miércoles, 29 de julio de 2015

Dani Güiza


Hughes
Abc

El posible fichaje de Dani Güiza ha despertado serias dudas (las dudas pocas veces son alegres) en la afición del Cádiz. Güiza es jerezano y alguna vez declaró que al vecino, ni en pintura. Esto, sin embargo, ya se va matizando. Parece ser que en el 2005 veía las cosas de otra forma («No le deseo ningún mal al Cádiz y me gustaría verlo en Primera»). Se van rescatando antecedentes como si se legitimara el fichaje. Un sector del gaditanismo, que es casi religioso, lo desaprueba, mientras que otro se para a pensar, menos esencialista, lo que puede ser un Güiza motivado en la 2ªB.

¿Pero estará motivado?

Güiza viene de ganar el campeonato paraguayo en 2014 con 17 goles en 43 partidos. No está mal del todo. Si repuntara en Cádiz, su carrera habría tenido forma de W, como los ciclos económicos; la gráfica de los genialoides, el patrón de los distintos.

Repasemos lo estrictamente deportivo.

Güiza, tras pasar por la cantera del Xérez y el Dos Hermanas, es fichado como promesa por el Mallorca por más de cien millones de pesetas. Allí no cuaja de primeras. Va al Recreativo, donde tampoco, se rehace en el Murcia, empieza a marcar y acaba en el Getafe, lugar de su explosión. Es ese Getafe que elimina al Barcelona y llega a la final de Copa del Rey, y es el momento de su relación con Nuria Bermúdez, cuyo efecto reconoció el mismo Schuster, su entrenador («Desde que conoció a Nuria,entrena a su hora, duerme a su hora, y llega al entrenamiento sin parecer que hubiera dormido debajo de un puente»).

Del Getafe pasa al Mallorca; allí logra 27 tantos. Es Bota de Plata y Pichichi; campeón de Europa con España, goles contra Grecia y Rusia. Su carrera parece que va hacia el estrellato y el Fenerbahce paga 15 millones por él, el fichaje más caro en la historia del fútbol turco. Desde entonces, un declive con escala en Getafe y paso por el exótico Johor de Malasia. Allí se llegó a pensar que Güiza desaparecería del fútbol para adentrarse en una novela de Conrad. Tras otro intermedio getafense, llegó luego el Cerro Porteño paragüayo, su último club.

Güiza no es un jugador cualquiera. Es el último Pichichi español y el errático de una generación de pluscuamperfectos. Quizás eso le costó el Mundial. Que sea el último pichichi algo dice, además, de la difícil relación del español con el gol. Kiko, su ídolo y maestro, elogia su talento ante la portería y en el alambre tembloroso del fuera de juego. Un don, una capacidad que no se entrena con rondos. Un temple raro.

Los dos últimos grandes nueves españoles, Güiza y Torres, han tenido en común el ídolo: Narváez, que alguna vez contó su anécdota con el delantero. Un día entrenó a los canteranos del Xerez y uno, que la tocaba en otro idioma, se le dirigió: «Monstruo, menos correr y más toque de balón». Era Güiza, claro, que luego se escondía entre los árboles para ahorrarse carreras.

Güiza fue talento y noche, lo de siempre, pero de otro modo. Los futbolistas tienen gastroenteritis; él, una úlcera. Quique Pina, su representante, lo presentó un día como «el jugador más golfo de España».

En un fútbol poblado de santurrones, de buenísimos, de monaguillos del toque, Güiza no vende nada. No es estandarte de valores, capitán de humildades. «Sólo he buscado la felicidad». Tampoco presume de culto. Su película, su actor y su actriz favoritos están en Torrente, como si Santiago Segura fuese John Ford y allí estuviese todo. «Lo mío no es leer ni es la televisión, es dormir».

Güiza, que teme más a la prensa que a una defensa rival, tuvo su «cherchez la femme» en su pareja-representante, Nuria Bermúdez. Le ocurrió algo asombroso después. Se produjo la solidaridad de sus ex en la televisión y tuvo que aparecer su madre, Doña Pepi, de imborrable recuerdo. Unas cosas que ni a Jesulín. Le faltó un Currupipi, aunque se llegó a decir que pagó 36.000 euros para que sus perros viajaran en jet a Turquía.

Nuestro último pichichi creció en el barrio de La Liberación, y vivió más cerca de la chabola que del adosado. Su cantera fue él mismo. No salió del pelargón ni del método pedagógico de una ciudad deportiva. Llegaba tarde a los entrenamientos y se dormía con los vídeos de Luis Aragonés («Estaba todo apagado y además se veía una pantallita y estaba oscuro. Te entra la modorra»), al que luego lloraría durante días.

Algo del secreto del gol español, de su instinto y fugacidad, están en Güiza, que mira a los porteros con ojerones de bohemia y con una mirada torva y dulce que se ilumina a ratos, vaya usted a saber por qué.

La exagerada vida del jerezano admite un último auge y un adiós amable al fútbol. Los cadistas, que aún recuerdan a Mágico González, ¿van a rechazar su talento injustificable?

¿Precisamente los cadistas?