miércoles, 19 de julio de 2023

Bertín se desdice o Jalisco sí se raja



Hughes

 

Nos saldremos un instante de la campaña electoral. Aunque quizás no nos vayamos muy lejos.

Hace unos días, el centro de la información del corazón pasó súbitamente de la boda de Tamara al anuncio del nuevo hijo de Bertín Osborne con una chica con la que se rumoreaba que ‘estaba’.

Lo anunció el propio Bertín, con dos expresiones que trajeron cola. «No ha sido deseado, sino un accidente, pero me haré cargo», sobre el niño; y luego, sobre la madre, al ser preguntado por el estado de su relación: «Tengo otras 25 amigas especiales, pero no tengo relación de pareja con nadie, ni con Gabi tampoco» (así se llama ella). Bertín aquí contestaba, lo explicó luego, a si la antedicha era «amiga especial». Como rechaza desde siempre la palabra novia, admitía el eufemismo amiga especial, lo que pasa es que, al igualarla con «otras 25», en realidad Osborne lo que estaba haciendo era considerar a Gabi como una amiga más.

Es decir: el niño era no-deseado y ‘accidental’, aunque asumido, y la madre era  una no-novia en una no-relación.

Quizás no eran las palabras más elegantes, pero hablaba bien de la madre y asumía su paternidad. Aun así, al escucharlo, yo pensé: ya verás, ya verás, Bertín, la que te cae…

Y no me equivocaba, ¡caer cayó!

La reacción tuvo incluso una portavoz oficiosa en la figura televisiva aunque aristocrática de Mercedes Milá, que calificó las palabras de Bertín como «reacción repugnante, triste y antigua».


(...)


La mujer moderna es autónoma y dueña de su cuerpo y fertilidad, pero a la vez no se queda embarazada si quiere y cuando quiere. Ahí la decisión y el empoderamiento se escinden y se hacen solidarios. Si sucede, «han sido los dos», el hombre no puede darse por sorprendido, es responsable como mínimo al 50% (si es más del 50% entramos en lo ilícito), porque no se puede ni imaginar, ni concebir, la posibilidad de que el hombre sea llevado de la mano de la pasión y de una guía no del todo competente hacia el fenómeno estocástico. La mujer es dueña absoluta de la llave del cofre del sexo, hasta que, ay, surge el embarazo y ahí las responsabilidades se hacen inmediatamente paritarias para, en pirueta cultural sublime, al instante mismo de la concepción, como un haz mágico de derechos que bajara sobre ella, la mujer se hace dueña de nuevo de su cuerpo, monarca absoluta de lo concebido y capaz, si quiere, de abortarlo.

Es inadmisible que alguien pueda siquiera sugerir que un niño nace del no-amor y del despiste instintivo o pasional, incluso de cierto desliz negligente, esto es «antiguo»; en nuestros tiempos la mujer no es la gran y última responsable del quedarse-embarazada, sólo sugerirlo ya es «repugnante» (aunque la idea de que ese niño pudiera ser abortado inmediatamente después sí podría admitirse perfectamente. Eso no sería «antiguo». La criatura no puede ser considerada accidental pero sí abortable. No puede ser indeseado pero sí abortado).

La mujer moderna es sólo corresponsable del embarazo, ya no la gran responsable de lo que sucede en su vientre porque eso sería aligerar la responsabilidad del hombre y, por tanto, fomentar la ‘asimetría’ del macho en las relaciones sexuales, y su irresponsabilidad machista, lastrando a la mujer con unas cargas y deberes adicionales que sonarían limitantes y muy conservadores. Esto exigiría una moral y una cultura sexual forzosamente desiguales.

La mujer ahora es, por tanto, siempre corresponsable, responsable por igual o paritariamente sorprendida por la preñez, pero una vez embarazada es inmediatamente dueña del «derecho al aborto» porque eso «pasa en su cuerpo».

Esto es la mujer moderna. O al menos, la mujer española moderna. Y el consenso aquí es casi absoluto.

(...)

Bertín se hacía cargo de su paternidad y de la criatura, pero fue criticado. Si Bertín decidiera ponerse tetas, proclamarse autoginefílicamente mujer y conquistar a la mujer siendo mujer y redefiniendo la condición femenina hubiera molestado menos. Incluso, es posible, hubiera molestado menos animando con su silencio un aborto. Pero lo que ha indignado es que pueda sugerirse públicamente la mera posibilidad de que un hombre, y encima un macho a la antigua, al considerar accidental un embarazo, aligere su responsabilidad y se haga el sorprendido. Por lo que esto implica: lo imprevisto, por ejemplo, difícilmente puede sorprender por igual a una y a otro. Así que el error o el azar o el desliz se descartan, indecibles. La mujer, que es dueña del sí y se quiere luego dueña de lo que concibe en su cuerpo, no es (ni puede darse a entender que lo sea) dueña total de la concepción (es como un instante virginal entre un antes y un después súper feministas).

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera