jueves, 27 de julio de 2023

El mito del pluralismo



Dalmacio Negro

 

1.- El pluralismo político se basa en el hecho de que la libertad es inherente a los seres humanos. Pero el pluralismo del que se habla, lo reduce a la diversidad de la opinión. Lo que implica la sustitución de la comunidad política, que presupone la existencia de un cuerpo político, por la sociedad política en la que cuentan sólo los intereses. Una consecuencia del artificialismo del Estado.

Maritain describía así el auténtico pluralismo político en El hombre y el Estado: «No sólo la comunidad nacional y todas las comunidades de rango subalterno se hallan incluidas en la unidad superior del cuerpo político sino que el cuerpo político contiene también en su unidad superior a los grupos familiares –cuyos derechos y libertades esenciales son anteriores a él— y a una multiplicidad de otras sociedades particulares que proceden de la libre iniciativa de los ciudadanos y que habrían de ser lo más autónomos posibles. Éste es el verdadero pluralismo inherente a toda sociedad verdaderamente política».[1] Pluralismo inexistente cuando escribía Maritain, quien describía en realidad el existente en la Edad Media, en la que se articulaba la teoría política en torno  al concepto  corpus politicum, la réplica temporal del corpus mysticum de san Pablo.[2]

2.- La naturaleza del corpus políticum puede resumirse con uno de los Pensamientos de Pascal aplicable a lo Político, cuya finalidad es la unidad entre los que viven bajo el mismo gobierno, y a la política, cuya finalidad es la libertad de los convivientes. Pues, como decía Hannah Arendt, «la política descansa sobre el hecho de la pluralidad de los hombres [y] versa sobre la unión y el estar con los diferentes».

La frase de Pascal «la multitud que no se reduce a unidad es confusión; la unidad que no depende de la multitud es tiranía», era para Guizot, «la expresión más bella y la definición más precisa del gobierno representativo», cuyo fin consiste en «impedir a la vez la tiranía y la confusión».

El corpus políticum, que no es un mito, integraba una serie de organismos sociales naturales, espontáneos,  que fungían como poderes sociales autónomos, que compartían un êthos común: los que llamaba Montesquieu poderes intermediarios, porque mediaban entre el gobierno, que unía sin unificar, y los individuos que integraban el pueblo. Poderes casi inexistentes cuando escribió el barón de la Bréde, quien los describe ya algo equívocamente, que limitaban automáticamente  el poder político del gobierno. Esos poderes eran entidades comunitarias  independientes que se autogobernaban y sólo se relacionaban con el gobierno para defenderse de otros gobiernos.

En la Edad Media los poderes feudales temporales y canónicos, ámbitos excluidos de la acción del gobierno, ejercían, si era preciso, como una suerte de contrapoderes, el derecho de resistencia contra el poder político invasor, centralizador o uniformador, que recorta o suprime las libertades.

2.- El Estado, concebido por Hobbes como un cuerpo artificial, el Gran Artificio capaz de impedir el derecho de resistencia, consiguió asentarse en los tiempos modernos absorbiendo o  eliminando poco a poco los pouvoirs intermediaires medievales como contrapoderes eficaces. Transformó sobre todo la nobleza feudal en cortesana, de modo que, como decía Bertrand de Jouvenel, las monarquías europeas  se asentaron sobre las ruinas de la aristocracia  (ἀριστοκρατία, de ἄριστος, áristos, los mejores, y κράτος, crátos, poder, fuerza), el mando de los mejores.

La absorción o eliminación de los poderes sociales debilitó o arruinó el cuerpo político, reducido finalmente por la revolución francesa a la Nación, titular formal de la soberanía de la voluntad popular, que excluye por definición los poderes intermedios. De hecho, se trataba de la minoritaria Nación Política formada por la oligarquía dominante, distinta de la Nación Histórica, la gran mayoría de la población, del pueblo, que, excluida de la política –«la política es una antigualla para abuelos» (G.Morán)-, se limita hoy en el Estado de Partidos a votar ritualmente a los candidatos que presentan los partidos de la oligarquía. «Al acabar cada una de las elecciones, escribe Á. R. Boya Balet, el pueblo queda relegado al silencio, y debe limitarse a pagar los impuestos y los precios que fijan a su capricho respectivamente los parlamentarios y las empresas de los oligopolios».[3] Si se convoca ritualmente a votar al pueblo, es para simular que la Nación Política es democrática puesto que es pluralista, ya que hay diversos partidos. La tiranía o despotismo de las minorías se disfraza así de la tiranía o despotismo de las mayorías profetizados por Tocqueville como el mayor peligro de la democracia.

Napoleón inventó el Estado de Derecho para  reconstruir el cuerpo político sustituyendo los desaparecidos poderes intermediarios por instituciones creadas ex profeso -«después de mí las instituciones»- y las limitaciones jurídicas, no fácticas, del poder estatal establecidas por la Constitución impuesta por la oligarquía dominante. Instituciones y limitaciones siempre precarias al no ser naturales, muy distintas de las de los cuerpos intermediarios espontáneos, que, además del Derecho, tenían la fuerza. El principio de subsidiaridad incluido en el Tratado de la Comunidad Europea para animar a las personas, órganos o  comunidades existentes a que decidan libremente sobre sus intereses, derechos y sentimientos particulares al margen del intervencionismo y la tutela estatal es un intento artificioso de suplir la desaparición de los auténticos poderes intermediarios.

3.-  Se considera a Robert Dahl el principal teórico del pluralismo político por su descripción del orden democrático norteamericano como una distribución pluralista del poder, que denominó poliarquía.[4] Independientemente de la crítica de Wright Mills, para quien  la sociedad estadounidense está dominada por una élite -el deep State, Estado profundo-, la poliarquía es inconfundible con los poderes intermediarios como contrapoderes. La diversidad del multiculturalismo, de origen también norteamericano, es otro de los componentes del mito del pluralismo. Un pluralismo intelectual completamente distinto del pluralismo natural propio de un cuerpo político. Resumiendo: el pluralismo se reduce hoy a la influencia de grupos sociales en los partidos y a la competencia entre estos por disfrutar de las ventajas del poder.

4.- La vida social se basa en la confianza.[5] Aristóteles decía en la Ética a Nicómaco (libro VIII, capítulo IX) en la amistad civil. Pero la confianza o amistad civil disminuye o desaparece cuanto mayor sea la “diversidad” multiculturalista de trasfondo racista. ¿Quiénes se fían hoy de los gobiernos a los que, sin embargo, votan? El pluralismo de la diversidad es una suerte de ideología, que fomenta la indiferencia o animosidad hacia los otros grupos y socava la confianza que los individuos depositan unos en otros unificándolos espiritualmente y formando un cuerpo político.[6] Expresión relacionada con la concepción farmacológica (pharmakológica, de pharmakon, φάρμακον, fármaco, remedio, y lógos, λόγος racional, lógico, ciencia) de la política inventada por los griegos basada en la experiencia, cuyo sujeto era el πόλεως σῶμα (póleos soma), el cuerpo político mímesis del cuerpo humano. La techkné politiké (πολιτική τέχνη), el arte político, era una terapia contra las enfermedades de la pólis, el cuerpo político. Una unidad cuyos miembros  tienen funciones diversas sin que ninguno  se baste a sí mismo. Todos y cada uno de los miembros de un cuerpo  sirve a todos los demás miembros y ocurre lo mismo en la vida colectiva. Platón describía la pólis, la ciudad griega, como un Makroanthropos, Macrohombre, un cuerpo gigantesco integrado por hombres normales con cabeza, pecho y vientre. La cabeza que gobierna, el pecho que da seguridad y defiende y el vientre que produce. Los romanos detallaron luego la anatomía del cuerpo político: nervios, sangre, aliento, miembros, órganos.

 

 El aristotélico musulmán Al-Farabi (872-950) escribió en La ciudad ideal:[7] «La ciudad excelente se asemeja al cuerpo perfecto y saludable, cuyos miembros cooperan para hacer perfecta la vida del animal». Y el medieval Juan de Salisbury describió así el cuerpo político en Policraticus (ca. 1159):[8] el rey era la cabeza; el sacerdocio el alma; los consejeros el corazón; los magistrados los ojos, los oídos y la lengua; el ejército la mano que sostenía las armas; la justicia del reino la mano desarmada; los comunes, el resto del pueblo, los pies del cuerpo. Cada miembro tenía su función, y estaba obligado a actuar, en armonía con los demás para bien del cuerpo entero. El platónico Hobbes tuvo en cuenta esos precedentes al construir científicamente el mito del Estado. Las ediciones de Leviatán suelen reproducir en la portada la imagen del Macrohombre.

5.- El multiculturalismo es una ideología tribalista que destruye la concepción farmacológica de la política heredada y perfeccionada por la Iglesia. Ignora o desprecia  el hecho de que la constructora de Europa y Occidente, integra a  razas, culturas,  naciones, Estados, Imperios por muy diferentes que sean. El peculiar pluralismo del multiculturalismo es incapaz de conseguir la unidad sin recurrir a la violencia, física en el caso extremo o legal. Desde el punto de vista eclesiástico la historia de la salvación tiende a unificar a todos los hombres en la Iglesia. En la Biblia: “Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén. / En los días futuros estará firme / el monte de la casa del Señor, / en la cumbre de las montañas, / más elevado que las colinas. / Hacia él confluirán todas las naciones, / caminarán pueblos numerosos y dirán: / «Venid, subamos al monte del Señor / a la casa del Dios de Jacob. / Él nos instruirá en sus caminos / y marcharemos por sus sendas; / porque de Sión saldrá la ley, / la palabra del Señor de Jerusalén»” (Is 2,1-3). La cruz, decía Carl Schmitt, es la forma de la historia. Y la historia, concepto de origen cristiano -el tiempo desgajado de la eternidad por el acto creador del mundo- tiende a la unidad en la multiplicidad. Converge, por decirlo así, hacia Jerusalén.

6.- El socialismo democrático, revolucionario o revolucionarista «liberal», es mecanicista y rechaza o se desentiende de la convergencia hacia la unidad orgánica. Culminando la tendencia moderna, niega la realidad y la posibilidad de los cuerpos políticos. El revolucionarista, que es pacifista, habla continuamente, sin embargo,  de pluralismo como prueba de la tolerancia ilimitada, que enmascara la falta de libertad política, que presupone la religiosa, mucho más amplia que la libertad de culto con la que se confunde a menudo. Un motivo es diferenciarse de su gemelo comunista; otro, la pleitesía al multiculturalismo norteamericano que destruye la cohesión política de los pueblos y pretextando la igualdad identitaria pone en cuestión la libertad  o la suprime.

7.- «Es verdad», advertía Rainer Rotermundt, que se habla de «la gran libertad o del aparente pluralismo sin límites» en la democracia política existente. «El «pluralismo» es el gran santo y seña (Stichwort) de los postmodernos». Pero «es sólo el nombre de una anarquía, que mantiene el Estado y las instituciones como mera fachada», de modo que «lo postmoderno empieza donde desaparece el todo».[9] Ironizaba Jünger sobre lo postmoderno: «la palabra que está de moda por el momento es postmodernidad; designa una situación que existe desde siempre. Se llega ya a ella cuando una mujer se coloca en la cabeza un sombrero nuevo».[10]

El vacío es el signo del arte postmodernista. En la pintura, es indiferente el contenido, en el que no es accidental que predomine lo grotesco y lo feo. Escribe Antonio García-Trevijano: la postmodernidad, «además de no haber sido definida más que con vaguedades ideológicas, nació para designar lo que pretendía ser en la izquierda renegada del marxismo una concepción débil del mundo posterior a la guerra fría».[11] Es el momento histórico en que domina el socialismo sovietizado, cuyo pluralismo es el anarquismo cultural liberador de todos los deseos de la revolución del 68.

8.- Carl Schmitt observó la influencia en la estatalidad de múltiples poderes indirectos de toda laya, que privatizan la política,[12] antes de que se inventaran las políticas públicas, que favorecen la formación de clientelas, que actúan como poderes indirectos. José Luís González Quirós denuncia[13] la privatización de la política «que se produce  cuando los poderes y las agencias del Estado, y muy en especial los partidos políticos, se convierten en los agentes exclusivos y excluyentes de cualquier política». Aceptado el intervencionismo como la forma correcta de la política, aumentaron sin tregua después de esa fecha los poderes indirectos, a medida que se afirmaba la socialdemocracia liberal, de  ideas más sovietizantes que keynesianas, que confinan la política en el ámbito reservado a los partidos de la oligarquía dueña del Estado de los Partidos. El pueblo queda excluido de la política salvo cuando compiten los partidos para ganar clientelas o se le llama a votar.

9.- Las revoluciones del 68, que comenzaron en el 67 en Alemania y California, han suscitado poderes indirectos  de nuevo cuño, que intensifican la privatización de lo Político y la  la política. Unos son contraculturales, otros directamente económicos a causa de los acuerdos de Bretton Woods (1944), consumados con “la teoría estatal del dinero, una teoría del poder estatal” (C. Schmitt), al renunciar Norteamérica en 1971 a la cobertura-oro del papel moneda,[14] de la Ostpolitik, con la internacionalización de las grandes empresas,la afirmación delos media como grandes poderes gracias a la tecnología, etc.

Las oligarquías socialistas y socializantes, prácticamente todas, se lanzaron entonces a la sovietización cultural para destruir los restos de la cultura tradicional. Consolidadas como si fuesen democráticamente normales, ese es el pluralismo como mito político,[15] al que sólo se enfrenta más o menos conscientemente el auténtico populismo. Concluye Delsol su libro sobre los populismos: «El populismo sería el apodo con el que disimularían virtuosamente las democracias pervertidas su menosprecio por el pluralismo».

10.-  Es conocida la frase de Hölderlin wo aber Gefahr ist, wächst das Rettende auch, donde está el peligro, brota también lo que salva. No es tan conocida la de Nietzsche was mich nicht umbring, macht mich stärker, «lo que no me mata, me hace más fuerte», pues me hace consciente de la situación. El «caer en la cuenta» de Ortega, o  el «darse cuenta» de algo de Zubiri, que es estar en disposición de entenderlo.

Los nuevos «populismos» europeos responden al hecho de que está pasando algo muy grave, aunque no sepan precisarlo: reflejan la reacción del sentido común contra el irrealismo y antirrealismo político irracionales de quienes viven «contra la verdad», como decía Marías, o en el «realismo mágico»”» descrito por el novelista colombiano Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, de los gobiernos que viven en un mundo paralelo al del pueblo.

El realismo político, dice Jerónimo Molina, parte de la evidencia, la verdad, de los hechos –verum et factum convertitur, decía Giambattista Vico- pero no se rinde ante ellos, distinguiéndose del pseudorrealismo cínico, porque no se desinteresa de los fines últimos. Los populismos denostados por las oligarquías y elites del establishment, rechazan el  pluralismo mítico y reivindican consciente o inconscientemente el realismo político al dar la voz de alarma sobre la peligrosa situación de la Europa en que mandan los sofistas, los arribistas, los economicistas, los fabricantes de mitos, los nihilistas -inconfundibles con los nihilistas rusos que eran idealistas- y multitud de idiotas.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera