lunes, 9 de febrero de 2015

"He venido desde China… ¿Cómo no vamos a ir a Valdemorillo?"

 El sobrio cartel

 La espantosa plaza

 La única manera de apoyar la tauromaquia

 El jamón

 El sí a los toros de Simón

El sol vs. la cubierta

 Pasando la gorra plusera por los pueblos

 La triada

 Picador en la sombra

 Escribano

 Barrio

 Paulita

 Cebada Gago

 A un lado Asia, al otro Europa

La rifa


José Ramón Márquez

Vuelta a Valdemorillo, un año más. Habíamos pensado no volver a pisar una Plaza cubierta de ésas, confort viejuno, caja de ecos, pero una palabra de Pepe Campos me convenció a ir:

-He venido desde China… ¿Cómo no vamos a ir a Valdemorillo?

Y no hubo más que hablar.

Y ahí estamos con la vieja piel y la vieja ceremonia, otro año, día de la marmota corucha con Paulita en el cartel, y con Manuel Escribano, con Víctor Barrio y con los toros de Cebada Gago, que vienen de La Zorrera en Medina Sidonia, la patria chica del doctor Thebussem.

De los toros diremos que, para nosotros, Valdemorillo siempre está ligado al recuerdo de aquel impresionante mastodonte de Isaías y Tulio Vázquez que derrotó con tal contundencia en un burladero de la Plaza portátil que ésta tembló toda entera desde sus inexistentes cimientos, como sacudida por un terremoto de gran intensidad. Los Cebada al menos derrotaron de salida en los burladeros, cosa que para algunos sigue siendo cosa de buena nota para el toro, aunque sin la contundencia del mítico Tulio y, en cualquier caso, sin que la vibración de su derrote llegase al tendido, en esta Plaza construida con el cálculo y la laboriosidad del tercer cerdito de los del cuento. 

Seis toros mandaron los Cebada, nacidos entre octubre del año 9 y febrero del año 11, entre las 41 y media y las 46 arrobas, todos ellos negros, sin esa «paleta cromática» que dicen los cursis y que caracteriza a esta casa. De ellos el que más se significó como toro fue el tercero, Gallinero, número 4, que recibió dos puyazos fuertes y bastante alevosos de Bernal. En la primera entrada al caballo, toro suelto que se viene por los adentros y empuja con ganas, descabalgó al piquero en una sensacional caída de latiguillo. Luego el hombre tomó venganza del oprobio poniéndole otra vara más trasera y mechando los lomos del Gallinero con los acerados filos de su puya. El toro fue pronto en banderillas y en la muleta se fue haciendo el dueño de la situación conforme se percataba de la inconsistencia taurómaca de su matador, e incluso con el espadazo que le costó la vida se resistió a caer, por más que los de plata le hacían girar como un derviche de Estambul. 

La pera en dulce del encierro fue el sexto,  Cachondito (¡vaya nombre!), número 1., que acudió al caballo con fuerza y presteza en la única vara que le administró Briceño; bien picado el toro, el picador tuvo que oír silbidos y chuflas de los que van a los toros a echar el rato. El bicho adoleció en el principio de la faena de algo de falta de fuerzas, pero luego se vino arriba, acaso porque el torero de su matador no le estorbaba gran cosa, y se dedicó a regalar embestidas y embestidas hasta que llegó el momento del estoque. Ahí hubo ciertas almas sensibles, bastantes damas y algunos caballeros, que comenzaron a mover espasmódicamente los moqueros demandando el indulto del toro, desatino que finalmente no se culminó. En un registro muy similar a Cachondito estuvo el primero, Justiciero, número 23, con menos claridad ante el caballo y con menos entrega en la muleta, pero un toro para hacer el toreo, también.

Y los coletas… ahí echaron su cuarto a espadas, como se suele decir. Paulita como personaje del cuento de Monterroso: “Pasó un año y Paulita seguía ahí”, un año después con toda una temporada por delante y con una exasperante falta de ideas que sólo pueden ser tapadas por el hecho de tener enfrente un toro fuerte y de aviesas intenciones que haga ponerse al espectador del lado de la parte más débil. Como no se dio la circunstancia, Paulita pasó sin pena ni gloria desaprovechando las condiciones de su primero con un trasteo insulso y anodino.

A Escribano le lleva Taurodelta, no un hombre de paja, sino Taurodelta así, como quien dice el Banco Hipotecario, las Antracitas de Fabero o la Asturiana del Zinc. Recibió con gusto a sus dos toros con el capote, demostrando que torea de capa, y puso un para de banderillas a lo Sánchez Mejías, sentado en el estribo y dejando llegar muchísimo al toro. Su labor con la muleta, mirándose en ese límite pereriano en el que ni estás en el sitio ni dejas de estarlo, marcó algunos pases de gran temple, con mando, que habrían sido de más intensidad si se hubiese puesto donde se torea.  Como nos vamos a hinchar a verle, por lo que se dijo al principio, le dejamos en la alacena a ver qué va pasando con él.

Y para terminar Víctor Barrio, que  trajo a Valdemorillo el aire de pueblo que esta feria venida a más demanda a gritos. Toreo de gache en un gache, recompensado con apéndices y despojos, largas de rodillas, tafalleras, mejicanadas de ésas que no sé cómo se llaman -¿un guiño a Bailleres, el omnipotente?-, un homenaje a Arda Turan lanzando las zapatillas al hocico del toro, y un saco imponente de toreo pueblerino y sin concepto que fue jaleado justa y sabiamente por la afición corucha que demanda esa disposición y esas maneras en un matador en las fiestas de su pueblo y que deja lo del Arte para otras citas más serias como Olivenza, Brihuega o Sevilla.

La rifa del tradicional jamón envuelto en film correspondió al numero 7660.