Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La libertad política es un refinamiento cultural; una vez cancelada la cultura, el ideal occidental es el Partido Unánime, o vuelta a la unanimidad obligatoria: una sola religión incuestionable, un solo estilo de arte, un solo orden político y una sola fuente de risas y lágrimas común. El liberalismo, nos dice Santayana, sólo ha sido una distensión de aquella “edad de oro”:
–Por esta razón procura a todos los que se sienten descolocados tal comodidad y descanso: les ofrece un escape de todo tipo de tiranías accidentales; les abre esa moral delicada, erudita, dulce, esa actitud de la mente críticamente superior que Matthew Arnold llamó “cultura”.
Un castizo diría que el Partido Unánime es el hijo tonto del Partido Único, para nosotros la Falange, aquel “hijo putativo”, dicho por Foxá, de Carlos Marx e Isabel la Católica, y no disparataría el castizo, pues uno ha asistido al tránsito estético-social del bigotito Arias (que no era falangista) a la barbita Sémper (que sí es unanimista), o barbita de toda la unanimidad socialdemócrata, que en el periodismo fue pasar de la opinión única (¡el parte! ¡el parte!) a la opinión unánime. Nos lo avisó Muray: “El gobierno ideal del pueblo por el pueblo se realiza por medio de la más pura, eficaz y ‘limpia’ de todas las cruzadas que jamás se hayan librado contra las miserables excepciones (…) Un pequeño y último esfuerzo y todo habrá terminado. Se habrá conseguido la igualación final de las mentalidades.”
El Partido Unánime es una secreción continental que hoy tiene seducido a Washington D. C. y que en su día sedujo en la isla a Disraeli: “¡Ingleses! Desembarazaos de toda esa jerga política; whigs y tories son dos palabras que no sirven más que para engañaros”. Nuestro Fueyo (falangista) resumió sobre Bolingbroke la doctrina inglesa de la oposición: “Un rebelde (whig) en cuanto llega al Poder se convierte en un bandido (tory), en tanto que un bandido (tory) se regenera en la oposición, convirtiéndose en un rebelde (whig)”.
En el Estado de Partidos no tenemos ni ese juego, y menos ahora, que todos los partidos van a quedarse en uno. Somos el Mundo Feliz de Huxley, un mundo de eunucos contentos, amantes de nuestra esclavitud. Durante la feria de San Isidro todos los revistosos del puchero la tomaron contra el tendido “7” de Las Ventas, empeñado en romper la Unanimidad con sus discrepancias.
–Me llamo Coherencia –repetía estos días María Guardiola, y todos los revistosos del puchero se lo cantaban como niños de San Ildefonso.
¿Qué venía a decirnos el “mainstream”, a quien nadie había pedido nada? Y contesta Muray: “Que hay que acabar con la incoherencia. Las incoherencias. Las excepciones. La Excepción en sí. ¡Ah! ¡Eso es! ¡La Excepción! Adversario mortal de la Norma.”
El Consenso, sinónimo finolis de corrupción, es la forma de gobierno del Partido Unánime.
[Martes, 27 de Junio]