viernes, 13 de marzo de 2020

Pandemónium

llegado al punto de saturación de olor de sus feromonas


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Esto no es una pandemia; esto es un pandemónium.

    El coronavirus siguió groseramente la ruta de la corrupción hasta España, donde al anochecer del domingo 8 de marzo (“chocho de marzo”, en el lenguaje inclusivo), el heteropatriarcado, con viento duro de Levante y en venganza contra la manifestación de mujeres con parpusa, desató en Madrid un “Apocalypse Now” del que sólo sabemos por un Doctor Bacterio que atiende por Simón el Experto.
    
Un experto –nos dice Murphyes la persona que ha cometido todos los errores posibles en un campo de estudio limitado.
   
 Frau Merkel ha alertado de contagio al setenta por ciento de Alemania, pero allí, según Sloterdijk, filósofo del pánico, no puede uno dejar de pasar por alto la decadencia de la alarma, que “se ha convertido en forma autorreferencial casi hasta la lujuria”. Frau Merkel ruge como una diva con plumas, atenta a la reacción del público, mas ¿de qué le sirve a la opinión pública un ganso solista que grazna un aria demencial cuando es imposible ver un solo moro en toda la costa?
   
 –¿O quiere decir que es el ganso que alerta de los moros el que decide que es un moro? (“Die Zeit”, 9 de septiembre de 1999)
    
España asiste a la apoteosis de su cultura jetácea, cuyos filósofos se dicen columnistas, y los columnistas, filósofos, mientras la “Grande Peur”, incontenible, avanza:
   
 –Un agregado de pacíficas langostas (léase jetas), llegado al punto de saturación de olor de sus feromonas, a causa de la superpoblación, cambia bruscamente su estado habitual y levanta el vuelo devastador en estado de plaga.
    
Los políticos, dentro, por el calor. Los Parlamentos, cerrados (más justicia poética). Y las elecciones, aplazadas, que el voto puede esperar. ¿Qué dicen los juristas? Pues lo mismo que dijeron cuando el referéndum andaluz: se coge una ley orgánica, se cambia un artículo, y donde la Constitución dice Diego, la ley dice “digo”, y a tomar viento. Que no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.