José Ramón Márquez
Tras el ínfimo paréntesis de ayer, hoy volvemos al monoencaste juampedro, no vaya a ser que nos acostumbremos a otra cosa, que hay que ver las cosas que dicen cuando sale algo por chiqueros que saca los pies del tiesto. Sin ir más lejos, he oído por ahí dos rebuznos mayúsculos, uno de un tal Íñigo Crespo, a favor de la desaparición de la ganadería de Escolar en la Radio Nacional de España que pagamos entre todos, incluido Escolar, y otro del enigmático personaje que se ampara bajo la sigla CRV en contra de Partido de Resina, publicado en el portal Mundotoro, seña y emblema de la independencia, de la inteligencia, del desinterés y de la objetividad en la información taurina. Peor para ellos, si son incapaces de ver que la grandeza del toreo está en medirse con toros y no con cabras domésticas y que quieren al toro tonto de babas correteando alrededor del torerito de las posturitas, del que las hace y del que las intenta. Con su pan se lo coman los pobrecillos, que no hay mayor maldición que tener que ver morir a la camada del Cuvillo entera en esas plazas de Dios.
Decíamos juampedro, que es palabra que nos suele inspirar ínfimo respeto, a diferencia de lo que les pasa a esos héroes de los que hablábamos antes, y hay que ver lo entretenida que ha sido la novillada que ha dado la ganadería de Montealto, antigüedad de abril de 2006, esta tarde en Las Ventas, que han traído una corrida magníficamente presentada, con casta, con mansedumbre y con emoción, lo que debe traer el toro de lidia.
Por ejemplo, el primer novillo, Zurito, número 24, fue un manso muy apropiado para explicar la mansedumbre a quien no la conozca: el novillo no atiende a los capotes, se va a chiqueros, se escapa de las varas, se duele en banderillas... y se va a morir al mismísimo platillo de la plaza, acaso para redimirse. O el sexto, Balanzino, número 88, muy serio de presencia y con muchos puntos de casta y bravura en su comportamiento. Toros que se mueven o que se acaban parando, toros que, a la mínima le ponen los pitones en el pecho a su matador, toros que traen emoción en los tres tercios, que no son un trámite para llegar a la faenita de muleta.
Con esta interesante novillada se anunciaron Thomas Duffau, Sergio Flores y Alberto López Simón o, lo que es lo mismo, Mont de Marsan, Tlaxcala y Barajas: el planeta de los toros.
Me hace gracia esa forma canónica que se han inventado para empezar la faena que consiste en atizar unos cuantos pases cambiados por la espalda, las pedresinas. ¿No es acaso más bonito y más auténtico, si sabemos que el toro se va a venir, citarle de frente con la muleta? ¿Qué les habrán enseñado sus mentores a estos jóvenes? ¿Las imágenes del Maestro César Rincón o la colección de las cien faenas más poderosas de Julián? El año del aldabonazo del gran maestro colombiano en Madrid es el año en que venían al mundo Duffau y Flores, y el primer año de vida de López Simón. El tiempo pasa.
Duffau cumplió con suficiencia porque empezó con las pedresinas y finalizó con las manoletinas, que es lo que ahora se estila. Entre medias anduvo con el toro que sólo tenía mansedumbre, pero que no se comía a nadie con ese punto de frialdad que siempre tienen los toreros franceses. Su segundo, un precioso castaño que atendía por Trineo, número 98, tuvo un comportamiento muy interesante: la primera vara la toma empujando con mucha fuerza y con violencia más propia de bravucón que de toro bravo, la segunda confirma la impresión porque se duele y sale suelto; luego el toro se queda aplomado y sin atender a los requerimientos de Juan Rafael Viotti, que es el encargado de la brega para banderillas. Después, al pisarle más el terreno, el toro acude a banderillas con alegría, no se duele y mira mucho, enterándose, y en la faena de muleta saca casta y tiene una vibrante embestida, aunque Duffau lo torea como todos ahora. Toro a más que demandaba más compromiso por parte del matador, a costa de pasar miedo.
El tlaxcalteco Flores trajo el gusto mexicano por el toreo de capa y la ilusión de un novillero que quiere llegar a algo. Comienza también su faena al primero con las imprescindibles pedresinas y la finaliza con las insoslayables bernardinas, variación de la manoletina, como es sabido. Entre tanto, su faena de muleta a ese novillo adolece de colocación y eso hace que la figura que compone el torero no sea vertical. El toro Farolero, número 85, fue mejor que el torero, que se perdió en una faena hecha a gran velocidad y con los defectos señalados. En su segundo, Chileno, número 45, tenemos otra versión mucho más comprometida del torero mexicano. En primer lugar el toro no pasa en los capotazos de inicio, luego derriba al picador Romualdo Almodóvar en el primer encuentro en el que había agarrado un puyazo bajo y que en la segunda entrada al caballo agarra al toro bien trasero y le pega mucho. Se ve que no debió tener suficiente con la escabechina que le hizo ayer al Joyero de Partido de Resina y que hoy le quedaban ganas de seguir destrozando toros. A este toro, bregado y banderilleado con solvencia por los Pirri y por ‘Tito’, le plantea Sergio Flores una faena de gran vibración, con innegables defectos, pero con la verdad de las ganas de estar con torería frente a un toro exigente y de casta. Consiguió darle una serie muy emocionante de naturales rematados con el de pecho antes de pinchar y luego agarrar una buena estocada que tumbó al toro después de estar un buen rato tragándose la muerte. Hubo mucha entrega por parte del tlaxcalteco y la verdad es que es un gusto ver a un novillero con esa disposición.
Alberto López Simón inició sus dos faenas de rodillas para que unos de la Andanada se acordasen de Litri y otros de Palomo. Luego, de pie, las faenas no tomaron la altura del inicio de rodillas; su primero es un toro jabonero que al principio repite, pero al que pronto se le acaba la embestida. López Simón le hace el péndulo, le anda sin naturalidad, como una muñeca de cuerda, y está muy circunspecto, en la línea de Tomás en plan místico. El sexto fue un toro exigente que sacó casta y que necesitaba una muleta que le templase y le mandase. López Simón volvió a ponerse solemne tras su segundo inicio de hinojos y la faena no llegó a tomar la dimensión que el toro requería.
El picador Plácido Sandoval “Tito” protagonizó un espectacular tercio de varas en el segundo. Además del placer de verle montar a caballo, el picador hace la suerte poniendo al penco de frente al novillo y cuando éste se arranca, le echa el palo agarrando arriba, pero el novillo toma al aleluya por delante y empuja con poder, pese a tener la vara puesta, hasta que consigue derribar al jinete y a la cabalgadura. Magnífica vara realizada con una enorme generosidad hacia el toro y hacia el público.
Hoy tomaron el olivo todos los de la cuadrilla de Duffau: Juan Rafael Viotti una vez en el primero, Manuel Molina una vez en el cuarto y Luis Henri Leal una vez en cada uno de los dos toros que le tocó banderillear.
A la salida de su segundo par, mientras César del Puerto corría hacia el burladero del 6 sin que hubiese un capote para hacerle el quite, la gorra de un arenero salió del callejón para despistar lo justo al novillo. ¿Quién dice que los toros, habiendo toros, es un espectáculo aburrido?
Mañana nos espera el Lado Oscuro, con Palpatine Matilla y Darth Vader Curro Vázquez reliando los corrales.