martes, 3 de abril de 2012

Juanito

Mis renegados

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Llegó a Burgos al poco de que descendiéramos a 2ª. Mi amigo Gaitu y un servidor habíamos visto el estreno del equipo en 1ª cuando andábamos en la docena de años y nuestros héroes eran Olalde, Ederra y Requejo. Envenenados para siempre de fútbol, en 1973, y creyéndonos ya unos “hombrecitos”, apareció Juan Gómez, cojo, pequeñito y más bien gordito. Tenía cuatro o cinco años más que nosotros y vino por un empecinamiento del presidente Preciado, mejor secretario técnico que mucho presuntuoso de gomina, que mantuvo el interés en ficharlo a pesar de la lesión de tibia y peroné que acababa de sufrir ante el Benfica en el homenaje a Collar.

Juanito entrenaba aparte y a veces le lanzábamos el balón medicinal, mientras juraba contra el frío y recordaba Málaga y Madrid, esperando volver pronto al Atleti. El primer año las lió pardas con los árbitros. Creo que nadie les ha insultado más y sin menos conocimiento.

Es posible que no esté recogido el último capítulo de la 73-74 de Juanito, (junto a Viteri, mis dos ángeles de la guarda) cuando por enésima vez la tomó con un colegiado que se llamaba Olasagasti. Le metieron ocho o diez partidos, no recuerdo bien, pero no pudo jugar los dos últimos meses de campeonato. Preciado, que era militar con mando, ante la presión del Diario de Burgos y José Joaquín Rodríguez, le rescindió el contrato y lo quiso devolver al Atleti, con uno de los mayores disgustos que un servidor haya padecido. Mi memoria falla, pero creo que el presidente del Burgos se apiadó a los pocos días de un Juanito que no quiso sacarse el graduado escolar y volvió a ofrecerle el mismo contrato con un aumento respetable, pues estaba seguro de estar ante un diamante sin pulir. Por entonces, esta metáfora se ponía siempre en los casos como el de Juanito.

El 7 no olvidaría el gesto del presidente burgalés y ya jamás curó lo que creyó puñalada de “su” Atleti, loco por deshacerse de un problema continuo. Mas de una vez hemos contado aquí la desesperación de Luiz Pereira ante aquel diablo escurridizo como anguila.

El resto ya lo saben ustedes. El niño de Fuengirola se salió en el Burgos y, aunque no volvió a jugar como en El Plantío, se convirtió en un héroe en el Bernabéu y hoy ya es un mito del madridismo. Juanito cayó siempre bien, porque le asomaba la debilidad cuando quería ser jaquetón, y como se hacía “coleguita” con todo quisque, el periodismo se lo llevó al huerto y su simplicidad le hizo transparente.

He conocido a muchos amigos suyos, que lo fueron en Fuengirola, donde le han puesto un monumento bastante chapucero y mentiroso, y todos me hablan del dinero que gastó con la familia. Los madridistas cuentan y no paran, sin entrarles en la cabeza que sólo fue Dios en Burgos, y en Chamartín no pasó de profeta.

Al último presidente que tuvo en Mérida lo conocí en circunstancias extrañas y me habló maravillas de un hombre que nunca dio importancia al dinero. Todo el mundo habla muy bien de Juanito, pero creo que a nadie marcó tanto como a quien suscribe. Junto a mi amigo fuimos de los pocos que le defendieron en la tribulación y así se lo hicimos saber cerca de la pensión El Abuelo, que es donde vivía con Quini, Taladrid y el gran Viteri...

Un buen día, en el Diego Porcelos y antes de la clase del Güenos, vino todo el COU a preguntar:

-Izquierdo, ¿quién es ese González que jugó ayer en Calvo Sotelo?

-Calvo Sotelo no es un pueblo. Es un equipo. El pueblo se llama Puertollano... y González es Juanito, que como está arrestado y no puede salir del calabozo, le han puesto el 2º apellido para que los militares, que son medio tontos, no se enteren... -explicoteaba un servidor con ínfulas de sabelotodo en lo tocante al Burgos C. F., hoy en 3ª.

¿Ya han pasado veinte años?


En ese Burgos no jugó Juanito

Monumento en Los Boliches

Última etapa en Mérida
De perol con su portero Cañizares