El regocijo de Doña Mar
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Hace cinco años, ¡cómo corre el tiempo!. la señora que más mandaba en la Educación Andaluza se empeñó, aún no alcanzo a comprender con qué propósitos ¿o sí?, en perseguir sin descanso a los alumnos que tenían la osadía de obtener calificaciones sobresalientes. La señora, mandona y desdeñosa de natural, se hacía y se hace llamar Mar, por no parecerle apropiado el nombre de María que sus padres habían elegido para niña tan valentona. Un servidor intentó comparecer ante ella o sus secretarios, mejor secretarias, en demanda de una explicación, pero no hubo manera de que uno solo de los encargados de la Educación atendiera a razones. A las puertas de la Delegada de doña Mar en Córdoba acudí en varias ocasiones, pero como quiera que los ujieres le avisaban de mis propósitos sólo pude registrar en el negociado unos escritos justos y necesarios que hice llegar al presidente de la Junta de Andalucía y al Ministro de España, que a la sazón era el señor Gabilondo.
Durante un año, Doña Mar se constituyó en la peor pesadilla de mi familia por no alcanzar a comprender tanta incompetencia y tanto desprecio por la Sagrada Educación, ésa que los que pagamos impuestos consideramos básica para que una sociedad tenga cierto grado de libertad. Ella, temerosa de que sus paisanos tuvieran la tentación de pensar, siguió a lo suyo, negando el mínimo reconocimiento a los alumnos que justificaran el presupuesto empleado en ellos y condenando al ostracismo a los que demostraban cierta inteligencia. Indagué sobre su preparación y currículo y supe que estudió para abogada en Granada y que se afilió al PSOE en su pueblo, La Carolina, méritos indispensables para hacer carrera por estas tierras. Lo siguiente fue pegarse a Gaspar Zarrías -”no se mueve un papel sin que Zarrías lo sepa..”, decían los suyos- y luego todo vino rodado. Llegó a ser consejera de Presidencia y los periódicos de aquellos años la colocaban como candidata a la Junta... pero aparecieron cosas muy feas entre los socialistas de Jaén -el imprescindible Lanzas-, saltaron los Eres, los cursos, los millones... y hoy está colocada de Senadora, esa ocupación tan bien pagada de los políticos que se considera amortizados.
Una jueza imputa a Doña Mar de tejemanejes que se prodigaban en las consejerías en las que ella tanto mandaba y no me sorprende. En la de Educación todo lo hacía al revés. Premiaba los suspensos y castigaba los sobresalientes. La última agresión psiquíca hacia mi chico la perpetró cuando pedí Instituto cercano a mi domicilio para cursar el bachiller. Tuvo la desfachatez de enviarlo a cinco kilómetros, no a un instituto, sino a una cooperativa de marxistas decadentes que había concertado su Academia con la Consejería de Educación. Sacar al mozo de tales garras me costó 300 euros al mes y seguir pagando con mis impuestos colegios que abrazan gozosos a muchachos de seis y siete suspensos, pero, éso sí, con moto y tablet. Doña Mar fue nefasta gobernanta. Los del Pepé aguantaban su despotismo por no parecer machismo afearle su tiranía y los mismos suyos temían tanto poder como demostraba.
No me tengo por revanchista, ni creo ser un mal hombre, pero reconozco que me satisface la decisión de la jueza. No le tengo caridad a Doña Mar, pero sin desearle ningún mal, no me apena ni su tribulación ni las incomodidades que le esperan. Deseo de todo corazón que se haga justicia con ella, ésa que siendo mujer de Derecho ha sido incapaz de repartir cuando le competía y que tanto daño hizo a mi hijo, cuando siendo el único alumno de su clase que a los catorce años mantenía una conversación fluida en inglés no le permitió practicarlo durante una semana en Inglaterra. De una clase de 27 pudieron ir 15. A mi chico, sus ordenanzas escritas lo pusieron el 27. El último. Al acabar aquel curso, el ministro Gabilondo, socialista como ella, eligió 30 expedientes de entre todo el territorio nacional, catalanes también que conste, atendiendo a las calificaciones académicas y tuvo a bien llamar a quien tanto desprecio sufrió de Doña Mar.