José Ramón Márquez
Después de tantas vueltas, idas y venidas, camiones, veterinarios, apoderados, por fin se aprobaron los toros para hoy en Madrid, que venían los orejeros y el francés, y para esos los toros hay que mirarlos con lupa. Al final triunfó la sensatez y se vinieron a Las Ventas unos primillos lejanos del inmortal Amador, histórico toro de la Feria, duela a quien duela, porque es el que mejor retrata lo que esta feria está siendo.
Trajeron cuatro toros, como las cuatro orejas de Talavante y de Manzanares, de Parladé, je, je, jé y dos, como las dos orejas que abren la puerta grande de Madrid, de Juan Pedro. Traían los toros las cintas negras en la espalda, de luto por la afición de Madrid, por esta malhadada plaza transformada en nido de horteras y guarida de tunantes, por este pueblerino público que se enseñorea de la plaza a diario, por toda esa gentuza que no hace otra cosa que comer y comer, bulímicos espectadores que han transformado Las Ventas en un merendero, por los ignaros que hacen gala y enseña de su desconocimiento y dejan el tendido transformado en un vertedero de cáscaras de pipas, de papel de aluminio, de vasos de cubata, de latas de cerveza, de pellejos de chorizo, de bandejas de cartón donde vinieron los emparedados, por esta pobre plaza vilipendiada en manos de esta carpanta. Carpanta secular de un pueblo que conoce bien las hambres y carpanta de toros débiles y despreciables, para escarnio del espectáculo y desprestigio de la plaza que lo alberga. Esto es lo que hay.
Los Amadores de hoy fueron de no te menees. Por ejemplo Histrión, número 74, conoció en sus carnes la inmensidad de dos picotazos, y con eso Manolo, el garante del Orden Público, lo consideró picado. O Helénico, número 80, qué gran nombre para el protagonista de un espectáculo cultural como éste, que pierde las manos en el capote, se cae a la salida de la primera vara y, para no ser menos, a la salida de la segunda también, y lo mismo en el inicio de la faena, sin que a Manolo el Ordeno y Mando se le ocurra ver que ese bichejo estaba alterando el Orden Natural. O el cacho feo del Facilón, número 49, con una cabeza gorda como la de los conejos cuando enferman de mixomatosis, que se cae en el capote y cocea como una mula. O el Alerta, número 148, que en el segundo par de banderillas ya tenía un palmo de lengua fuera de la boca, que no le llegaba el aire a los pulmones, en el caso de que los tuviese, y que tuvo la ocurrencia de pegarse una costalada clavando los pitones en la arena a la salida de un ayudado por alto, que tiene mérito eso. O Jergoso, número 44, cariavacado, que se cae él solo sin necesidad de capote, penco, banderilla o muleta como hecho causal. O Brazalete, número 72, al que Manolo en su infinita y discrecional bondad exime del cumplimiento de lo reglamentado en lo tocante a la suerte de varas y lo cambia con una entrada sin agarrar el puyazo y un picotazo. Y para esto tuvieron un festival de camiones yendo y viniendo, para después de tantas vueltas y vueltas ir a aterrizar en la bosta, como un moscardón verde.
Y después de las fatiguitas que se habían pasado para que los aprobasen, ¿qué se podría hacer con esos bicharracos? Pues la respuesta evidente es que esos productos ganaderos, víctimas de la selección de sus dueños en aras a destruir cualquier atisbo de casta que pudiesen atesorar, estaban destinados a ser tundidos a muletazos del neotoreo que se hace en línea recta, que se produce con la pierna de salida cada vez un poco más retrasada, que se comienza no cruzando al pitón contrario, sino citando a ese pitón con la muleta formando una V mientras el matador se sitúa en el hilo del otro, que se sustancia en ese pase por alto y hacia afuera denominado ‘el obligado’, que lleva al paroxismo a las gentes mediante la trincherilla ligera, que prefiere la mano diestra que la zurda -mano del diablo-, que ni para, ni manda, ni carga la suerte, ni falta que le hace porque sus valores son el temple, la ligazón y el destoreo.
Y el hecho de que toreasen Castella, Manzanares y Talavante es irrelevante, pues lo mismo podían haber sido Perera, Tejela, Pinar, Tendero o Juan Bautista o cualquiera que se ocurra, porque de antemano se puede apostar a que cualquiera de ellos hará lo mismo, sin solución de continuidad. Neotoreo, es decir destoreo.
Cabe la duda de por qué Manzanares no tiene la hombría de plantarse enfrente del torucho de turno y hacer el torero del bueno, que le hemos visto hacerlo; pero viendo las reacciones de la talanquera de Las Ventas uno se puede explicar que qué exigencia se va a poner a sí mismo ese hombre, si él sabe que a los que sacan los pañuelos les da igual lo que haga, porque la mayoría ni se entera de lo que está viendo. Me hubiese gustado mucho más que Manzanares hubiese venido con otra predisposición, a poner a todos de acuerdo, pero creo que ha tirado por el camino fácil y eso le ha servido y le va a dar sus réditos. Ahora ya tiene por delante toda la temporada para hacer caja. La operación Matilla ha salido de perlas, pero en Madrid pierde en cartel lo que gana en aplausos y facilones pañuelos blancos al viento.
Lo que más me ha gustado de Manzanares, su cuadrilla. Hoy estuvo correcto Barroso, que picó al Jergoso, y superiores los peones en ese toro, con una gran brega de Curro Javier y muy buenos pares de Juan José Trujillo y Luis Blázquez. Por contra, Tulio Salguero, de Talavante, picó fatal al Brazalete, y ese peoncito que se llama Julio López, tercero también de Talavante, tomó el olivo en los dos toros que le tocó banderillear.
P:S: Que a la salida de los toros me quieran convencer de que en su segundo Talavante estuvo sobando al toro hasta que el bicho se entregó es de mofa. La faena comenzó frente al 9, el toro se largó a su querencia en el 3, Talavante trató de torearle en el 4, cunado llevaba parado un buen rato el Tissot de Manolo, faena larga y pesada, de pronto al toro le dio por venir a la carrera, que es lo que dicen: que ahí ya se le había entregado; y lo mismo que hizo eso se le paró y le atropelló en eso que un chusco bautizó como ‘elpase del molinillo’, que consiste en hacer girar al torero en el pitón del toro. Lo citó a recibir en la suerte contraria dándole la espalda a los chiqueros y no le salió, luego lo igualó frente a chiqueros y ahí cobró la estocada que acabó con él. El toro hizo lo que le dio la gana en la faena, eligió el terreno, eligió cuando corría y cuando se paraba y eligió cuando atropelló al torero que nunca le mandó ni le sujetó, porque el toreo que practica no sirve para eso.
Después de tantas vueltas, idas y venidas, camiones, veterinarios, apoderados, por fin se aprobaron los toros para hoy en Madrid, que venían los orejeros y el francés, y para esos los toros hay que mirarlos con lupa. Al final triunfó la sensatez y se vinieron a Las Ventas unos primillos lejanos del inmortal Amador, histórico toro de la Feria, duela a quien duela, porque es el que mejor retrata lo que esta feria está siendo.
Trajeron cuatro toros, como las cuatro orejas de Talavante y de Manzanares, de Parladé, je, je, jé y dos, como las dos orejas que abren la puerta grande de Madrid, de Juan Pedro. Traían los toros las cintas negras en la espalda, de luto por la afición de Madrid, por esta malhadada plaza transformada en nido de horteras y guarida de tunantes, por este pueblerino público que se enseñorea de la plaza a diario, por toda esa gentuza que no hace otra cosa que comer y comer, bulímicos espectadores que han transformado Las Ventas en un merendero, por los ignaros que hacen gala y enseña de su desconocimiento y dejan el tendido transformado en un vertedero de cáscaras de pipas, de papel de aluminio, de vasos de cubata, de latas de cerveza, de pellejos de chorizo, de bandejas de cartón donde vinieron los emparedados, por esta pobre plaza vilipendiada en manos de esta carpanta. Carpanta secular de un pueblo que conoce bien las hambres y carpanta de toros débiles y despreciables, para escarnio del espectáculo y desprestigio de la plaza que lo alberga. Esto es lo que hay.
Los Amadores de hoy fueron de no te menees. Por ejemplo Histrión, número 74, conoció en sus carnes la inmensidad de dos picotazos, y con eso Manolo, el garante del Orden Público, lo consideró picado. O Helénico, número 80, qué gran nombre para el protagonista de un espectáculo cultural como éste, que pierde las manos en el capote, se cae a la salida de la primera vara y, para no ser menos, a la salida de la segunda también, y lo mismo en el inicio de la faena, sin que a Manolo el Ordeno y Mando se le ocurra ver que ese bichejo estaba alterando el Orden Natural. O el cacho feo del Facilón, número 49, con una cabeza gorda como la de los conejos cuando enferman de mixomatosis, que se cae en el capote y cocea como una mula. O el Alerta, número 148, que en el segundo par de banderillas ya tenía un palmo de lengua fuera de la boca, que no le llegaba el aire a los pulmones, en el caso de que los tuviese, y que tuvo la ocurrencia de pegarse una costalada clavando los pitones en la arena a la salida de un ayudado por alto, que tiene mérito eso. O Jergoso, número 44, cariavacado, que se cae él solo sin necesidad de capote, penco, banderilla o muleta como hecho causal. O Brazalete, número 72, al que Manolo en su infinita y discrecional bondad exime del cumplimiento de lo reglamentado en lo tocante a la suerte de varas y lo cambia con una entrada sin agarrar el puyazo y un picotazo. Y para esto tuvieron un festival de camiones yendo y viniendo, para después de tantas vueltas y vueltas ir a aterrizar en la bosta, como un moscardón verde.
Y después de las fatiguitas que se habían pasado para que los aprobasen, ¿qué se podría hacer con esos bicharracos? Pues la respuesta evidente es que esos productos ganaderos, víctimas de la selección de sus dueños en aras a destruir cualquier atisbo de casta que pudiesen atesorar, estaban destinados a ser tundidos a muletazos del neotoreo que se hace en línea recta, que se produce con la pierna de salida cada vez un poco más retrasada, que se comienza no cruzando al pitón contrario, sino citando a ese pitón con la muleta formando una V mientras el matador se sitúa en el hilo del otro, que se sustancia en ese pase por alto y hacia afuera denominado ‘el obligado’, que lleva al paroxismo a las gentes mediante la trincherilla ligera, que prefiere la mano diestra que la zurda -mano del diablo-, que ni para, ni manda, ni carga la suerte, ni falta que le hace porque sus valores son el temple, la ligazón y el destoreo.
Y el hecho de que toreasen Castella, Manzanares y Talavante es irrelevante, pues lo mismo podían haber sido Perera, Tejela, Pinar, Tendero o Juan Bautista o cualquiera que se ocurra, porque de antemano se puede apostar a que cualquiera de ellos hará lo mismo, sin solución de continuidad. Neotoreo, es decir destoreo.
Cabe la duda de por qué Manzanares no tiene la hombría de plantarse enfrente del torucho de turno y hacer el torero del bueno, que le hemos visto hacerlo; pero viendo las reacciones de la talanquera de Las Ventas uno se puede explicar que qué exigencia se va a poner a sí mismo ese hombre, si él sabe que a los que sacan los pañuelos les da igual lo que haga, porque la mayoría ni se entera de lo que está viendo. Me hubiese gustado mucho más que Manzanares hubiese venido con otra predisposición, a poner a todos de acuerdo, pero creo que ha tirado por el camino fácil y eso le ha servido y le va a dar sus réditos. Ahora ya tiene por delante toda la temporada para hacer caja. La operación Matilla ha salido de perlas, pero en Madrid pierde en cartel lo que gana en aplausos y facilones pañuelos blancos al viento.
Lo que más me ha gustado de Manzanares, su cuadrilla. Hoy estuvo correcto Barroso, que picó al Jergoso, y superiores los peones en ese toro, con una gran brega de Curro Javier y muy buenos pares de Juan José Trujillo y Luis Blázquez. Por contra, Tulio Salguero, de Talavante, picó fatal al Brazalete, y ese peoncito que se llama Julio López, tercero también de Talavante, tomó el olivo en los dos toros que le tocó banderillear.
P:S: Que a la salida de los toros me quieran convencer de que en su segundo Talavante estuvo sobando al toro hasta que el bicho se entregó es de mofa. La faena comenzó frente al 9, el toro se largó a su querencia en el 3, Talavante trató de torearle en el 4, cunado llevaba parado un buen rato el Tissot de Manolo, faena larga y pesada, de pronto al toro le dio por venir a la carrera, que es lo que dicen: que ahí ya se le había entregado; y lo mismo que hizo eso se le paró y le atropelló en eso que un chusco bautizó como ‘elpase del molinillo’, que consiste en hacer girar al torero en el pitón del toro. Lo citó a recibir en la suerte contraria dándole la espalda a los chiqueros y no le salió, luego lo igualó frente a chiqueros y ahí cobró la estocada que acabó con él. El toro hizo lo que le dio la gana en la faena, eligió el terreno, eligió cuando corría y cuando se paraba y eligió cuando atropelló al torero que nunca le mandó ni le sujetó, porque el toreo que practica no sirve para eso.
La terna
Manzanares, Castella y Talavante
Muy distanciados en el hablar, pero muy próximos en el destorear
Manzanares, Castella y Talavante
Muy distanciados en el hablar, pero muy próximos en el destorear