Sergio y Estíbaliz, juntos, en la plaza de Manuel Becerra, antiguamente Plaza de las Despedidas
SERGIO, DE ESTÍBALIZ
Hughes
Abc
Llego a casa y me entero de que ha muerto Sergio Blanco, de Sergio y Estíbaliz, Mocedades, El Consorcio.
No exagero si digo que es uno de los músicos que más han influido en mi vida. Sergio, cantinero de Cuba, y no sé explicar cómo. Así de primeras parece algo absurdo.
Una de mis canciones favoritas del pop español de siempre es el Tú volverás de Calderón, donde el final lleva a unos setenta sinfónicos y eternos y casi a los Beach Boys. El final de esa canción es una de las más grandes finuras de nuestro pop. Es realmente grandioso. Los coros de Sergio allí tienen una cualidad especial, son coros-consortes que luego se hacen profundos, amplios, paterfamilias.
A la vez, Cantinero de Cuba es la canción que más daño me ha hecho en mi vida. Pero siento que seguir atrapado en esa canción sería una bendición. Es la canción más terroríficamente triste de mi infancia. Sólo escuchar esa canción de niño me producía profundas depresiones. Era una canción que no entendía, pero que me parecía demasiado triste. “Sólo bebe aguardiente para olvidar”.
Ahora podría incluso bailarla, aunque sería un acto horrible, una gran falta de respeto.
No quiero saber ningún detalle de su muerte porque desde esa canción realmente no pude volver a escuchar sus canciones ni verlo en la tele. Me venía a la memoria el verso: “el amor de una mujer lo volvió malo”. Para mí Sergio y Estíbariz fueron más tristes que el adagio de Albinoni.
Abandonaste tus olivos, decía ella, y él abundaba. De verdad que nunca calibraron la crueldad intolerable de sus imágenes.
Era para mí como un vasco puro. Escultor, familiar, ingeniero, enorme. Un vasco debe retorcer metales. Un dúo contra el que, si uno se para a pensar, no hay mucho que oponer. No hay nada así, no es cursilería, no hay otro dúo de voces empastadas de esa manera.
Esa cosa tremenda de la música y la familia que tampoco se entendió bien, porque ¿podríamos soportar la belleza de cantar juntos? (bueno, hay un talent show sobre eso y… ¡llora hasta el apuntador!).
Ya había nevado en tus sienes, decía la letra, pero volverás, volverás, un canto como una parábola. La llamada Sergio la hacía grandiosa. El retorno es más grande que la presencia.
El niño acongojado se hundía, incapaz, ante la tristeza de las melodías. Un efecto sólo comparable al Y cómo es él de Perales, que era una canción con rombos, de una tristeza atroz.
Esas armonías entristecían porque no podíamos entenderlas del todo, aún no podíamos, y abruman todavía porque nos llevan a la credulidad conmovedora de nuestros padres y con eso no hay manera.
Enorme Sergio, querido Sergio, músico odiado y amado, fetiche de una infancia milagrosa. Agradezco al Sistema (¿niño de la democracia o del tardofranquismo?) que la hizo posible, porque vi todo lo necesario. Veo a mis padres en esas canciones.
Descanse en paz.
Es verdad que los muertos se nos llevan.