lunes, 6 de julio de 2015

La de Guadaira, a saltos por el barbecho de Las Ventas

  


José Ramón Márquez

Reconforta hoy ver de nuevo a ese diablillo llamado Abella, a quienes todos sus adeptos conocemos como Abeya, de vuelta al burladero 27, tan vacío sin él. Reconforta saber que desde esa privilegiada atalaya ha podido observar con la minuciosidad de un filatelista el daño que hace en los toros el deplorable estado en que se encuentra la arena de miga de Las Ventas. En la Feria no recuerdo si fueron cuatro los toros que se fueron al averno cojeando y con una mano partida. Hoy, lo mismo. Menos mal que fue al final de la faena, cuando ya estaba para matar, pero Granjero, número 22, se fue al desolladero con un espadazo y una mano rota por la simple causa de que las arenas de Las Ventas son más de era que de Plaza de Toros, y se encuentran en un estado, a las pruebas me remito, que no es ni mucho menos el óptimo para la tauromaquia, si bien no se descarta su idoneidad para la trilla, ahora tan en desuso.

En la grada, la puerta del Palco Municipal se halla cerrada a piedra y lodo; sobre ella el letrero que reza “Ayuntamiento de Madrid”, y sobre él, el escudo de la Villa con su grifo de oro en campo de azur y su corona cívica sobre campo de oro, amén de la sempiterna osa y el árbol comúnmente tomado por un madroño. El palco del Ayuntamiento sigue vacío y a la espera de uso, si bien se  comenta que, de momento, la alcaldesa quiere montar en él un comedor para esos miles de niños desnutridos que al parecer pueblan las calles de este Madrid/Benarés de nuestros pecados. España es país que odia las tradiciones y, lo mismo que el alcalde Gallardón retiró el atuendo cuatro veces centenario de  los maceros municipales “por franquistas”, ahora nuestra provecta alcaldesa saca pecho ante su parroquia haciendo de menos a los toros. Lo que no se entiende es que el servicio de Plaza no coloque el tapiz en la balaustrada del palco, porque el actual Ayuntamiento puede hacer uso de su prerrogativa de usar ése palco o no hacerlo, pero el ornato de la Plaza indica que el tapiz debería estar situado en el lugar que le corresponde, haya o no haya público tras él, dado que el palco es del Ayuntamiento, lo use o no.

Sin presencia alguna en el Palco Municipal se dio una novillada del hierro sevillano de Guadaira, procedencia Jandilla, juampedritis al canto. Al contrario de lo que nos imaginábamos cuando subíamos a la localidad, Guadaira echó una novillada muy poco juampedrera en sus comportamientos, movida e interesante, con bastante que torear y con la significada presencia de un toro bravo, el antes citado Granjero. Por lesión también achacable al estado del piso de Plaza se mandó al tercero al corredor de la muerte y fue sustituido por un castaño de Julio de la Puerta, Disgustado, número 25. Los cinco de Guadaira tuvieron cuajo y presencia, especialmente el primero y el cuarto, que tenían hechuras de toro para casi cualquier Plaza; el cuarto fue un toro  para demostrar el nivel de competencia de un torero, toro para un triunfo serio, y el sexto, un castaño oscuro que demandaba oficio y claridad de ideas. Buena nota para la de Guadaira, aunque imaginamos que el nervio y la casta que han sacado los novillos no es justamente el registro que  busca alguien que eliminó todo lo que tenía de Santa Coloma para adquirir reses de Jandilla.
Fernando Rey, de Málaga, se vino a Madrid con un bonito vestido bordado en plata a dar una de cal y una de arena. La de arena fue con el primero, Prendito, número 38, donde con mucha parsimonia y dándose mucha importancia se metió en un trasteo de nulo interés sin ponerse ni una vez en el sitio y dejando un hueco entre él y el toro como para que entrase un autobús. Ni una vez se le ocurrió meterse en el viaje del toro, ni una vez se puso a torear con argumentos que puedan ser tenidos en cuenta, siendo su labor marcada por la ventaja y por la correspondiente falta de emoción que mana de aquella. La de cal fue en el toro de Julio de la Puerta que mató por lesión de Clemente, Disgustado, número 25. Era éste en manos de Clemente un toro harto violento, que se defendía a cabezazos, uno de los cuales le costó la lesión al francés, y que calamocheaba constantemente en sus acometidas. El rato que estuvo Clemente ante Disgustado fue un suplicio para el diestro, pues la relación entre el toro y el torero más parecía una riña a la puerta de una taberna que un arte cultural y fino, como dicen por ahí, y así estuvo la cosa hasta que en un cabezazo le arreó un fortísimo golpe que le quitó de seguir toreando... y en ese momento entró Fernando Rey y el toro era otro, simplemente porque le encontró la distancia: el toro dejo de protestar, de cabecear, de negarse y fue una y otra vez a la muleta que le puso delante el malagueño. Parecía que eran dos toros distintos el intratable de Clemente y el de ir y venir de Rey. Con el quinto dio la impresión de que Fernando Rey ya daba todo por hecho y que asumía plenamente el resultado de su tarde, repitiendo iguales argumentos que en el primero y sin dejar a la parroquia ni una gota de miel que llevarse a los labios.

Miguel Ángel Silva, de Zafra, se presentaba esta tarde ante la cátedra. Tuvo el pobre muy mala suerte, porque sorteó un gran novillo, el segundo, Granjero, número 22, y luego otro muy complejo, de los que piden los papeles, Jipío, número 56. Granjero acudió con alegría al caballo donde cumplió, fue bien picado por Antonio Prieto, fue pronto en banderillas y llegó al último tercio comiéndose el mundo. Granjero tenía una emocionante embestida, vibrante, y demandaba distancia. Galopaba desde seis u ocho metros con la mirada fija en la muleta, comiéndosela y Silva le fue haciendo lo que sabe, pero a años luz de lo que el novillo demandaba. No pudo irse a las cercanías porque Granjero no le dejaba, pues cuando le veía a la distancia del toro, se echaba hacia él, una y otra vez. Digamos que Granjero se toreó él solo, sin intervención del matador que no sabía qué hacer con esas embestidas a las que nunca mandó, y a las que remató de cualquier manera, como si le fuesen a salir muchos toros así en Madrid en lo que le reste de carrera. Con el otro, Traductor, número 64, ya todo no lo ponía el toro, ahí había que meterse y tirar de él, llevarle toreado y sometido, había que echar mano de más oficio y demostrar que se podía... y se podía, sólo que no Miguel Ángel Silva por lo que demostró frente a él, y cuando optó por las cercanías y el ¡ay! de las señoras más impresionables ya se vio claramente que la cosa pintaba en bastos. Le salieron unos naturales despegadillos y nada mandones y eso sería lo mejor de la cosecha del zafrense. El sexto, Opresor, número 42, era exigente y menos claro y ante él volvieron a aflorar los mismos defectos ya señalados más arriba. Además diremos que mata mal y que mientras torea, en cada pase mete un berrido que tiembla el Misterio, que es cosa que los que estén junto a él deben intentar corregirle.
De Clemente, torero con nombre de Papa un poco cismático, me apunta Vicente Llorca, no hay más que decir que lo que se expresó más arriba respecto del toro de Julio de la Puerta y que se le desea una rápida recuperación.

A las nueve y cuarto de la tórrida tarde finalizó el festejo. Mientras las cuadrillas desfilaban de vuelta hacia el patio de caballos, la banda del Profesor García López atacaba las notas de El Juli, acaso como una advertencia a los actuantes de cuánto de su fracaso en esta tarde le deben a la nefasta influencia que tan dañino diestro lleva ejerciendo sobre los nuevos toreros y sobre sus mentores desde hace ya demasiados años.

El género dentro, por la caló

Paseo
 
Suena El Juli
 
La cinta que pende (de Abella)
 
El tirolés