José Ramón Márquez
Habría que explicar que hubo otra época en la que los periódicos, los periodistas, los informadores gráficos e incluso el público no eran así. Habría que explicar que el obsceno interés del populacho siempre encontraba enfrente la elegancia de los directores de los diarios, de sus editores o de los mismos redactores, que, remisos a caer en la vulgaridad y respetuosos con sus propios lectores, trazaban de forma indeleble la línea que siempre ha diferenciado la información del mal gusto.
El día 7 de mayo de 1922 el toro Pocapena de Veragua, quinto de la tarde, propinó una espeluznante cornada que terminó, al pie del tendido 2 de la Plaza Vieja de Madrid, con la vida de Manolo Granero. Ese trágico momento fue captado en toda su crudeza por la cámara del magistral Baldomero. A nadie se le ocurrió publicar aquellas imágenes desgarradoras que causaron el terror de quienes contemplaron la tragedia, incluido el Duque de Veragua, propietario de los toros, que abandonó su localidad de la delantera de la Andanada 1 y nunca más volvió a la Plaza de Madrid; incluidos el gran peón Blanquet, el picador Camero y el puntillero Josele, que ese día tomaron la resolución firme de no volver a vestir de luces.
El fotógrafo, con un sentido de la deontología que hoy sería muy dificil de explicar, destruyó los clichés y jamás fueron publicadas las fotografías que contenían las imágenes de mayor crudeza.
Habría que recordar que la portada de la edición de ABC del martes 9 de mayo (recordemos que los lunes no se editaban periódicos) está ocupada por las imágenes del homenaje a Cajal y de la inauguración de la nueva sede del Banco Español de Crédito. El diario, como es natural, da una gran cobertura literaria a la tragedia, y es en la página 4 donde se da la imagen del momento en que el toro prende por la pierna izquierda al valeroso torero valenciano. Sin morbosidad ni sensacionalismo, como correspondía a un gran diario.
Conviene recordar que hubo un tiempo en que los diarios, y faltaban lustros para inventar eso de los manuales de ética, tenían... estilo.
Habría que explicar que hubo otra época en la que los periódicos, los periodistas, los informadores gráficos e incluso el público no eran así. Habría que explicar que el obsceno interés del populacho siempre encontraba enfrente la elegancia de los directores de los diarios, de sus editores o de los mismos redactores, que, remisos a caer en la vulgaridad y respetuosos con sus propios lectores, trazaban de forma indeleble la línea que siempre ha diferenciado la información del mal gusto.
El día 7 de mayo de 1922 el toro Pocapena de Veragua, quinto de la tarde, propinó una espeluznante cornada que terminó, al pie del tendido 2 de la Plaza Vieja de Madrid, con la vida de Manolo Granero. Ese trágico momento fue captado en toda su crudeza por la cámara del magistral Baldomero. A nadie se le ocurrió publicar aquellas imágenes desgarradoras que causaron el terror de quienes contemplaron la tragedia, incluido el Duque de Veragua, propietario de los toros, que abandonó su localidad de la delantera de la Andanada 1 y nunca más volvió a la Plaza de Madrid; incluidos el gran peón Blanquet, el picador Camero y el puntillero Josele, que ese día tomaron la resolución firme de no volver a vestir de luces.
El fotógrafo, con un sentido de la deontología que hoy sería muy dificil de explicar, destruyó los clichés y jamás fueron publicadas las fotografías que contenían las imágenes de mayor crudeza.
Habría que recordar que la portada de la edición de ABC del martes 9 de mayo (recordemos que los lunes no se editaban periódicos) está ocupada por las imágenes del homenaje a Cajal y de la inauguración de la nueva sede del Banco Español de Crédito. El diario, como es natural, da una gran cobertura literaria a la tragedia, y es en la página 4 donde se da la imagen del momento en que el toro prende por la pierna izquierda al valeroso torero valenciano. Sin morbosidad ni sensacionalismo, como correspondía a un gran diario.
Conviene recordar que hubo un tiempo en que los diarios, y faltaban lustros para inventar eso de los manuales de ética, tenían... estilo.