miércoles, 18 de marzo de 2020

Presos

 Visita de familiares en la cárcel de Córdoba- 1948


Francisco Javier Gómez Izquierdo

          En las cárceles no hay preso sin televisor -“el tele” en parla taleguera- y el que no lo tiene por carecer de peculio, comparte chabolo con el que sí, en ocasiones con la condición de comerse marrones, tal que el hallazgo en cacheo rutinario de una china en los “jarales” (pantalones) o apuntarse el negativo del módulo de respeto por dejar un par de “picantes” (calcetines) lavados, colgados de la ducha.

         El televisor en la cárcel se tiene por ventana a la libertad, por lo que uno de los  afanes de los internos con largas condenas es conseguir un rebaje médico para permanecer todo el día en la celda. Una pierna escayolada es bendición de Dios y una autorización para preparar los exámenes de la ESO, el salvoconducto para ser privilegiado con papeles. Es al preso veterano, al de años de talego, al que le acuden urgencias eremíticas. ¡Éso sí!, con tele y vis a vis cada quince días. El preventivo, el primario, el que con poca condena espera permisos o el tercer grado y sobre todo el joven esperando fianza, no suele aparcar su nerviosismo y como además un tanto por ciento significativo de ellos suele tener deficiencias en la comprensión y en el comportamiento se producen situaciones que el funcionario resuelve con la pericia y profesionalidad que el continuo trato va acumulando en el depósito de la experiencia.

       En este confinamiento internacional casi presidiario de tele y mínimo paseo a por la leche, el pollo y el pan, me asaltan temores por lo que puedan vivir mis compañeros en tiempos ya de por sí complicados, en los módulos de menores -menos de 21 años-, auténtica pesadilla de mis primeros tiempos en prisiones. Estos años no son como aquéllos de los 80 y 90, pero el menor inadaptado sigue siendo un egoísta inconsciente capaz de apuñalar a la madre por negarle 50 euros que gastará en pastillas. Yo vi apuñalar uno a otro por un papel de fumar. El menor “idiótico” y  refractario entra a la cárcel varias veces de preventivo y lo sacan fianzas de la familia que no acaba de asumir que lo conveniente para el “nene” es estar encerrado. Cuando bajan las causas pendientes, el “nene” se achanta y cuando ve que no hay fianza que valga ni permisos en tres o cuatro temporadas empieza a reflexionar. A veces para bien y a veces para mal. Muchos de los menores de ahora han pasado antes por los correccionales -hasta los 18 años- y otros proceden de los Centro de Internamiento de Extranjeros de donde se escapan para entrar en un mundo de trapicheos, abusos y drogas que, como el coronavirus ahora a todo Cristo, aterroriza a la población donde ejercitan sus maldades. Es curioso, pero en un mundo feminista, se les da muy bien ligar. ¡Miedo da la cantidad de pobrecitas quinceañeras entontecidas con “los menores”!

       No lo he visto en la prensa pero el primer altercado en un centro de menores del que me habló un amigo de Castro Urdiales no me extrañó y tampoco el de ayer en Aluche, un CIE que parece el Puerto de Santamaría de los CIEs y no por la disciplina y el régimen sino por lo selecto de la población interna. Me constan varios incidentes en el barrio que viví cuando anduve en Carabanchel de unos tipos que no reconocen ley ni autoridad ni por supuesto los derechos del prójimo a la propiedad y seguridad. También me consta que estas criaturas tienen público que les aplaude las gracias y mi experiencia me dice que esa complicidad es lo que envalentona al sinvergüenza, pero claro, mi perspectiva estará contaminada.

      Mi mayor preocupación está con el gremio  por cómo evolucionará la población reclusa en este pongamos que sólo un mes sin contacto físico con “la calle”. Sin permisos y sobre todo sin vis a vis. Estoy seguro de que mucho mejor que los ingobernables de Aluche, pero tanto tiempo y  gente tan particular es tan impredecible como peligrosa. Ojalá transcurra todo por los cauces de la normalidad y el funcionario al relevo firme muchos “sin novedad”.