Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La
Universidad de Berkeley lleva el nombre del obispo irlandés que negó la
existencia de la materia, filosofía en la que el psicoanálisis ve “la
expresión de la misma analidad inconsciente que le causó, en lo físico,
el sufrir de colitis”.
El obispo negaba la materia, y la Universidad, que acredita enorme reputación científica (“madre” de todas las bombas –Oppenheimer, Teller–
y de casi un centenar de premios Nobel), niega las libertades de
pensamiento y de expresión para imponer un leninismo comprado en los
chinos, fuera del cual sólo hay… fascismo y machismo. Como la
Complutense.
En su viaje a Moscú, De los Ríos, suave como un pepero de Embassy, quiso saber cuándo la dictadura del proletariado daría paso a la plena libertad en Rusia, y Lenin (hablaban en francés) le contestó:
–El
período será muy largo, 40 o 50 años. Pero el problema, para nosotros,
no es de libertad, y siempre replicamos: ¿Libertad? ¿Con qué propósito?
Sin renunciar a los fondos públicos, el matonismo pijo de Berkeley, que recibe a Vicente Fox, El Botas, como si fuera José Vasconcelos, ha impedido (violentamente) hablar en su campus al “giocondo” Milo Yiannopoulos,
por trumpiano (en España, para los franquistas del 78, “trumpiano” es
igual que “facha”), y a la columnista independiente (ésta sí se gasta
las pelotas que exigía Montanelli para la eclosión de una independencia) Ann Coulter.
La enfermedad infantil del comunismo es la enfermedad infantil de la
Universidad. Berkeley’17 es el epígono de Princeton’65, con Tom Wolfe en una mesa redonda con Günter Grass perorando sobre el tema… del fascismo en América (entonces Johnson, como ahora Trump)…
–Llevo aquí una hora mirando las puertas –dijo Grass, en inglés–. Estáis
hablando de fascismo y de represión policial. En Alemania, hace ya rato
que habrían entrado por esas puertas. Aquí deben de ser muy lentos.
Traducción wolfiana: “¡Intelectuales (hoy, pijos) americanos, necesitáis tan desesperadamente sentiros perseguidos!...”
Tom Wolfe