Pitón de miura en Valencia
José Ramón Márquez
Como si un feliz hado mostrase el camino, el mismo día en que se consuma de forma certera el ataque a la Plaza de Sevilla por parte de unos desalmados insolentes, en Madrid, en la Casa de ABC se le entrega el premio taurino ABC a Miura, pura Sevilla.
Frente al vilipendio contra la Fiesta perpetrado por cuatro prescindibles personajes, en defensa de oscuros intereses, en la Casa de ABC se pone de manifiesto, de manera inconfundible, la adhesión neta al inquebrantable principio sobre el que descansa el edificio total de la tauromaquia: el toro.
Oportunísimamente, como si la ocasión hubiese sido preparada ex-profeso, un notable grupo de personas, cada uno de su padre y de su madre, del Rey hacia abajo, se reúnen para homenajear la trayectoria fecunda de una familia ganadera volcada durante más de un siglo y medio de forma indiscutible en la preservación de una estirpe única y especial.
Decir Miura es decir la leyenda, es decir el Cortijo del Cuarto, el de Los Gallos, el de Zahariche. Decir Miura es evocar esa imponente portada en la carretera A-456 en Lora del Río, esos tres palos que forman una puerta en cuyo dintel está escrita la palabra ‘Miura’, flanqueada por dos calaveras, como si de una evocación de Ribera se tratase. Decir Miura es retrotraerse a la historia entera de la tauromaquia, a la fidelidad a un estilo, a una estirpe a una manera de hacer y de no hacer, a un señorío antiguo y nobiliario manifestado de mil maneras, como por ejemplo en la cabal presencia en la Plaza de Toros de Sevilla durante siete décadas de manera ininterrumpida. Decir Miura es ir de la gracia de Pepe Luis al volapié de Domingo Valderrama, es decir sardo y salinero, es decir la emoción de un chiquillo en El Batán contemplando los toros mitológicos de la mano de su abuelo, evocación de las cornadas a los pencos y las heridas a los hombres, de la vida y la muerte en los limpios pitones del ganado que lleva grabada a fuego en su cuero la A con asas, aleph primordial que espanta a tantos toreros, seña para la afición, ecuación despejada de fidelidad y amor a lo propio.
En esta noche de celebración del toro, junto a algunos de los ganaderos que uno más respeta, resplandece por un momento, frente a tanta cobardía, tanto cálculo y tanta iniquidad la gozosa verdad eterna e incuestionable de la Fiesta representada por los hermanos Miura, caballistas, ganaderos de reses bravas, divisa verde y grana en provincias, verde y negra en Madrid, antigüedad de 30 de abril de 1849.