucio, donde el marianismo de Rajoy hace hoy lo que el cinismo de Prieto acostumbraba hacer cuando la República en el salón japonés de Lhardy: eso que los ingleses llaman “skill”, y Felipe Mellizo, “maña para sacar partido de las fuerzas en colisión”, excluida la banda de zánganos (tres cortometrajes en 35 años es el bagaje del concejal más famoso) que pastorea en el Ayuntamiento Carmena, una abuela tan reaccionaria que reduce la idea de libertad política colectiva que no hay a la cabalgata del Orgullo Gay.
–Me han dicho que los huevos están muy bien –dijo la alcaldable Villacís para que Emilia Landaluce la llevara a Lucio, adonde la llevó como Hildy Johnson hubiera llevado a la novia de Earl Williams, el condenado, en la “Luna Nueva” de Howard Hawks.
En la foto de Lucio, la gallina más vieja es Gonzalón, y el que más pinta de poner “buebos de repente”, Aznar. Con luz de vela, como en “Barry Lyndon”, aparentan decretar, como heroicidad culinaria del pueblo en crisis, el “plato único” de la posguerra, que era un huevo. Fue cuando don Eugenio d’Ors, de legendario apetito, propuso en la mesa de la Academia, que es un donut ovalado (“el bidet del idioma”), la supresión del singular a la palabra “huevo”, y hacerlo por siempre plural: “huevos”.
Ahora que todo parece pequeño en España, la foto de Lucio es un “flash” del proverbial minimismo mariano: “Del lobo un pelo”. Aunque, gallego él, dirá Rajoy que qué huevos puede hacerse ya por el Régimen con un pelo de lobo.