José Ramón Márquez
Dies irae. La Marquesa Margarita Salas, marquesita de Canero lo mismo que hay las marquesitas de Bargas, ha sido de nuevo postergada por el inicuo jurado del premio Príncipe de Asturias. Creo que es la novena o la décima vez que opta al simpático galardón, de cuya entrega lo más sobresaliente es la estupenda banda de gaiteros que interpreta, con el recio sonido de tan ancestral instrumento, la canción que cantábamos los borrachos, ahora elevada al rango de himno autonómico.
De nuevo Margarita y su fiel bacteriófago, el manso Jeremiah, han sido dejados en la cuneta por la falta de sensibilidad de un jurado venal que ha preferido premiar a los neurólogos Joseph Altman, Arturo Alvarez-Buylla y Giacomo Rizzolatti con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2011. Neurólogos, ¡bah! ¿Qué es el sistema nervioso frente a la belleza, a las proporciones, a la elegancia de Jeremiah? Apenas nada. Ahora tienen los eminentes investigadores tema de estudio con los nervios de la pobre Marquesa, que no comprende por qué no la dan a ella el galardón a cambio del cual ella daría un brazo, si tal fuese necesario. España nunca reconoce a los mejores. Muchos se van a la tumba sin recibir el justo homenaje de sus conciudadanos. Personas como El Fary o Perico Delgado, que han conocido el éxito en vida, es de lo que menos hay entre nosotros. A nadie importa el sufrimiento de esta anciana que, con la ilusión de una colegiala, ha removido Roma con Santiago para seguir obteniendo Proyectos de Investigación, a una edad a la que sus contemporáneos se aburren en los centros de día. A nadie importa la pena que corroe a Jeremiah, soportada con elegante estoicismo, mientras repite con Séneca: “Solamente la virtud es elevada, sublime, y nada hay grande sino aquello que al mismo tiempo es sereno”.
Dies irae. La Marquesa Margarita Salas, marquesita de Canero lo mismo que hay las marquesitas de Bargas, ha sido de nuevo postergada por el inicuo jurado del premio Príncipe de Asturias. Creo que es la novena o la décima vez que opta al simpático galardón, de cuya entrega lo más sobresaliente es la estupenda banda de gaiteros que interpreta, con el recio sonido de tan ancestral instrumento, la canción que cantábamos los borrachos, ahora elevada al rango de himno autonómico.
De nuevo Margarita y su fiel bacteriófago, el manso Jeremiah, han sido dejados en la cuneta por la falta de sensibilidad de un jurado venal que ha preferido premiar a los neurólogos Joseph Altman, Arturo Alvarez-Buylla y Giacomo Rizzolatti con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2011. Neurólogos, ¡bah! ¿Qué es el sistema nervioso frente a la belleza, a las proporciones, a la elegancia de Jeremiah? Apenas nada. Ahora tienen los eminentes investigadores tema de estudio con los nervios de la pobre Marquesa, que no comprende por qué no la dan a ella el galardón a cambio del cual ella daría un brazo, si tal fuese necesario. España nunca reconoce a los mejores. Muchos se van a la tumba sin recibir el justo homenaje de sus conciudadanos. Personas como El Fary o Perico Delgado, que han conocido el éxito en vida, es de lo que menos hay entre nosotros. A nadie importa el sufrimiento de esta anciana que, con la ilusión de una colegiala, ha removido Roma con Santiago para seguir obteniendo Proyectos de Investigación, a una edad a la que sus contemporáneos se aburren en los centros de día. A nadie importa la pena que corroe a Jeremiah, soportada con elegante estoicismo, mientras repite con Séneca: “Solamente la virtud es elevada, sublime, y nada hay grande sino aquello que al mismo tiempo es sereno”.