martes, 11 de julio de 2023

La caída del Imperio


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Nos ha sido dado asistir a la caída del Imperio de Occidente (no por lo de Francia, que ya ven), espectáculo que pide un Homero para contarlo (aunque ¿a quién?). Ese Homero podía ser Tucker Carlson, pero ha sido cancelado en el país de “El Federalista” (los demás a nadie importan). Para disfrutar del momento, pues, recomiendo como música del “Titanic” la relectura de Edward Gibbon, el hombre que en la “Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano” creía haber descrito “el triunfo de la barbarie y la religión”.


    –Leed la tentativa de Gibbon de explicar la razón por la cual surgió la Iglesia en el Imperio romano, y observad su vacuo fracaso –dirá Belloc en su “Europa y la Fe”.


    Y es que Gibbon es un volteriano devorado por el optimismo bobo de la Ilustración (“adolece a trechos de la propensión irónica de Voltaire”, reconoce su traductor al español), que lo lleva a mostrarse confiado en que ni los bárbaros más bárbaros (en el sentido griego del término) podrán jamás destruir Europa: primero por el progreso de las artes militares en Occidente (Gibbon viendo venir a la Otan de Solana y esas cosas), y luego, y ésta es la razón más importante, porque esos mismos bárbaros pasarán también por un proceso evolutivo en el que sus ciencias y sus artes progresarán bajo la tutela europea. La lógica ilustrada de Gibbon, para quien no había ningún paralelismo entre la civilización occidental y la romana, recogida por R. Nisbet, parece irrebatible:


    –Europa está segura de cualquier futura irrupción de los bárbaros, pues, antes de poder conquistarla tienen que dejar de ser bárbaros, y acabarán formando parte de las naciones que, supuestamente, habrían de subyugar.


    Pero a Gibbon lo salva el humor, y por eso es el ídolo de Henry Adams, que no se cansa de citar la suprema frase del inglés ante las catedrales góticas: “Eché un vistazo desdeñoso a los imponentes monumentos de la superstición”. A Santayana el sectarismo político y la tendencia moralizadora de la mayoría de las historias le impidieron durante años el estudio de la historia, salvo Gibbon: “Su tendencia es obvia, pero divertida, y cuando llegué a él estaba yo dispuesto a reírme de los disparates de la Iglesia y del Estado o de la Filosofía”.


    Quienes toman el 78 por otra Restauración, que recuerden en la famosa “sesión del sombrerazo” al santiagués Linares Rivas acusando en la tribuna a Cánovas de “decadencia”.


    –Acaso Su Señoría no pase por ningún Gibbon a la posteridad, y si ciertamente el sujeto es más pequeño que la Historia de la decadencia de Roma, también fuera muy fácil que fuese más pequeño el historiador” –contestó Cánovas, y tomando airadamente su sombrero, abandonó el Banco Azul, para escándalo de políticos y periodistas.


    Hoy, nuestro Cánovas de Peraes, cita, tan pichi, a Orwell como cronista ochentero, y políticos y periodistas asienten.

 

[Martes, 4 de Julio]