martes, 1 de noviembre de 2011

En ocasiones veo muertos

Nicho con lagarto

Jorge Bustos

No sé muy bien qué esperaba encontrarme en el cementerio de San Isidro, si un zombie, un presidente o una de sus hijas. Pero me pareció pertinente visitar a fondo –hombre, sin necesidad de profanar nada– un camposanto en esta fecha umbrosa y fúnebre del misal romano. Es aconsejable acudir a un cementerio de vez en cuando como contrapunto sensato a la manía de la publicidad con que comamos verdura. Pese a lo que digan Punset y el cirujano de Cher –y excepción hecha de Cayetana de Alba–, parece probado que aquí acabaremos todos hincando la picacha, vayamos o no en las listas del 20-N. No hay razón para pensar en la muerte con el histerismo pueril del urbanita posmoderno que cree que basta taparse con el embozo para que se esfume la guadaña pendiente. Tampoco apoyo la morbosidad necrófila, antivital, de la beatorra que zanja una sobremesa salmodiando el “Señor, llévame pronto”, o la exaltación así sea retórica de la temeridad militar. Esto de espicharla ha de llevarse con naturalidad, mismamente como una hipoteca.

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