miércoles, 25 de marzo de 2020

Lucía Bosé



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Por el escotillón de la Peste se nos ha ido Lucía Bosé, que no es manera de irse para nadie.
  
Morir es algo horrible –concede Santayana, igual que haber nacido es algo ridículo, con lo cual, aunque entrar y salir de este mundo no incluyera ningún dolor, podríamos aún decir lo que sobre ello dice la Francesca de Dante: “Il modo ancor m’offende”.

    La manera es lo que estremece.

    A Lucía, que vivió para los ángeles, la conocí por Olano, que fue un espíritu burlón y su ángel gordo y que la frecuentó en la Costa Azul con Picasso, a quien abastecía de percebes coruñeses de veinticinco uñas, lo cual no quitó para que luego le prohibiera su libro “Picasso íntimo”:

    –Fue porque incluí una foto en la que cogía del talle a Lucía Bosé, y Jacqueline se puso celosa –explicó Olano en una entrevista que le hizo Valenzuela–. Le dije a Picasso que si tenía que elegir entre Lucía Bosé y él, prefería a Lucía.

    A Lucía la sedujo Luis Miguel porque el torero se pasó una noche sujetando con sus índices la mesilla de noche del hotel Wellington, que percutía al paso de los coches en la calle de Velázquez. Ella se durmió con ese silencio enamorado, y al despertar, el amante seguía allí.

    Era fascinante el retintín de Lucía al llamar “el torero” a Luis Miguel, de quien en Madrid queda el recuerdo de un estrafalario bronce en la explanada de Las Ventas como de hombre del saco (arrastra un capote) parando un taxi para los japoneses del selfie. Y detestaba, dijo hace nada al “Vanity Fair”, el besuqueo español: en varano por el calor y en invierno por la gripe.

    –Nosotros nunca nos besábamos. Yo era una mujer fría, pero él lo era todavía más. Los hombres son poco cariñosos, y los toreros aún menos.
  
Qué gran mujer, Lucía. Y el caso es que los muertos, ahora sí, no se terminan nunca. A las rachas de alivio, que decía Ruano, en las que casi parece no morirse nadie, sigue esta racha terrible en que llega a producirnos asombro que nos conteste alguien cuando le llamamos por teléfono.