José Ramón Márquez
Lo primero una sorpresa, que salió un colorado y el personal se hacía cruces, porque había muchos que nunca habían visto un colorado en la estirpe lisarnasia, y empezábamos con que si los bragados corridos, con que si los girones, los salpicados... y el colorado dando que hablar mientras correteaba por la arena de Madrid. Luego, cuando por dos veces intentó saltar al callejón y mucho más cuando se desplomó, cuan flan falto de suficiente huevo, tantas veces como le pareció, entonces los incrédulos ya empezaron a aceptar que entre los atasardos a veces sí que se dan las capas coloradas, aunque sean raras.
El infeliz se llamaba Buscatodo, número 50, llevaba el hierro de Valdefresno, y parecía que todo lo que tenía que buscar se hallaba en el subsuelo, por su afición a hocicar y a tener su anatomía pegada al piso. Muy mal presagio era el que traía este Buscatodo, aunque finalmente esos días de nada fueron las vísperas de una corrida bien presentada, algo blanda y con cierta casta. Corrida seria por delante y algo justa de fuerzas, que a buen seguro si la pillan Boni, Alcalareño, Pirri, Manuel Jesús Cid y Juan Bernal, estaríamos hablando de los toros de la feria, pero que como la lidiaron de aquella manera, con las excepciones que se dirán, nos quedamos sin saber qué hubiese sido de los animales en otras manos.
Volvía Frascuelo, Carlos Escolar, a Las Ventas, que es lo mismo que decir al patio de su casa. Le recibieron con una ovación y él se dejó querer, como debe ser. Frascuelo es un torero muy querido en Madrid. En Sevilla dices Frascuelo y se creen que hablas de El Negro, pero en Madrid Carlos Escolar tiene su cartel y sus seguidores; sin ir más lejos, uno mismo, que se viene a los toros en esta luminosa tarde trayéndose a cuestas el imborrable recuerdo de un lluvioso 12 de octubre de 1991 donde este Frascuelo al que no conocen en Sevilla demostró, en una de las mejores series que uno ha tenido la dicha de ver, cómo es el toreo al natural. En aquella remota tarde el bondadoso toro era un benitezcubero y con aquel bicho de hace ya veinte años nos hubiese gustado ver hoy al torero, que ya podían, haciendo honor a sus años, ponerle un ganado más acorde para que este último bastión de un estilo y de unas formas que se van con él demostrase a los jóvenes que hay otra manera de hacer las cosas, el clasicismo, lo ’bien arrematao’ que decía el Gallo.
Hoy, en su primero, presentó una faena de Madrid, de cuando Madrid era Madrid, faena breve con un hermoso inicio por bajo y tres tandas, dos por la derecha, una por la izquierda y a por la espada. En su segundo, detalles de torero bueno, siempre algo por fuera, gotas de miel y acaso de la hiel de la impotencia. En el sexto, en un quite, dos chicuelinas personalísimas con la mano de salida muy levantada, una auténtica preciosidad. Miguitas del toreo soñado y pena mora de que eso desaparece.
El colorado del que hablábamos al principio le tocó en suerte a Fermín Spínola para confirmar su alternativa. Con ese toro se hizo la famosa ceremonia del cambalcahe de los trastos y los abrazos, incluido el que le dio al toro cuando se lo echó a los lomos. Donde de verdad confirmó el mexicano fue en su segundo, Fardero, número 127, porque ahí exhibió sus buenas maneras y su estilo. El torero tardó en fiarse del toro y en los inicios del trasteo alternaba trapazos de no te menees con muletazos largos y bien rematados. En seguida se cantó la calidad de algunos y la faena comenzó a tomar consistencia. Spínola se pone por fuera, pero se trae al toro, se lo pasa cerca, y las veces que se queda colocado y liga un muletazo con el anterior el resultado es bueno. A mí, particularmente, no me gusta la forma de citar que tiene como puesto de perfil, pero una vez que tiene al toro en movimiento consigue pases de gran estética. El hecho de que la faena se desarrolle en diversos terrenos, según la voluntad del toro, tampoco va en la dirección que a uno más le gusta, ni el deficiente uso del estoque por parte del matador, pero son cosas que se pueden ir afinando porque la base parece sólida. Deja buen cartel y ganas de volver a verle.
Andrés Palacios fue, podríamos decir, víctima de su cuadrilla. Su primero se llamaba Lironcito, número 104, como aquel de Ponce de este mismo hierro. A este Lironcito 2011 cuando ya le habían entrado cuatro veces los peones, de las ocho posibles banderillas no llevaba en el lomo clavada ninguna. Aún le quedaban más pasadas. Entre capotazos, chicotazos, carreras, gente moviéndose y demás catálogo de despropósitos el Lironcito fue quemando sus fuerzas y como el torero tampoco empujaba lo suyo, una vez que se cumplió su hora y expiró, el animal partió hacia el desolladero y el torero tomó el camino hacia el burladero del 9 sin que ni el uno ni el otro recibieran mayores muestras de aprecio ni de desprecio. Para su segundo, que era del hierro de Hermanos Fraile Mazas, o sea lo mismo que lo anterior por vía del artículo 5 bis b), vale también y en los mismos términos lo dicho del primero salvo lo de las cuatro pasadas en falso.
Y si queremos hablar de torería ahí tenemos a David Adalid, que iba con Frascuelo, que estuvo sensacional con el percal, lidiando al segundo, y hecho un tío con los palos dejando un soberbio par al cuarteo y otro de gran exposición en el que el toro le esperó todo lo que quiso y el torero le llegó, decidido y torerísimo, a la cara clavando un emocionantísimo par en el que el bravo torero salió enganchado. También Domingo Siro, de la cuadrilla de Fermín Spínola, lidió con sobrada eficacia y conocimiento al quinto.
Lo primero una sorpresa, que salió un colorado y el personal se hacía cruces, porque había muchos que nunca habían visto un colorado en la estirpe lisarnasia, y empezábamos con que si los bragados corridos, con que si los girones, los salpicados... y el colorado dando que hablar mientras correteaba por la arena de Madrid. Luego, cuando por dos veces intentó saltar al callejón y mucho más cuando se desplomó, cuan flan falto de suficiente huevo, tantas veces como le pareció, entonces los incrédulos ya empezaron a aceptar que entre los atasardos a veces sí que se dan las capas coloradas, aunque sean raras.
El infeliz se llamaba Buscatodo, número 50, llevaba el hierro de Valdefresno, y parecía que todo lo que tenía que buscar se hallaba en el subsuelo, por su afición a hocicar y a tener su anatomía pegada al piso. Muy mal presagio era el que traía este Buscatodo, aunque finalmente esos días de nada fueron las vísperas de una corrida bien presentada, algo blanda y con cierta casta. Corrida seria por delante y algo justa de fuerzas, que a buen seguro si la pillan Boni, Alcalareño, Pirri, Manuel Jesús Cid y Juan Bernal, estaríamos hablando de los toros de la feria, pero que como la lidiaron de aquella manera, con las excepciones que se dirán, nos quedamos sin saber qué hubiese sido de los animales en otras manos.
Volvía Frascuelo, Carlos Escolar, a Las Ventas, que es lo mismo que decir al patio de su casa. Le recibieron con una ovación y él se dejó querer, como debe ser. Frascuelo es un torero muy querido en Madrid. En Sevilla dices Frascuelo y se creen que hablas de El Negro, pero en Madrid Carlos Escolar tiene su cartel y sus seguidores; sin ir más lejos, uno mismo, que se viene a los toros en esta luminosa tarde trayéndose a cuestas el imborrable recuerdo de un lluvioso 12 de octubre de 1991 donde este Frascuelo al que no conocen en Sevilla demostró, en una de las mejores series que uno ha tenido la dicha de ver, cómo es el toreo al natural. En aquella remota tarde el bondadoso toro era un benitezcubero y con aquel bicho de hace ya veinte años nos hubiese gustado ver hoy al torero, que ya podían, haciendo honor a sus años, ponerle un ganado más acorde para que este último bastión de un estilo y de unas formas que se van con él demostrase a los jóvenes que hay otra manera de hacer las cosas, el clasicismo, lo ’bien arrematao’ que decía el Gallo.
Hoy, en su primero, presentó una faena de Madrid, de cuando Madrid era Madrid, faena breve con un hermoso inicio por bajo y tres tandas, dos por la derecha, una por la izquierda y a por la espada. En su segundo, detalles de torero bueno, siempre algo por fuera, gotas de miel y acaso de la hiel de la impotencia. En el sexto, en un quite, dos chicuelinas personalísimas con la mano de salida muy levantada, una auténtica preciosidad. Miguitas del toreo soñado y pena mora de que eso desaparece.
El colorado del que hablábamos al principio le tocó en suerte a Fermín Spínola para confirmar su alternativa. Con ese toro se hizo la famosa ceremonia del cambalcahe de los trastos y los abrazos, incluido el que le dio al toro cuando se lo echó a los lomos. Donde de verdad confirmó el mexicano fue en su segundo, Fardero, número 127, porque ahí exhibió sus buenas maneras y su estilo. El torero tardó en fiarse del toro y en los inicios del trasteo alternaba trapazos de no te menees con muletazos largos y bien rematados. En seguida se cantó la calidad de algunos y la faena comenzó a tomar consistencia. Spínola se pone por fuera, pero se trae al toro, se lo pasa cerca, y las veces que se queda colocado y liga un muletazo con el anterior el resultado es bueno. A mí, particularmente, no me gusta la forma de citar que tiene como puesto de perfil, pero una vez que tiene al toro en movimiento consigue pases de gran estética. El hecho de que la faena se desarrolle en diversos terrenos, según la voluntad del toro, tampoco va en la dirección que a uno más le gusta, ni el deficiente uso del estoque por parte del matador, pero son cosas que se pueden ir afinando porque la base parece sólida. Deja buen cartel y ganas de volver a verle.
Andrés Palacios fue, podríamos decir, víctima de su cuadrilla. Su primero se llamaba Lironcito, número 104, como aquel de Ponce de este mismo hierro. A este Lironcito 2011 cuando ya le habían entrado cuatro veces los peones, de las ocho posibles banderillas no llevaba en el lomo clavada ninguna. Aún le quedaban más pasadas. Entre capotazos, chicotazos, carreras, gente moviéndose y demás catálogo de despropósitos el Lironcito fue quemando sus fuerzas y como el torero tampoco empujaba lo suyo, una vez que se cumplió su hora y expiró, el animal partió hacia el desolladero y el torero tomó el camino hacia el burladero del 9 sin que ni el uno ni el otro recibieran mayores muestras de aprecio ni de desprecio. Para su segundo, que era del hierro de Hermanos Fraile Mazas, o sea lo mismo que lo anterior por vía del artículo 5 bis b), vale también y en los mismos términos lo dicho del primero salvo lo de las cuatro pasadas en falso.
Y si queremos hablar de torería ahí tenemos a David Adalid, que iba con Frascuelo, que estuvo sensacional con el percal, lidiando al segundo, y hecho un tío con los palos dejando un soberbio par al cuarteo y otro de gran exposición en el que el toro le esperó todo lo que quiso y el torero le llegó, decidido y torerísimo, a la cara clavando un emocionantísimo par en el que el bravo torero salió enganchado. También Domingo Siro, de la cuadrilla de Fermín Spínola, lidió con sobrada eficacia y conocimiento al quinto.