Vicente Llorca
La escena aparece en las “Historias del juego” del novelista Frank Roncero.
Mayo 1911. El lugar, no localizado, un sótano de las afueras de Chicago. Se reúnen varios miembros del clan de los marselleses. El capo, Eme Pe, preside la reunión. A su derecha, su lugarteniente, A. Uve
-¿Qué hacemos con el portugués? -interroga uno.
-De momento, nada. Ya lo hemos silenciado por una temporada. No creo que vuelva a bajar a la calle.
-Habría que romperle las piernas, ya os lo he dicho -interrumpe desde la sombra uno al que llaman Don Manuele.
-Don Manuele, no quiero más violencia.
- Ya. Pero ¿y si hiciera falta?
-Para eso ya tenemos a los marselleses…
-Esos que fueron al barrio del Manzanares River y lo rompieron todo…
-Esos.
-Ya. ¿Qué les pasó luego a ellos?
-A ellos, nada. Después de prender fuego al local conseguimos que un juez condenara al dueño.
-Eres un artista, jefe -replica A. Uve, que quiere ser califa en lugar del califa.
-Ya lo sé, A. Yo imparto la justicia. Pero es que me fastidian estos que creen que pueden comprarlo todo con dinero.
-Y no apoyan a los chicos de la banda.
-Eso es. Me fastidia. Con dinero. Qué se habrán creído.
-Y con el ejecutor, el belga ése -prosigue otro, al fondo-. ¿Qué hemos hecho?
-No te preocupes, Giuseppe. A ese le hemos enviado ya a un barrio en las afueras. Está a salvo.
-¿A qué barrio?
-Bélgica se llama, o algo así.
-Dónde estará eso -se pregunta Don Manuele.
-Está más allá de Brooklyn, creo -contesta Giuseppe, el intelectual del grupo.
-¿Y al primer ejecutor? ¿Al alemán? El que se cargó al otro portugués. Al moreno.
-También está ya lejos. En su pueblo.
-¿Y si nos hace falta?
-Pues le volvemos a llamar.
-¿Cómo se llama a su pueblo? ¿Tienen teléfono allí?
-Y yo qué sé. Preguntadle a Giuseppe, que para eso ha leído.
-Todo el mundo tiene teléfono ahora, jefe. Hasta los negros.
-Qué gracioso -escupe Don Manuel-. Éste dice que los negros tienen teléfono. Ésta sí que es buena.
La risa y los gruñidos de Don Manuel no dejan hablar a nadie. Aprovechan para encender unos buenos puros.
-Eme -pregunta A., entre calada y calada-. Me preocupa una cosa. Todo esto que estamos haciendo, el control del barrio, del juego, de los jueces, los puertos, los sobornos y todo eso está muy bien. Pero, ¿no le tienes miedo algún día a la ley?
-Cretino -le contesta el capo, Pe-. Cretino. La ley somos nosotros.
La escena aparece en las “Historias del juego” del novelista Frank Roncero.
Mayo 1911. El lugar, no localizado, un sótano de las afueras de Chicago. Se reúnen varios miembros del clan de los marselleses. El capo, Eme Pe, preside la reunión. A su derecha, su lugarteniente, A. Uve
-¿Qué hacemos con el portugués? -interroga uno.
-De momento, nada. Ya lo hemos silenciado por una temporada. No creo que vuelva a bajar a la calle.
-Habría que romperle las piernas, ya os lo he dicho -interrumpe desde la sombra uno al que llaman Don Manuele.
-Don Manuele, no quiero más violencia.
- Ya. Pero ¿y si hiciera falta?
-Para eso ya tenemos a los marselleses…
-Esos que fueron al barrio del Manzanares River y lo rompieron todo…
-Esos.
-Ya. ¿Qué les pasó luego a ellos?
-A ellos, nada. Después de prender fuego al local conseguimos que un juez condenara al dueño.
-Eres un artista, jefe -replica A. Uve, que quiere ser califa en lugar del califa.
-Ya lo sé, A. Yo imparto la justicia. Pero es que me fastidian estos que creen que pueden comprarlo todo con dinero.
-Y no apoyan a los chicos de la banda.
-Eso es. Me fastidia. Con dinero. Qué se habrán creído.
-Y con el ejecutor, el belga ése -prosigue otro, al fondo-. ¿Qué hemos hecho?
-No te preocupes, Giuseppe. A ese le hemos enviado ya a un barrio en las afueras. Está a salvo.
-¿A qué barrio?
-Bélgica se llama, o algo así.
-Dónde estará eso -se pregunta Don Manuele.
-Está más allá de Brooklyn, creo -contesta Giuseppe, el intelectual del grupo.
-¿Y al primer ejecutor? ¿Al alemán? El que se cargó al otro portugués. Al moreno.
-También está ya lejos. En su pueblo.
-¿Y si nos hace falta?
-Pues le volvemos a llamar.
-¿Cómo se llama a su pueblo? ¿Tienen teléfono allí?
-Y yo qué sé. Preguntadle a Giuseppe, que para eso ha leído.
-Todo el mundo tiene teléfono ahora, jefe. Hasta los negros.
-Qué gracioso -escupe Don Manuel-. Éste dice que los negros tienen teléfono. Ésta sí que es buena.
La risa y los gruñidos de Don Manuel no dejan hablar a nadie. Aprovechan para encender unos buenos puros.
-Eme -pregunta A., entre calada y calada-. Me preocupa una cosa. Todo esto que estamos haciendo, el control del barrio, del juego, de los jueces, los puertos, los sobornos y todo eso está muy bien. Pero, ¿no le tienes miedo algún día a la ley?
-Cretino -le contesta el capo, Pe-. Cretino. La ley somos nosotros.